Lola

402 74 5
                                    

#21

Cuando Ignacio entra a mi oficina con tres chicas, me doy cuenta que todo esto es una locura. Y que Cal tenía razón.

Las chicas lucen aterradas. Con las cabezas gachas y sus ojos moviéndose de un lado a otro, entiendo que desearían estar en cualquier otro lugar, pero no en mi oficina. Las examino de arriba hacia abajo. Son bonitas, demasiado, con rastros faciales aniñados que delatan que son menores de edad. No sé qué las trajo hasta acá, pero puedo apostar que la desesperación tiene mucho que ver.

Miro de reojo a Cal, que está cruzado de brazos y con el ceño fruncido. Esto no le gusta para nada. No le gusta que las chicas estén acá, y muchísimo menos que sean niñas. Porque es eso lo que son: niñas asustadas que están tomando una mala decisión.

Pero a Ignacio no parece importarle, porque sonríe ansioso y me las presenta una por una. Me dice sus nombres: Leila, Anabella y Sasha; pero no menciona sus edades. Aunque Cal y yo ya hemos descubierto por qué evade ese dato tan importante. Me comenta que son amigas, que cuando les ofreció el trabajo, aceptaron de inmediato. Sus caras no me dicen lo mismo. Entonces me pregunto qué les habrá ofrecido Ignacio para convencerlas, qué mentira les vendió.

Sé que Cal e Ignacio esperan que diga algo; las chicas también. Pero no puedo. Realmente no encuentro palabras para describir cómo me siento y qué opino sobre todo esto. En realidad sí tengo una opinión: esto está mal, muy mal. Pero hace meses que vengo haciendo las cosas mal y, de hecho, me está yendo bastante bien. ¿Qué diferencia habría si decido seguir haciendo todo mal? Yo no pierdo nada. Pero esas chicas sí, dice una vocecita en mi cabeza. Y esa vocecita es Cal.

—Ignacio, ¿podemos hablar a solas? —digo con firmeza.

Él sonríe y asiente con la cabeza.

Le pido a Cal que lleve a las chicas a otro lado, que les muestre el lugar y les ofrezca algo para tomar. Mi orden no le gusta para nada, pero accede de todos modos y, con esa amabilidad tan hermosa que él tiene, le pide al grupito de chicas que lo acompañen. Solo cuando Cal les sonríe con ternura ellas se relajan un poco y veo que el miedo de sus miradas disminuye.

— ¿Qué te parecieron? —dice Ignacio, tomando asiento frente a mí.

—Son niñas.

— ¿Y qué con eso? —se hace el desentendido—. Valen muchísimo más, Lola. Sobre todo en su primera noche.

Algo hace clic en mi cabeza. Y me horrorizo.

— ¿Realmente estás ofreciéndole este tipo de "trabajo" a niñas que no tienen ningún tipo de experiencia sexual? —digo con la voz firme—. No estoy dispuesta a arruinarles la vida así, Ignacio. Son menores de edad y por supuesto que nunca tuvieron relaciones sexuales. Todo tiene un límite.

— ¿Vos no eras menor de edad cuando entraste al negocio? —me quedo callada un segundo, lo suficientemente largo para que Ignacio continúe hablando—: Ahora sos la reina, Lola. Todos te conocen y te respetan. Incluso dicen que sos muchísimo mejor que Serpiente.

—Yo no tuve que vender mi cuerpo a cambio de dinero.

— ¿Así que lo que vos hiciste está bien, pero lo que quieren las chicas no?

—No, por supuesto que no. Ambas cosas están mal —respondo—. Sí, es verdad, soy la reina de este imperio y no se me da mal. Pero el inicio no fue sencillo. Viví muchas cosas horribles, tuve que crecer de golpe para poder adoptarme. Y las consecuencias de llevar esta vida fueron inmensas: me siento cada vez más lejos de mis amigos y mi familia, y la persona que amaba me abandonó, se esfumó sin dejar rastro. No quiero esto para esas chicas.

—Ellas conocen las consecuencias.

— ¡No es cierto! —exclamo—. Te conozco, Ignacio, y conozco tu poder de persuasión. Sé que les prometiste un Cielo que nunca van a tocar, y casi me convencés a mí también. Pero esta vez no puedo cumplirte el capricho.

Mi respuesta no le gusta, lo sé porque su mirada se oscurece, pero se esfuerza para no hacerlo tan evidente.

—Lola, quiero que confíes en mí. Por favor —suplica.

—No puedo hacer la vista gorda. Son niñas inocentes, vos lo sabés bien. Y ese es un límite que no estoy dispuesta a cruzar.

— ¿Y si las chicas son mayores y con experiencia? —propone.

—No lo son.

— ¿Pero si traigo chicas que sí tengan esos requisitos? —sugiere—. ¿Qué me decís? Sería todo legal.

Algo se ríe en mi interior cuando dice legal.

Nada de lo que se hace dentro de este depósito es legal. Pero dentro de la ilegalidad, Ignacio pretende dibujar su negocio como algo que sí podría ser legal. Es tan ridículamente astuto que a veces hasta lo admiro.

Sin embargo, su astucia es tan buena que no me doy cuenta que está mintiéndome. Caigo como la tonta que soy. Porque más tarde, cuando el depósito está en plena fiesta, veo a Ignacio hablando con un hombre que no conozco, y que no está dentro del tipo de personas que frecuentan nuestro ámbito. Es un hombre fino, vestido de forma elegante, que aparenta tener arriba de unos cuarenta años. Al principio creo que puede ser un inversor, o algo por el estilo, pero luego veo que una de las chicas, Sasha, se une a su charla e Ignacio la presenta con el desconocido.

— ¿Qué hiciste, Lo? —dice Cal.

—Yo no hice nada. Le prohibí seguir adelante.

—E Ignacio te ignoró por completo.

Claro que lo hizo.

Pero no voy a permitir que llegue lejos.

Yo arruiné mi vida, pero esa chica no. Y si no pude salvarme a mí misma, es mi deber salvarla a ella.

●●●●●●●●●●●●●

HOLISSSSS
Vuelvo a aparecer después de un tiempito, pero con una buena noticia y es que estoy de vacaciones. Así que voy a aprovechar estos días para escribir y terminar la novela (que falta muy poco)
Gracias por todas las vistas, votos y mensajes lindos 💖

Los leo en la próxima,
Male 🤡

Las notas de Lola | Malenavitale ©Where stories live. Discover now