¿Para qué me nombró su heredero?

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—¿Cómo marchado? ¿En peligro él, tú?

Julia se rascó la sién, fastidiada. Después de la fácil comunicación de los talismanes, aprender de golpe que no funcionaban a través de los móviles había sido un chasco.

—No estamos en peligro. Creo. Mira, es complicado, y más con tu español. ¿Puedes volver al piso? ¿Por favor?

Hubo un silencio de varios segundos; alrededor grupos de estudiantes desafiaban las temperaturas gélidas para pasear de bar en bar, entre risas. Era una ciudad más animada de lo que ella había esperado.

—Envío taxi, ¿sí? Manda sitio. Geolocation

—Sé volver al apartamento, puedo esperarte allí.

«En un sitio abrigadito», pensó. Echaba de menos en muchos niveles la presencia de Rodrerich. Uno y no el menor era que su cuerpo enorme era como una estufa.

—No, vienes tú donde yo. Mando taxi —repitió Ilbreich, tozudo.

Julia se resignó. Envió los datos y se arrebujó lo mejor posible en el abrigo. La espera no le sentó bien; le dio tiempo a reflexionar y, nerviosa, se preguntó si Rodrerich no habría cometido un error siguiendo sin más a la desconocida. Habían dado por sentado que si aquellos niños eran los guerreros del clan de Fortaleza del Mar, había poco peligro en el santuario que Rodrerich no pudiera vencer.

La taxista que la recogió tenía el pelo como una brasa y modales amables; al menos ofreció de inmediato subir la calefacción cuando Julia entró tiritando. Se alejaron del centro y la bahía, hasta una zona de torres residenciales tan sosas como se podrían encontrar en cualquier ciudad del mundo. El taxi se detuvo ante un bloque anodino pintado de verde pálido.

Julia no había conseguido aclararse con el precio de la carrera, confusa aún con los valores de los billetes, cuando vio salir a Ilbreich del portal. Se había dejado la cazadora dentro y tenía los brazos al aire, pese a que el hielo teñía las aceras de blanco.

—Lo de ir sin abrigo es por presumir, ¿no? —preguntó Julia, forzando una sonrisa.

Ilbreich no se molestó en contestar, le arrancó la cartera de las manos y tras preguntar a la pelirroja el precio le tendió un par de billetes con la brusca celeridad de los cambiantes. La mujer se encogió al recibirlos y frunció el ceño.

—Te espero dentro, Julia —dijo el príncipe, atropellado—. Tercero "D".

Se giró y entró a la carrera de nuevo al portal, sin esperarla. Julia hizo una mueca y maniobró para bajarse. Su calzado no era malo, pero el suelo helado parecía traicionero.

Do you want me to wait for you?(1) —ofreció la pelirroja, preocupada.

Nei(2)... he is my brother-in-law(3)—intentó explicar Julia—. He is only worried, not a bad boy(4).

La mujer sacudió la cabeza, dubitativa, y le tendió una tarjeta antes de dejarla sola en la acera. Contenía un número largo y al lado una pequeña guía que parecían códigos de emergencia. Julia se la guardó, preguntándose con tristeza si incluso de niño Ilbreich habría inspirado esa desconfianza instintiva. Los linajes parecían inmunes, y ella misma se estaba acostumbrando, como si sus reflejos hubieran aprendido a reaccionar de otra forma a los cambiantes.

Dentro del portal la temperatura era alta, y para cuando llegó al tercer piso ya le sobraba el abrigo. Encontró la puerta abierta; el apartamento era pobretón y descuidado, con muebles baratos y algunos adornos alegres que en ese entorno resultaban estridentes.

—¿Puedes pasar al dormitorio? —llamó la voz de Ilbreich.

Julia cruzó un salón-cocina inesperadamente limpio hasta una habitación pequeña y atestada. Sobre una mesita auxiliar se amontonaban varias jeringuillas desechables, aún dentro del precinto, y un par de ampollas de cristal. Y sobre el colchón desnudo yacía inconsciente un hombre de pelo gris arratonado. Tenía la cara consumida y el cuerpo flaco se tapaba con una manta pequeña y la cazadora de Ilbreich. Julia olisqueó un olor ácido en el aire.

Rey LoboWo Geschichten leben. Entdecke jetzt