Giovanni

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Ignacio tiene un cigarrillo entre sus dedos, pero no se lo lleva a la boca, ni tampoco lo enciende. Simplemente juguetea con él, mientras que se mira los cordones de sus zapatillas.

Hace diez minutos que estamos sentados a su alrededor, a un costado de la pista de skate, manteniendo un silencio que comienza a volverse incómodo. Y nadie tiene intensiones de romperlo, quizás porque no encontramos las palabras indicadas para hacerlo, o porque no estamos listos para escuchar la verdad.

Me tiemblan las manos de tan solo pensar en lo que pueda decirnos Ignacio. A esta altura del juego, mi forma de pensar acerca de Lola no es la misma, eso está clarísimo. Sé que no es quien creíamos que era y que nos escondía mucho más de lo que sabíamos, pero no creo estar preparado para terminar de enterrar su recuerdo. Porque después de hoy, la Lola que conocí y quise no va a existir más. Y aunque me cueste despedirme de ella, tampoco tengo otra opción, porque no estoy dispuesto a seguir viviendo así, atado a recuerdos que, al parecer, solamente fueron una puesta en escena.

Cuando miro a Ámbar, el nudo que tenía en mi garganta se convierte en lágrimas que amenazan por salir en cualquier momento. Debido a su repentino llanto, tiene los ojos hinchados y rojizos, con rastros de maquillaje corrido, y su mirada está más apagada que nunca. Luca está sentado a su lado, abrazándola delicadamente por la cintura, por lo que ella termina apoyando la cabeza sobre su hombro.

La última vez que vi a Ámbar en ese estado, fue durante el funeral de Lola. A partir de ese entonces, construyó una especie de fortaleza a su alrededor, con acceso totalmente restringido y muchísimos sistemas de seguridad. Y por eso es que ahora me resulta desgarrador verla así, tan vulnerable, porque si ella está derrumbándose de a poco, ¿qué parte queda para mí? Que tiempo después de haberme quebrado, continúo sin poder encontrar la forma de poder unir todas mis piezas.

En el momento que Ignacio suspira, sé que no puede sostener el silencio ni un segundo más. Entonces mi corazón comienza a latir con fuerza y mis sudorosas manos empiezan a temblar.

—No sé por dónde empezar.

— ¿Qué te parece si empezás contándonos la verdad? —opina Nina, tan segura que nos sorprende a todos.

—La verdad es demasiado amplia, Nina.

Y antes de que ella pueda decirle algo más, Ámbar levanta la cabeza y dice:

—No estamos para rodeos, Ignacio. Queremos escucharlo todo.

—Y no interesa qué tan crudo y cruel pueda ser lo que tengas para decirnos—interviene Vera—: podemos tolerarlo.

No hablen por mí, pienso.

Empiezo a replantearme si realmente es una buena idea estar acá. ¿Y si en realidad no estoy listo para pasar de página? ¿Cómo va a seguir mi vida después de reafirmar que todo fue una farsa y que, aparentemente, mi amiga no era otra cosa que la construcción de un personaje?

Entonces Nina estira su mano y la coloca sobre la mía. Cuando elevo mi mirada hacia ella, me dedica una sonrisa cargada de tristeza y entiendo de inmediato que estamos atravesando la misma tormenta. De hecho, creo que todos lo estamos, aunque nos esforzamos para simular que todo está bien. Pero ahora somos nosotros los que estamos construyendo un personaje, uno que funciona como armadura para poder proteger nuestros sentimientos y, por sobre todo, el recuerdo de Lola.

—Descubrí el secreto de Lola por pura casualidad —comienza a hablar, haciendo que se me erice la piel de inmediato. Entonces aprieto la mano de Nina—. Resulta que mi proveedor había salido del mercado para que la policía deje de perseguirlo, así que no tuve otra opción que buscar uno nuevo y un conocido me recomendó a un tal "Serpiente". Generalmente se lo podía encontrar en los boliches del centro, pero como se rumoreaba que estuvo involucrado en un asesinato, comenzó a tener el perfil un poco más bajo. Así que empezó a trabajar en un viejo galpón, en el barrio Abasto.

Las notas de Lola | Malenavitale ©Where stories live. Discover now