Capítulo 27: Cuando un niño nace

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—¡¿Dos semanas?!

—Sí, Franco. Dos semanas —volví a intentar levantarme. Me dolía la espalda y los dedos... y los pulmones. Me costaba respirar—. Quieto allí, muchacho. Tú no saldrás aquí.

—Usted no entiende. Tengo que salir. Luzbel está afuera. Debo buscarlo. ¡Tengo que buscarlo!

Me encontraba realmente muy histérico. Él no comprendía que cada segundo era valioso, pues si no iba en su búsqueda las huellas se borrarían de la arena y entonces, Luzbel sería arrastrado a las profundidades del océano sin que nadie lo notase.

Como si fuese alguien que nunca hubiese existido...

Como no me calmaba y me desesperaba cada vez más, el doctor optó por amarrarme en la cama. Me sujetaron de los brazos, de las piernas y al final estaba atado. Con correas que me apretaban el cuerpo. Noté un pinchazo. Y mi cuerpo se volvió pesado. La espesa oscuridad regresó a mis ojos y el tic no dejó de molestarme...

Me mantuvieron preso en esa cama por varios días, hasta que no me calmé no me soltaron. Fue allí que el Dr. Novelli, me explicó que hacía dos semanas un par de ciudadanos me encontraron enterrado en la nieve. Ellos habían ido a patinar, a jugar, a revolcarse en la nieve antes de que esta desapareciera. Mientras trataban de hacer un angelito en el suelo, uno de ellos me encontró. Estaba inconsciente y mi respiración era muy escasa. Asustados me llevaron a su carro y me cubrieron con mantas. Incluso, uno de ellos me abrazó para que el calor regresara a mi cuerpo. En general, era prácticamente un cadáver que agonizaba.

En un principio habían pensado que era un pobre desgraciado que caminaba en el momento menos oportuno, pues la nieve había caído sin previo aviso, tomando a muchos con la guardia baja. Debido a ello hubo muchísimos accidentes. La ventisca había sido muy fuerte, dando como resultado una cantidad considerable de heridos.

Yo era una de esas víctimas. Sin embargo...

Cuando procedieron a quitarme la ropa para ponerme una seca, y que de esa manera mi cuerpo empezara a recuperar su temperatura, notaron la magulladuras en los brazos. Los trozos de uñas faltantes. Las laceraciones en la espalda. Yo no era una simple víctima de la nieve, eso tan sólo había sido un efecto colateral.

No se explicaban como un individuo tan herido se hallaba en mitad del camino de piedra. (Se trataba de un camino extenso y estrecho que conducía a la laguna azul de un frondoso bosque) Así que era un paciente misterioso, hasta que encontraron mi billetera en mis pertenencias y en ella mis documentos de identidad. El carnet que me dieron como residente en el hospital fue el que más les llamó la atención y procedieron a comunicarse al ver que nadie venía por mí.

Resultaba que me encontraba en otro estado, muy lejos de donde vivía. Tan lejos, que casi podría decirse que estaba donde el diablo dejó los calzones. Cuando en el hospital que trabajaba notificaron que el hospital "María Pineda" tenía un paciente por nombre «Franco Teruel» y que dicho paciente, al parecer, trabajaba como médico residente, el Dr. Novelli no dudó ni un instante en venir a comprobar que se trataba de mí.

Y en efecto.

Tenía un estado muy deplorable. Me había abierto los puntos en la espalda así que ellos me cosieron otra vez. Me vendaron los dedos y me hicieron curaciones. No les preocupaba en gran medida las heridas físicas. Ellas podían cicatrizar. Lo que les preocupaba de veras era la infección que había cogido en los pulmones.

Debido a que nunca había nevado y que, por supuesto, mi cuerpo no estuviera adaptado a tal temperatura, además de desmayarme y tragar literalmente, montones de nieve, mis pulmones se vieron gravemente afectados.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now