—Yo tampoco, pero apégate al plan — respiro profundamente, y con algo de vergüenza ha puesto el libro sobre la mesa —. Es jodidamente difícil buscar algo que se vea levemente bien en un libro vegetariano.

Oh. Miro de soslayo la fotografía que decora la receta, y al menos se ve atractivo, el problema es que nunca nos va a salir igual. Cierro mis ojos por un momento, e intento alejar el negativismo, pues es una de las principales causas de que todo siempre me salga mal, y después las personas se enojen conmigo porque no sé reaccionar a lo que se sale de mi control. Y claramente esto no lo está.

—Ya verás que sale bien — me rodea por el cuello, y tengo que ignorar las infinitas alarmas que se encienden en mi cabeza cuando, con total pánico, le tomo de la cintura.

—Tienes mucha hambre, o estás muy nervioso, nunca hablas así — me inclino más por la segunda. ¿Colapso ya, o espero un poco más? —. Tu saltearás el arroz, e intenta no quemarlo. Yo cortaré las verduras.

¿Saltear? Muy bien. Pasa una de sus manos frente a mí, porque me he quedado pensando qué es eso, y busco rápidamente en mi celular, agobiándome en el proceso. Miro de soslayo el libro, mientras Oliver pone un sartén en la estufa, y me pasa el vaso de arroz; él, por su lado, ha puesto todas las verduras que utilizaremos, y empieza a cortarles, pero... creo que le tiene miedo al cuchillo de considerable tamaño.

Le dejo en lo suyo, leyendo el libro, y entiendo que necesito algo de aceite, que de inmediato echo en el sartén, para poco después hacer lo mismo con el arroz. Debo revolver constantemente, alrededor de veinte minutos, además de agregarle algunos dientes de ajo. No suelo comerle de esta manera, quizás sea una linda experiencia.

Mientras noto que el arroz comienza a verse más esponjoso, y con una leve coloración dorada, no puedo evitar sentirme extraño, no porque recordé las veces que cocinaba con mi madre, sino porque, aunque tengo literalmente a Oliver tras de mí, es la primera vez que me siento tan distante con el chico. Me pregunto si alguna vez llegué a quererle, y si lo hice, cuándo dejé de hacerlo.

Le miro de soslayo, ladeando un poco mi cabeza, porque en cinco minutos apenas ha cortado una zanahoria.

—¿Sabes lo que estás haciendo? — lanza un sonido de superioridad, y ahogo un grito cuando gira a verme, y no entiendo cómo no me ha apuñalado un costado. Creo que nunca en su vida ha sostenido un cuchillo.

—Por supuesto, dame un momento — hay algunos segundos de un silencio extraño, y me observa con algo de confusión —. Solo por curiosidad, creo que podrías explicarme lo que en es un corte en Juliana.

Dejo a un lado la cuchara con la que revuelvo el arroz, y camino hasta la isla, pero solo veo por encima de su hombro la demacrada zanahoria cortada de forma errática. Suspiro, tomando un pimiento rojo, y la otra rodea la mano de Oliver, donde sostengo con fuerza el cuchillo.

—Mira, solo es cortar las verduras en tiras alargadas y finas — ladeo un poco mi cabeza, porque la mano del chico comienza a temblar —. No levantes la punta del cuchillo, para que puedas hacerlo más rápido.

—Gracias...

Apenas y escucho su voz, porque le ha salido un poco ahogada, aunque solo después noto cómo intenta encogerse en su lugar, ocultando su rostro con su cabello. ¿En serio se avergüenza con algo tan simple? Yo realmente le gusto a este chico...

Un terrible sentimiento de culpa me invade, y no puedo creer lo injusto que es todo lo que yo le produzco a él, pero nada de eso me lo pueda transmitir de una forma que me haga sentir algo. Paso una de mis manos por mi cabello, intentado buscar cualquier excusa para aligerar este, solo para mí, imperfecto ambiente.

El Chico de las 6:30pmWhere stories live. Discover now