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JK.





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Las voces resonaban, distantes y etéreas, tejiendo ecos en su estela. De improviso, la ira y la melancolía se desvanecieron como un proyectil errante. No era sólo la ausencia de emociones lo que sentía; era como si mi esencia misma se hubiera disipado en ese universo al que anhelaba transformar con cada fibra de mi ser. Quizá la muerte de Eddy fracturó algo profundo dentro de mí, aunque en lo más recóndito de mi conciencia, intuía que había algo más en juego.

Súbitamente me percaté —aunque no supiera en qué momento sucedió—, todo se había detenido en el tiempo. Seokjin, Namjoon y aquellos hombres parecían esculturas inmóviles. ¿Acaso había fallecido? ¿Me había alcanzado la bala del agresor sin que lo notara? Mis intentos de moverme eran inútiles; mi cuerpo pesaba toneladas, ajeno a los comandos de mi cerebro. Era como si mi presencia física hubiera renunciado a responder.

Sentí una entidad detrás de mí. La curiosidad me urgía a girar y enfrentar a mi visitante misterioso, pero estaba paralizado. Luego, un roce suave se posó sobre mi hombro, tan ligero y preciso que trascendía la barrera de mi indumentaria, haciéndome olvidar la parálisis de mi ser. No había temor en mí, solo una paz abrumadora brotaba con ese contacto.

Una risa tenue me alcanzó desde las sombras, electrificando cada sentido y erizando la piel de mi nuca. Petrificado, apenas logré girarme para enfrentar la enigmática presencia que se regodeaba en su misterio.

Comencé a cuestionar mi cordura, deseando atribuir a un engaño de mi mente lo que mis ojos veían; sin embargo, a pesar de mis intentos por parpadear y desvanecer la visión, allí permanecía. De pie ante mí, una figura sonriente ataviada en ropajes oscuros confrontaba mis nervios. Su tez era de una palidez insólita, acentuada por profundas ojeras y un entramado de venas oscurecidas que serpenteaban hasta su cuello.


—¿Tan sorprendido de encontrarme aquí? —ironizó con una sonrisa arrogante y una bostezo cómplice, como si extendiera brazos y cuerpo al despertar de un largo sueño.


—No doy crédito a que tú...


—¿Que sea tu reflejo? —interrumpió con picardía.


—No... no puedes ser real.


Interrogarlo resultaba inútil; sin embargo, si aquello era tan solo un ensueño, entonces el riesgo era inexistente. Él se distanciaba de mi ser, con la mirada errante y un regreso de su sonrisa, antes de detenerse y girar para enfrentarme con una curiosidad renovada.

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