CAPÍTULO 56

325 57 710
                                    

Después de un día muy largo, por fin es hora de volver a nuestras casitas. Fueron demasiadas emociones para un solo día y aún debo procesar todo lo que me contó la psicóloga y la directora sobre Bruno.

Camino atontada por la vereda del colegio, y me sorprendo al ver a Fabri esperándome a unos pasos de distancia. No entiendo que hace acá.

¡Maldita sea! Se me olvido que anoche habíamos arreglado para vernos, le echaría la culpa a que como era muy tarde estaba media dormida cuando leí el mensaje en el que me había dicho que me tenía que contar algo importante, aunque, en realidad, lo que pasó fue que con este día tan movido elimine todos los otros pensamientos de mi cabeza.

Me siento muy mal, no debería haberme olvidado de la cita con mi novio. ¿Qué querrá decirme?

Camino los pocos pasos que me quedan con una sonrisa en mi rostro y ni bien estoy lo suficientemente cerca me tiro a sus brazos. ¡Estoy muy contenta de verlo, lo extrañé mucho estos últimos días!

— Acepto —es lo primero que me dice cuando despegamos nuestras bocas.

Lo miro sin comprender, no sé qué fue lo que le ofrecí para que acepte, así que lo miro confundida.

— Quiero que me ayudes a vencer mi timidez y poder cantar, es algo que me cuesta, y ya sabes por qué, pero vos sos la persona en que más confío y me gustaría que me ayudes a lograrlo —me dice mientras una tímida sonrisa invade su rostro.

No puedo más de felicidad, hace mucho le estoy insistiendo con que me deje ayudarlo, pero él como buen cabezadura que es, se negaba de lleno a la idea, y me pedía que la olvidase, pero por suerte, recapacitó.

— Estaré muy contenta para ayudarte, amorcito —le digo mientras le sonrió tiernamente—. Pero, ¿se puede saber qué fue lo que te hizo cambiar de idea? Hasta hace muy poco me pedías que me olvidase de eso —le consulto.

Él me sonríe y me acomoda suavemente un mechón de pelo tras mi oreja, antes de decirme:

— Es que... —empieza a ponerse colorado y mira con atención a todas las personas que están saliendo del colegio, seguramente no quiere seguir llamando la atención y estorbando el paso de todos.

Yo también miro alrededor y veo a muchos de mis compañeros empujándose para ser los primeros en llegar a la puerta, veo a Emily que me saluda desde la vereda de enfrente y le sonrío en respuesta. Vuelvo a clavar mi mirada en los dulces ojos de Fabri y lo tomo de la mano para alejarnos del lugar.

Caminamos juntos y él me cuenta que quiere empezar a cantar nuevamente porque me escribió una canción y quiere cantármela. Lo abrace fuertemente al oír eso y le puse carita de cachorro triste para que me cante un poco ahora, pero se negó. Y lo entiendo, primero tiene que volver a confiar en sí mismo, y yo tengo muchas ideas para ayudarlo en eso.

— ¿Qué te parece empezar un taller? —le propongo cuando encontramos un lugar para sentarnos en aquel parque en el que nos encontramos cuando nos escapamos con Emily.

— No sé, sabes que allí hay muchas personas, y seguramente todas sepan mucho, me voy a sentir muy incómodo junto a ellas —me dice arrancando un par de pastitos mientras habla.

— No creo que sea así, nunca he ido a uno, pues básicamente canto horrible —le digo entre risas—. Pero dudo que el ambiente sea de esa forma. Allí todos van para aprender y tú serás uno más, aunque entre nosotros vos sos el mejor cantante del mundo —le susurro y me acerco para besarlo una vez más.

No hay mejor sensación que esta, saber que estamos juntos, sentir el sol en la cara y poder oler su perfume es una dicha que no todos pueden disfrutar.

Éramos un par de farsantes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora