Fin de la primera parte.

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Distraído, dejé que mi juguete se resbalara debajo del sofá. Quería pedirle ayuda a mi padre, pero la presencia de sus amigos me llenaba de timidez. Decidí esperar a que se fueran para pedirle que recuperara mi auto, no tanto por el juguete en sí, sino porque la oscuridad bajo el sofá me producía un miedo irracional.

Cuando mi madre se retiró a la cocina, uno de los amigos de mi padre murmuró algo que, aunque en voz baja, fue lo suficientemente fuerte para que yo lo oyera. Supongo que no consideraron mi presencia lo suficientemente importante como para preocuparse de que pudiera escuchar.


—Las cabezas... era imposible sostener ambas con una sola mano —comentó uno de ellos.


—Es verdad —intervino otro amigo—. A mí se me resbalaron varias veces por la sangre.


—No tenían cabello, lo que complicaba sujetarlas —agregó mi padre, desatando una carcajada colectiva mientras golpeaban la mesa con entusiasmo.


—Desde luego que era un desafío, pero tú lo hiciste parecer sencillo —comentó uno, felicitando a mi padre.


Mi padre les dedicó una mirada antes de desviarla hacia mí, ofreciéndome una sonrisa. Sus amigos hicieron lo mismo y, sin comprender exactamente qué estaba ocurriendo, mi padre cambió de tema justo cuando mamá volvió a entrar al comedor. Todos volvieron a su charla y risas anteriores, brindando con sus vasos y salpicando la mesa, mientras yo seguía sin entender el motivo de su diversión.






Mis ojos se abrieron de golpe, incapaz de comprender por qué esos sueños invadían mi mente ahora. La oscuridad me confirmó que aún era noche, y un inesperado sentimiento de nostalgia me invadió por lo absurdo del sueño. Necesitaba aclararme, así que me levanté, llamando la atención de algunos de los chicos que estaban conmigo.

Desde la ventana, me perdí en pensamientos, rechazando la idea de sentirme acorralado en esta situación.


—Tengo un plan —anuncié, captando de inmediato el interés de todos.


Con determinación, busqué mi mochila y saqué una de las armas que había guardado para un momento de verdadero peligro. Momento que, al parecer, había llegado. Lo chicos retrocedieron, sorprendidos por mi acción.


—Hey, Jungkook, baja eso. Podrías causar un accidente —Yoongi, siempre el más alerta, expresó su preocupación, aunque sabía que no había motivo para alarmarse.


—No está cargada, tranquilos. Las balas están en la mochila. ¿Dónde quedó nuestra confianza? —Les aseguré, y pude ver cómo se relajaban.


—Primero que nada —Yoongi se acercó y tomó el arma de mis manos—. ¿Cómo conseguiste esto?


—Se las arrebaté a esos hombres que nos atacaron la última vez. Tengo otra —les revelé, mostrándoles la segunda arma.


—Olvidemos cómo las conseguiste —Taehyung intervino—. Jungkook, cuéntanos tu plan. Necesitamos salir de este lugar.


—Está bien, escuchen —les señalé que se acercaran mientras sacaba una linterna de mi mochila, iluminando la oscuridad—. Mi idea puede parecer loca, y está bien si no quieren seguirme, puedo hacerlo solo.


Hubo un momento de duda entre nosotros. Mi propuesta era riesgosa, pero quedarnos significaba una muerte segura por la inacción. Mejor morir intentándolo.


Esa noche, mientras estábamos juntos trazando el plan, estaba lejos de imaginar que las decisiones de ese momento nos llevarían a nuestro verdadero infierno. Desearía que todos hubiéramos perecido en ese hotel, en lugar de enfrentar la tortura que viviríamos después.






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