Ya no estás para salvarme

13 0 0
                                    

Voy a contarte, vida, por qué lloro. Verás, ya he estado en una cárcel antes. Es solo que esta se siente como una de esas de máxima seguridad. He usado un horrible uniforme y he estado desnuda frente a miradas que asesinan. He intentado sobrevivir a tus días y a tus meses. Es que, incluso, he sobrepasado tus años. Y tú, vida, me sigues encarcelando. He intentado irme y ya no sé cuántas veces no me has dejado.

Aquí, muy dentro, todavía te siento fría. A veces te confundo con los barrotes que me mantienen aislada y a veces, solo a veces, me das paz. Yo sé, ésta es la misma cárcel de siempre. Solo que, vida, esta vez ha dolido más.

Varios días han pasado desde aquella mañana, ¿recuerdas? Esa en el que estuve a punto de ser libre. Aún trato de recordar esa sensación. Yo estaba allí, impaciente, frente a esa puerta altísima de hierro que se interponía entre el amanecer y mis ojos. Ahí estabas tú también. Recuerdo que tomaste mi mano y me dijiste que caminara recto, sin mirar atrás, sin siquiera pensarlo. Me diste un último beso y seguí tus indicaciones. Entonces caminé recto, tú y yo ya lo habíamos practicado en la celda de aislamiento. Un, dos, un dos, un dos. Caminé, vida, te juro que lo hice, como tú me habías enseñado. Pero ni la puerta se abrió ni el amanecer entró en mis pupilas. Y el día se hizo noche y tú ya no estabas.

Y recuerdo entonces que desde aquel día nunca más estuviste. Ya no tuve noticias tuyas y ni los barrotes sentía. Vida, te juro que te llamé varias veces pero nunca respondiste. Entonces actué como la cobarde que ya conocías y me rendí. Dejé de buscarte y de buscarme. Desencadené una pelea. Pedí que me llevaran a aislamiento, que me dieran esa comida horrible y que no me dijeran ni el día ni la hora. Nunca más. Empecé a vivir sin ti, vida. A caminar lento, a dormir más y a comer menos. Cuando despertaba seguía en esa horrible cárcel. Entonces, vida, yo solo dormía.

Quienes me cuidaron, vida, me dijeron que duré ahí siete meses. ¡Siete meses! Más de doscientos soles y más de doscientas lunas. De esas cuatro blancas y silenciosas paredes me sacaron llorando y hace poco más de una semana –porque pedí que me dijeran de nuevo el día y la hora– regresé a mi celda. Aún está sola. La camilla extra está intacta y la mía, bueno la mía sigue recordándonos. Pero vida, ya no estás tú ni estoy yo. Aquí solo sigue la cárcel y esa cárcel es mi cuerpo. Y vida, tú ya no estás para salvarme.

PUNTOS SUSPENSIVOSWhere stories live. Discover now