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JK

Desperté con la cálida presunción de Taehyung descansando sobre mí. Sentí el impulso de moverlo, pero lo resistí para no perturbar su sueño. El amanecer asomaba sus primeros destellos por la ventana, confirmándome que, como siempre, había abierto los ojos demasiado pronto. Apostaba a que eran las seis en punto, una costumbre inveterada que, curiosamente, heredé de mi padre.

Según Jieun, yo era un reflejo matutino de mi padre, cuyas mañanas comenzaban invariablemente a la misma hora. Pero a diferencia de él, que omitía el desayuno por distracciones varias, como sintonizar su emisora favorita o arreglar el perpetuamente descompuesto coche familiar, yo parecía despierto sin un propósito definido. Aún recuerdo las palabras recurrentes de mi padre defendiendo el viejo automóvil: "Está en perfecto estado. Sólo necesita un reemplazo de piezas". Aquella afirmación dejó de tener peso el día que el motor empezó a humear y, acto seguido, el vehículo se consumió en llamas, llevándose con él la obstinación de mi padre y la paciencia de mi madre.

Jieun se convirtió en la mensajera de las crónicas familiares, mi conexión con la figura de un padre que estuvo ausente desde temprana edad. Una oferta de trabajo irresistible le había llevado a una base militar en Corea del Norte, dejándonos a cargo de la supervivencia económica. A través de historias supe que eligió para nosotros una casa aislada, casi camuflada en el bosque, lejos del fragor de las ciudades. No capté de primeras su estrategia: la seguridad de una familia de militar sureño en el territorio norteño requería medidas extremas. Muchos puntos de su vida siguen siendo un enigma para mí, velados por su permanente ausencia.

Entonces, Taehyung se movió, girando lejos y frunciendo los labios en una mueca dormida. Liberado al fin, me senté y observé el lugar aún sumido en la paz de la madrugada. Mi esperanza de retomar el sueño se disipó junto con la quietud de la habitación.

Con un suspiro, me calcé, eligiendo mis zapatos con una apatía propia de la hora y cuidando no perturbar el silencio. Busqué en mi mochila el cepillo de dientes junto a alguna pasta, entre un abanico de marcas. Descartando deliberaciones innecesarias, opté por la de empaque más atractivo. Finalmente, me hice con una botella de agua, recordando que, pese a contar con un generador, el agua corriente no estaba garantizada.

Ingresé a la casa en busca de un baño libre. Mientras caminaba, pasé junto a una habitación donde yacían los cuerpos en descomposición sobre la cama. El hedor era insoportable, y me prometí a mí mismo que, si más tarde me encontraba sin ocupaciones, prendería fuego a ese cuarto.

SURREALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora