CAPITULO 43

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LUCAS


Es sorprendente lo relativo que puede ser el paso del tiempo. Lo que para algunos transcurre demasiado rápido, para otros dura una eternidad. Para mí, un mes fue interminable. Los días, las horas, cada minuto sin estar con Mia, me resultaron eternos. Lo soporté, porque fue lo que ella me pidió. Casi como un ruego, me solicitó tiempo y eso fue lo que le di. No la atosigué, no la presioné, ni siquiera le insistí para que nos viéramos. Fue ella quien me pidió que la acompañara a almorzar en una ocasión, y creo que ese encuentro fue lo que me dio fuerzas para seguir aguantando. 

Le escribí cada día, tal como me pidió. A veces, un simple "buen día", otras con algo divertido que sabía la haría reír. Incluso, algunas noches, nos poníamos de acuerdo para ver una misma película y la comentábamos por WhatsApp. Vi más comedias románticas de lo que alguna vez hubiese imaginado, pero no podía importarme menos. Sabía que eso la hacía feliz y era suficiente para mí.

De a poco, fue regresando a sus actividades. El año académico ya estaba finalizando, por lo que prefirió dejar algunas materias pendientes. Claramente su cabeza no estaba en condiciones de preparar exámenes. Por mi parte, continué con mi trabajo en la empresa. Hubo una semana de duelo, con cese de actividades, pero luego los socios y la comisión directiva decidieron retomar cuanto antes las tareas habituales. Por el momento, había un presidente interino, hasta que se resolviera todo lo legal.

El clima entre los empleados, a un mes y medio de la muerte de Franco, aún era de absoluta tristeza e incertidumbre. Nadie sabía muy bien qué iba a suceder en un futuro inmediato con la empresa, aunque se nos había comunicado en una junta con los directivos que nadie sería despedido, para tranquilidad de todos.

El fin de semana llegó, y con él los días que más me costaba afrontar. Durante la semana era más sencillo mantener mi mente ocupada, gracias al trabajo, pero en los días de mayor inactividad era cuando más extrañaba a Mia.

Desperté tarde el sábado, almorcé algo liviano y salí a correr. Eso era lo único que conseguía aislarme del mundo por un rato. Ponía música y me entregaba a la resistencia de mis piernas. Corrí por más de una hora a un ritmo constante, liberando tensiones, estrés acumulado, angustia, tristeza. Sin dudas, era mi terapia favorita y más efectiva.

Regresé a mi departamento con una sensación de liberación que necesitaba. Encontrarme a Érica en el corredor me descolocó por completo. Incluso, trastabillé en las escaleras.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, sin disimular mi falta de emoción con su visita.

No había vuelto a saber de ella desde la vez que fui a su departamento, luego de la muerte de Franco. Y, sinceramente, creí que esa había sido la última vez que nos veríamos. Que había entendido que fue nuestro final.

—Sé que debí avisar antes de venir, lo siento. Si no puedes atenderme, no te preocupes, ya mismo me marcho.

Tuve ganas de decirle que sí, que se marchara y nunca más regresara. Pero vi algo extraño en su mirada, una expresión que no había visto antes, y eso me hizo dejar mi rencor de lado por un momento.

—Está bien, puedo darte unos minutos. Si viniste hasta aquí, imagino que será por algo importante. —Aunque tenía mis dudas, un instinto me decía que le diera una oportunidad— ¿Quieres subir?

Sonrió, aliviada de que no la hubiese corrido a patadas, como probablemente esperaba. 

—Si, gracias.

Se sintió raro estar a solas con ella en mi departamento, otra vez. Como si hubiesen pasado años y no meses desde nuestra separación. Por más que lo intentara, observando cada rincón, sólo me venían recuerdos de Mia a la mente. Desayunando juntos en la cocina, mirando tele hasta cualquier hora de la madrugada en el sillón del living, teniendo sexo sobre la mesada, haciendo el amor por primera vez en mi cama.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora