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A cinco cuadras de distancia, Jungkook se detuvo, su pecho subiendo y bajando aceleradamente con la certeza de que sus amigos ya no podrían dar con él. La fatiga pesaba sobre sus hombros mientras evaluaba sus opciones, solo en la calma incierta de las calles vacías que, a primera vista, prometían un cierto grado de seguridad. Razonaba que las hordas de infectados gravitarían naturalmente hacia las zonas de mayor bullicio, dejando los márgenes de la ciudad como un templo silencioso de asfalto y ladrillo.

Luego de un reposo momentáneo para recuperar el aliento, reanudó su andar, sus sentidos en máxima alerta, trazando mentalmente estrategias de supervivencia nocturna. Había descartado por completo el regreso a su hogar; era un riesgo innecesario, previsible para quienes lo buscaban. Con la urgencia marcando su ritmo, sabía que necesitaba encontrar un escondite antes de que el crepúsculo se cerrara sobre él, un refugio que ofreciera seguridad hasta el amanecer.

Jungkook se detuvo, tenía el pulso acelerado y extrajo con cautela un picahielos, su única arma, al oír ruidos sospechosos emitiéndose desde una vivienda cercana. Con la garganta seca de tensión, avanzó con pasos medidos hacia la ventana para espiar el origen del alboroto. Sin embargo, su temor se desvaneció cuando, a través del cristal, divisó a un perrito Pomerania que rascaba ansiosamente la madera de la puerta, deseando salir. El arma, ya innecesaria, resbaló de su agarre mientras se dirigía a la entrada.


—Hola pequeño, ¿en qué líos te has metido tú solo aquí? —preguntó con voz suave, agachándose para atender al can. Con ternura acarició su espeso pelaje blanco, su cuerpo relajándose con cada pincelada de sus dedos. Luego, su mirada se posó en el collar carmesí que adornaba al pequeño amigo, donde una placa de identificación resplandecía bajo la luz pálida. Sus ojos se ablandaron al leer el nombre grabado en metal—. "Eddy" —anunció con una sonrisa, a lo que el perrito respondió efusivamente con un ladrido—. Hola, Eddy, parece que eres el único aquí. ¿Quieres acompañarme? Juntos quizás podríamos cuidarnos el uno al otro, ¿te parece?


Eddy, con una cola que no cesaba de moverse, parecía más que dispuesto a seguirle; parecía agradecido por la compañía en un mundo que se había vuelto tan incierto.

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