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"Somos como espejos, uno al otro se alegra. En nuestras vidas paralelas, mas juntos como la tierra con la hierba. El árbol que da sombra y el agua que refleja. Contienen la clave de nuestro enigma, la respuesta perfecta."





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Acomodándose contra la corteza áspera, intentó adaptar su respiración al silencio nocturno que lo rodeaba. A pesar de la oscuridad, sus sentidos le decían que no estaba solo; el bosque parecía cobrar vida con el correr de las horas y con cada pequeño sonido que interrumpía el quieto aire frío. Aquel árbol, con sus ramas desnudas que se movían levemente, parecía un guardián ancestral de secretos que solo la noche conocía. Su madre le había advertido sobre los peligros de andar después del ocaso, pero la curiosidad y la necesidad de conexión con aquel nuevo hogar pudieron más. Además, aquella noche era especial, la celebración familiar le había recordado las tradiciones y los lazos que parecían desvanecerse en la distancia con la ciudad que una vez fue su casa.

Pensó en su familia, que había atravesado millas para estar con él, en las risas compartidas y el calor del hogar que su madre había construido en aquel lugar remoto y hermoso, había hecho todo lo posible por llenar el vacío con sonrisas y un pastel de chocolate, su favorito. Sin embargo, no importaba cuánto se esforzará, siempre estaba esa silla vacía al final de la mesa, esa expectativa no cumplida. Sentía esa mezcla de comprensión y resentimiento que solo una espera prolongada puede fermentar. Sabía que su padre, ascendido a coronel y con la carga de las responsabilidades que implicaba mantener el orden y la seguridad en una zona militar, tenía poco margen para lo personal. Su madre le había explicado que aquellos sacrificios eran en nombre de algo más grande, proteger a su país, su hogar. Pero Jungkook, aunque joven, sentía el peso de una pregunta que cada vez se hacía más grande: ¿Acaso no era él y su familia también parte de ese "algo más grande"?

Agarró una piedra y la lanzó, probando si el acto fortuito podría convertirse en habilidad. La piedra rozó la superficie creando tres pequeñas ondas, un logro menor pero intencionado. Un ligero orgullo creció en él, una chispa de satisfacción en la soledad de la noche. Con la oscuridad completa, la naturaleza nocturna empezaba a afinar su orquesta: grillos entonaban el preludio, ranas se sumaban con sus croares, y en la lejanía, el ulular de un búho marcaba el tempo. Era hora de partir. Una última mirada al lago, un susurro de agradecimiento por ese momento de conexión con los pequeños milagros de la vida.

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