CAPITULO 6

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LUCAS


Esa mocosa endiablada se llevó mi helado. Y no es que me importase eso, sino su actitud de "digo y hago lo que quiero" todo el tiempo.

Quise ser amable y simpático con ella, lo juro, hice mi mayor esfuerzo. Pero fracasé en cuestión de minutos. Creo que cuando me llamó "señor", fue la primera tocada de pelotas. ¿Acaso me veía como un puto hombre mayor para que me llame así? ¡Claro que no! Definitivamente, que no. Lo dijo sólo para molestarme, como lo hizo durante toda la noche.

Llegué a perder los estribos en un momento; ni siquiera recuerdo bien qué le dije sobre su novio, pero sabía que eso la fastidiaría y realmente quería hacerlo. Si, tal vez me sobrepasé, pero no me importó en ese momento. Luego lo pensé mejor, y tuve que tomar un poco de distancia de ella para tranquilizarme y no seguir cayendo en su juego de provocaciones. Así que me excusé para ir al baño. Carol me indicó el camino, pues estaba seguro que no lo habría encontrado por mi propia cuenta. Había demasiadas puertas en esa enorme casa, y lo más probable es que hubiese terminado entrando a algún lugar que no debía.

Me quedé unos minutos allí dentro, tratando de relajarme, y pidiéndole a mi yo interior que se deje de chiquilinadas estúpidas, pues no teníamos la edad para seguirle el juego a una niña irritante como la que se encontraba en el comedor. Finalmente tuve que salir, y me alegré de ver a Carol al final del pasillo, esperando por mí. Me sonrió con amabilidad, y no podía creer que de esa mujer hubiese salido alguien tan detestable como Mia. Si no fuese por el enorme parecido físico entre ambas, pensaría que la habían adoptado. Pues sí, la belleza de la madre había sido heredada sin lugar a dudas por su hija. Los mismos rasgos, perfectos y delicados, el mismo verde esmeralda de sus ojos, y el mismo cuerpo, curvilíneo y sexy. La maldita mocosa era toda una belleza, había que decirlo. Y odiaba admitirlo, pero me quitó el aliento cuando la vi entrar al comedor, tan fresca y juvenil, con ese vestido corto color blanco, que la hacía ver como un ángel.

Un ángel que sólo en cuestión de minutos se convirtió en un demonio. Porque eso era Mia Tenoglio: angelical por fuera y odiosa por dentro. No le importaba decir o hacer lo que pensaba, porque al parecer en esa casa tenía la impunidad para hacerlo. Tal como sucedió cuando regresamos al comedor, y ella simplemente se puso de pie, cogió el helado y se despidió de todos, sin más.

—Lo siento por eso, Lucas —dijo Franco, notablemente avergonzado. 

—Oh, no es nada. Al menos espero que los sabores que escogí sean de su agrado —le dije, bromeando, pues el pobre hombre no tenía la culpa de las malas conductas de su hija. O tal vez si, por haberla consentido demasiado, pero no iba a mortificarlo por eso.

—Tenemos otro pote en el congelador. Iré por él —anunció Carol, dejándonos a solas.

Así es, pequeña diablilla, he traído DOS potes.

—Normalmente ella no es así, pero el hecho de haber tenido que cancelar su cita con ese chico la tiene de mal genio desde hace tres días.

¡¿Tres días soportándola así?! Bendita sea la paciencia de estos padres, pues yo la hubiese asesinado en cuestión de horas.

—Está bien, lo entiendo. Es adolescente, todos pasamos por eso.  Ya se le pasará la rebeldía.

El resto de la noche transcurrió con mucha más tranquilidad, puesto que ya no había nadie allí presente que me perturbara la existencia. Y no, no estaba exagerando; me sentí mucho más relajado y de mejor humor que cuando ella estuvo en la mesa.

Comimos el postre y, con mucha rabia, debo confesar que la muy insolente hasta tuvo el tino de llevarse el pote con los mejores sabores. No pude dejar de pensar en eso mientras comía chocolate con pasas al rhum, el cual había elegido sólo porque creí que era un sabor refinado, acorde a mis anfitriones. Ella, mientras tanto, estaba disfrutando de mi crema americana con frutos rojos.

Ojalá sea alérgica a los frutos rojos.

Luego de una pequeña sobremesa, Franco reiteró su ofrecimiento de enseñarme el resto de su casa. Y aunque ya era tarde y no quería abusar, tampoco quería perderme la oportunidad de conocer un poco más de esa magnífica mansión. Así que acepté su paseo, y no me arrepentí en absoluto. Esa vivienda era espectacular, cada rincón era increíble, pero mi mayor admiración se la llevó la enorme piscina que se encontraba en el extenso jardín trasero.

Joder, esto es lo único que necesita un hombre para ser feliz; un inmenso parque verde y una piscina como esta.

Ahora entendía por qué mi jefe siempre estaba de buen humor.

—Este también es el sitio favorito de Mia en toda la casa, aparte de su dormitorio —me dijo Franco, repentinamente, al notar lo maravillado que me encontraba con aquel lugar. 

No pude evitar preguntarme cómo sería su habitación. Probablemente toda rosa, llena de peluches, fotos cursis con su novio y un enorme guardarropa. Si, eso podía apostarlo; un inmenso ropero, con un aún más inmenso espejo, para reflejar toda la vanidad que esa mocosa tenía.

—Puedo entender por qué lo es. Creo que yo viviría aquí afuera.

—La verdad que yo casi no paso tiempo aquí en el verano. Son mi esposa y mi hija quienes lo disfrutan.

Si, por alguna razón era difícil hacerme a la idea de Franco perdiendo el tiempo en una tumbona, tomando el sol. Definitivamente, era mucho más fácil imaginar a su hija, con un diminuto bikini, dedicando horas a broncear su pálida piel.

Inmediatamente eliminé aquella imagen de mi mente. Jamás debería haberse formado, para empezar. 

Idiota.

—Ahm... entonces, ¿cree que finalmente ella aceptó todo esto de la custodia? —le pregunté, con el único propósito de desviar el rumbo de la conversación.

—Debo admitir que se lo ha tomado mucho mejor de lo que esperaba —me dijo, mientras caminábamos de regreso a la casa—. Desde luego, la conozco, y sé que volverá a cuestionarme esta decisión, pero pudo ser peor.

Preferí no imaginar a qué se refería con eso de que "pudo ser peor".

—Aunque, por el cariño que te tengo, debo advertirte que te prepares con mucha paciencia para tratar con ella —agregó. Nos detuvimos un instante en la enorme puerta doble, antes de ingresar—. Mia es una buena chica, y no lo digo por ser su padre; pero tiene su carácter, y a veces es difícil lidiar con ella.

—Pude ver eso —me limité a decir.

—Pero si te escogí a ti, es porque estoy convencido de que eres el indicado para ella.

Si, bueno, podíamos discutir acerca de eso, pues ni ella ni yo creíamos lo mismo. El rechazo fue mutuo, y ya podía vislumbrar lo difíciles que serían mis días dentro de muy poco. Pero ya estaba dentro, y no había vuelta atrás.

—Por mi parte, prometo hacer todo lo que esté a mi alcance para no fallarle.

—Lo sé, no eres tú quien me preocupa —dijo, riendo. Y no supe si eso debía tranquilizarme o asustarme más.

Eran cerca de las dos de la madrugada cuando decidí marcharme. Al entrar en mi departamento, me sentí dentro de una caja de zapatos. Siempre me pareció que era del tamaño perfecto para mí, pero después de estar en aquella mansión, me sentía casi un indigente. Ni cuadros de artistas reconocidos en las paredes, ni sillones caros y jodidamente cómodos, ni mucho menos una espectacular piscina. Ni siquiera tenía un jardín trasero, sólo una terraza de cemento, que era insoportablemente calurosa en verano.

Lo único que no envidiaba de esa casa, era a la mocosa insoportable que habitaba en ella.

Decidí darme un baño antes de dormir, pues necesitaba relajarme después de esta noche.
Tras diez exquisitos minutos bajo el agua tibia, con mis dedos lo suficientemente arrugados, me sequé y me acosté, deseando que las próximas horas no pasaran nunca.

Beautiful tragedy ©Where stories live. Discover now