Jimin

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Aquel día la lluvia marcaba el ritmo de un cambio profundo en mi vida; un recuerdo que conservo nítido en mi memoria. Desde la ventana, observaba a los niños reír y saltar bajo el aguacero en el patio, sintiendo un intenso deseo de unirme a su juego. Sin embargo, me veía obligado a resistirme, pues no podía arriesgarme a ensuciar la ropa nueva que mis padres adoptivos me habían regalado con tanto cariño.

Aguardaba su llegada sentado en la cama, con mi mochila a un costado, prácticamente vacía. Mi equipaje era ligero, carecía de muchas pertenencias, pero estaba lleno de esperanzas e impaciencia por comenzar el nuevo capítulo de mi vida. Mis padres adoptivos me habían dejado una impresión positiva en cada visita, endulzando nuestros encuentros con mi helado favorito de menta con chocolate. Aunque me costaba, sabía que extrañaría aquel lugar que había sido mi hogar.


—Jimin, tus padres ya están aquí —anunció la hermana con una sonrisa al asomarse por la puerta. Me levanté de inmediato, agarré mi mochila y me acerqué a ella.


—¿Estás feliz? —preguntó ella.


—Sí —respondí con una mezcla de nerviosismo y emoción.


Caminamos juntos hasta la salida, yo echaba un último vistazo a mi alrededor, despidiéndome en silencio de cada rincón familiar.


—Me alegro mucho de que una familia tan maravillosa te haya adoptado. Aunque me entristece tu partida, te voy a extrañar mucho. Sé amable con ellos, ¿de acuerdo? —me dijo con un tono cálido.


—Lo seré, me caen muy bien —aseguré, sintiendo un cariño genuino por mis nuevos padres.


—Es momento de despedirnos. Te deseo toda la felicidad del mundo —me abrazó con fuerza.


—Adiós —me despedí, alejándome de ella. A pesar de su rigidez a veces, sabía que la extrañaría.


Al otro lado de la puerta, mis padres adoptivos esperaban ansiosos. La señora Park, con los ojos rojos e hinchados por la emoción, corrió hacia mí para abrazarme. Le respondí con un abrazo, mis brazos pequeños intentaban envolverla tanto como fuera posible.

El señor Park me miraba con una sonrisa radiante, y yo le devolví el gesto, feliz. El aroma de la señora Park me era reconfortante, como una mezcla de su perfume y algún producto que usaba en su cabello, me hacía sentir en casa.

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