—Está bien... — no me conformo del todo, aun así, no hay mucho que pueda contradecir. Para su ventaja ambos estuvimos de acuerdo que él controlaría el día —. ¿Qué haremos?

—Si hay algo que he aprendido de ti, son dos cosas. La primera, que no te van las situaciones complicadas — alzo una ceja. Estoy de acuerdo con ello —. Y la segunda, que odias las cosas en público.

—¿En conclusión? — ladea una sonrisa, rodando los ojos, y luego siento sus manos en mi rostro, pero en lugar de enrojecer, palidezco.

—Espero que aún no hayas cenado, porque la haremos nosotros mismos.

Sus ojos viajan a través de la sala hasta la cocina, por lo que, con algo de miedo, dirijo mi mirada hacia ahí, y sobre la isla veo varias verduras, junto a un libro. Oh, está pasando, de verdad vamos a tener una segunda cita. Mis brazos comienzan a temblar, y tengo que empujar a Oliver directo al otro extremo del sofá, pero cuando todo su semblante cambia a uno de impresión lanzo la risa más falsa que puede escapar, y creo que todo mi estómago se ha revuelvo cuando mis labios rozan los suyos, en un vago intento de que no le dé mayor importancia a mi extraña reacción.

—¿Podrías darme un minuto para cambiar mi camisa?

Asiente, y con el paso más firme que mi tembloroso cuerpo me puede proveer cierro la puerta de la habitación. Oh, no. Mis manos van a mi rostro, y aunque no tengo precisas ganas de llorar creo que algo de desesperación me recorre de pies a cabeza. No han pasado ni cinco minutos desde que Oliver irrumpió mi siesta en el sofá, y ya me estoy deslizando por la pared, rodeando mis piernas con mis brazos, y mis dedos ejercen tanta presión contra mi cabello que ya siento algunas hebras enredándose.

Estoy nervioso.

No porque quiera que salga bien, o porque tenga sentimientos mezclados, es todo lo contrario, porque no sé cómo actuar de una forma que no le resulte desagradable, pero sobre todo que pretende que actué cariñoso con él, cuando claramente no estoy dispuesto a eso. No he mentido todo este tiempo, las vagas sensaciones de vacío y mi necesidad de esa característica calidez se deben a que él no me las produce, ya lo entendí. ¿Pero cómo se lo hago saber?

Me levanto, sacando la primera camiseta que encuentro, para disimular el breve episodio de pánico que he tenido, y tengo que comer al menos tres pedazos de chocolate que tengo en el cajón de mi mesa de noche para calmar mi ansiedad. Mi mano tiembla sobre el pomo, y mi frente cae en la puerta, inconscientemente comienzo a buscar algo que me calme, pero la verdad he dejado de sentirme en paz desde hace algunos días, pero no encuentro la razón de ello.

Aun así, tratar de entenderlo en este momento no me servirá de nada. Al abrir la puerta veo la chaqueta y el casco de su motocicleta sobre el sofá, mientras que él está arrodillado junto a la isla de la cocina, leyendo el libro que poco antes vi sobre este.

—¿Sucede algo?

Se sobresalta, y en seguida sonríe, intentando ocultarle tras su espalda. Ladeo un poco mi cabeza, para poder leer el título, pero solo se levanta, tomando una de mis manos.

—Haremos un hermoso risotto — supongo que suena bien, la verdad nunca le he probado —. Y comeremos juntos. No tienes que preocuparte de lo que suceda después, no pienso presionarte.

—Lyon, quiero decirte... — sostiene más fuerte mi mano, y su sonrisa parece marcarse con más ansiedad en su rostro. Es muy obvio que aún no quiere hablar —. ¿Qué debo hacer?

—Primero que todo, prestarme tu departamento — alzo ambos hombros, y con un vago gesto se lo permito —. Ahora, cocinas conmigo.

—No tengo idea de que es un risotto — niega, como si eso fuese suficiente para calmarme.

El Chico de las 6:30pmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora