CAPITULO 12

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LUCAS


El lunes por la mañana, mientras esperaba que Mia saliera de su clase, recibí un mensaje de Franco. Era una invitación para la fiesta del próximo sábado, con motivo de los treinta años de la empresa. Había oído acerca de los preparativos, desde ya meses atrás. Al parecer, sería un gran evento, con muchos invitados importantes y a todo trapo. No tenía dudas de eso. Había estado en dos o tres fiestas de la compañía, por diferentes motivos, y todas fueron un éxito. Tres décadas no se cumplían todos los días; Franco no escatimaría en gastos para que todo saliera perfecto, ante semejante acontecimiento.

Quien, al parecer, tampoco se restringiría en gastos era su hija. Era miércoles, y desde temprano me había avisado que iría de compras con Julieta para conseguir vestidos para la fiesta. Las recogí a las cuatro de la tarde, y tres horas después, seguían entrando en tiendas y probándose prendas. Afortunadamente Érica no era de comprarse mucha ropa y, cuando lo hacía, no me arrastraba con ella. Nunca había valorado eso. Hasta ahora.

Estábamos en la tienda número veinte mil, ya había perdido la cuenta realmente, cuando Julieta salió a buscarme. Por supuesto, yo esperaba afuera; no era tan masoquista como para someterme a compartir un espacio tan reducido con tantas mujeres enloquecidas, atropellándose entre sí. Me encontraba mirando la vidriera del local vecino, donde vendían artefactos electrónicos, cuando la sentí hablar junto a mí.

—Disculpa... Mia dice si puedes entrar un momento.

—¿Fue una pregunta o una orden?

—¿Cuál sería la diferencia? —preguntó, sin comprender.

—Pues, que si fue una pregunta puedo negarme. En cambio, si usó ese tono de Miranda Priestly...

Lejos de ofenderse por la forma en que me había referido a su amiga, Julieta se echó a reír.

—Tú la conoces bien, sé sincera.

Sin pensarlo, y todavía riendo, respondió. —Creo que deberías entrar.

—Eso pensé.

La seguí hasta el interior del local, el cual era enorme. Las vendedoras corrían de un lado a otro, con los brazos atestados de perchas con ropa, y el bullicio allí dentro era insoportable. Recién entraba y ya quería salir corriendo.

Nos detuvimos frente a un probador. 

—Está a punto de tener un ataque. No logra decidirse por ninguno, y ya no sé qué más hacer. Tenle un poco de paciencia, por favor —me rogó, notablemente cansada y harta de toda esa mierda.

Ella había obtenido su vestido en la segunda tienda a la que entraron. Simplemente lo vio en la vidriera, se lo probó y fin de la historia. Su amiga, por supuesto, era la complicada. Y aún no entendía para qué me necesitaban. A excepción de un pobre hombre que seguía a su mujer con perchas por todo el local, yo era el único masculino allí.

De repente, el rostro de Mia asomó entre las cortinas del probador con una expresión que me causó gracia, mezcla de desesperación e irritación.

—Oh, qué bueno, aquí estás.

—¿Tú, alegrándote de verme? Esto no puede ser bueno.

Puso los ojos en blanco, antes de volver a hablar. —No logro decidirme, y tal vez puedas ser de ayuda.

—¿Yo? Oh no, no entiendo nada de moda. No tengo idea de colores, géneros, estilos...

—No necesitas saber nada de eso. De hecho, si entendieras algo de lo que has mencionado sería muy raro. Aunque no me sorprendería, pues tienes ese look un tanto metrosexual que...

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora