Capítulo 38

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"Llévalos a un punto del que no puedan salir y morirán antes de poder escapar"

—Sun Tzu

Capítulo 38

Me tomé el té de láudano antes de bajar a la recepción, después de todo, era una marquesa, tenía que usar corsé y largas faldas abombadas, el pesado vestido negro y un peinado que mantenga cada cabello de mi cabeza muy arreglado.

Aún en el funeral de mi propia hija.

Me tomé un segundo para ver mi reflejo en el reflejo de aquel jarrón de plata, sabía que tal vez era el color brillante y grisáceo, pero tenía la sensación de haber envejecido y perdido en el proceso. Ladeé el rostro y baje las escaleras con la espalda recta.

Tragué saliva y tomé el brazo que me daba Alejandro, sintiendo náuseas en el estómago.

Sus dedos rodearon mi mano, y yo solo pude apartarme con brusquedad. Sentí sus ojos en mi perfil, y no me pudo importar menos.

Sentía que dentro de mí todo estaba muerto. Incluso lo que alguna vez se revolucionaba a mil fuegos, solo con sus manos.

Había perdido más que una hija en esto, y parecía que nadie lo veía. Solo veían los marqueses jóvenes que podían seguir reproduciéndose.

Fue horrible y no podía evitar sentir que en cualquier segundo alguien me despertaría y me diría que esto era un chiste. Que sonreír con tristeza y sentir que el mundo se te cae no era real.

Pero no. El dolor es lo que hace nuestros sueños se pudran hasta ser reales.

Tuve que estar al lado de Alejandro toda la mañana, recibiendo personas vestidas de negro y susurrando son muy jóvenes y fuertes, Dios está con ustedes.

No conocía ni al tercio de todos los que estaban en la sala de esta casa. Así lo prefería, la verdad. Era más fácil que personas por las que no darías nada te vean en el precipicio, pues no les importa si saltas o no.

Pero de algo sí que me aseguré, cualquier persona con el nombre Beneres o relacionado, tenía el paso prohibido hacia cualquier propiedad del Marquesado Alencar.

Solo tenía que tener la imagen del que una vez llamé padre en la mente para sentir que era capaz de cualquier cosa.

Cuando pasaron tres días, recibiendo a personas y caminando alrededor de un cofre blanco que llevaba las cenizas de mi bebé, sentí que me enfermaba.

El luto por un noble era extenso, pero ese día, después de todo el recorrido, me dirigí a Alejandro.

No había sino intercambiado palabras obligadas, apenas nos mirábamos y cada uno se separaba del otro en la mínima oportunidad. Nos tocábamos lo suficiente, y aunque algunas veces actuábamos como matrimonio, si mirabas un poco más profundo, encontrarías polvo, el fuego no es amor, el fuego es destrucción, pero eso no te lo dicen, ¿no?

—Quiero que esto acabe ya, marques — susurre con voz ronca, la única que salían de mis labios rojos y agrietados —Quiero enterrarla... Quiero que mañana en la mañana se acabe esto.

Él no podía hacer eso, sabía que teníamos que esperar al rey antes de dar por finalizado el ritual.

Pero el rey podía morirse y a mí no me iba a importar menos, sentía coraje, sentía ira, y si el rey llegaba y decían que era el hijo escogido de Dios para gobernarnos, estaba segura que podía empezar a gritar desquiciada; porque un hombre tiene tanto poder y un ser ni siquiera tuvo la oportunidad de respirar.

Mi respiración se aceleró y tuve que contener las ganas de cortarme en pedazos hasta subir a la alcoba. Alicia, la que era mi doncella y la única que no me incomodaba al tocarme, me limpió y volvió a poner frescor en la herida de mi entrepierna.

Por Un Arrebato © |COMPLETA|Where stories live. Discover now