12. ¿Un caballero o un asesino serial? (e)

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Capítulo breve desde el punto de vista de Débora.

Leer el final que tengo una duda.

Leer el final que tengo una duda

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CAPÍTULO 12

¿Un caballero o un asesino en serie?

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«Es de caballeros dejar sonrisas

donde otros dejaron lágrimas».

Luís Hernández

Débora

Qué cuchillo más afilado tiene por mano el hambre. Capaz de humanizar y deshumanizarnos. Esa habilidad de reducir al más noble en un animal guiado por el instinto de supervivencia. Resoplando llevé mis manos al estómago, dejando frente a mí un plató lleno de migajas. Guiada por dichos instintos más que desayunar, había engullido la comida.

Suspirando hice girar, aburrida, mis dedos. ¿Qué se supone que debe hacer una en una casa llena de extraños? Y sobre todo... ¿Dónde estaba todo el mundo?

Me sorprendía que en todo este tiempo, no me hubiese encontrado con nadie. Que Larissa me pillará fue mala suerte. De no haberme caído hubiera podido seguir vagando sin ton ni son por toda la casa sin que nadie se enterase.

Seguramente, hubiese acabado perdida en el laberinto que es esta mansión. Lo más probable es que me hubieran encontrado, días más tarde, tirada en el suelo, muerta por deshidratación o hambre.

¿A quién se le ocurre tener un castillo por casa? Insisto, no es funcional.

Lo único que consigues con seguridad es ganarte un par de desaparecidos y unas elevadísimas facturas... solo imaginarlo me dan ganas de llorar.

Que esta pudiera ser la casa de Amoos no me sorprendía. Le iba como anillo al dedo. Ya desde nuestro primer —y hasta el momento—único encuentro, supuse que estaría montado en el dólar.

Al recordar cómo nos conocimos, volví a pensar en esa seguridad, desbordante y abrumadora, que desprendía. El recuerdo logró erizarme la piel y hacerme suspirar. Esa chulería picaresca, elegante y seductora, junto a esa voz autoritaria y mirada astuta, lograban aturdir todos mis sentidos. Sonriendo pensé en la manera que sus dedos habían rozado mi piel. Fue un instante tan breve que creí que el tiempo ya lo habría hecho desaparecer, pero no. Aún podía notar el fantasma de sus manos en mis caderas, presionándolas hacía él sutilmente. También habitaba en mi mente el momento en el que su respiración acelerada me había hecho cosquillas en la piel y...

Sacudí la cabeza intentando romper el hechizo en el que había caído. ¿Qué narices estaba pensando? ¡Si apenas sabía algo de él aparte de su nombre! Tanto podía ser un caballero como un asesino en serie.

«Putas hormonas...» maldije en silencio.

Negando con la cabeza, me levanté de la mesa y me dirigí a la ventana para ver si la pareja de antes seguían ahí, y de ser así, si podrían indicarme donde estaba el dueño

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Negando con la cabeza, me levanté de la mesa y me dirigí a la ventana para ver si la pareja de antes seguían ahí, y de ser así, si podrían indicarme donde estaba el dueño.

Necesitaba hablar con él urgentemente. Quería darle las gracias por su ayuda, pedirle perdón por las molestias y huir hacía mi casa para poder ordenar todos mis pensamientos.

Mientras deambulaba por los pasillos en busca de algún guía, mis ojos curiosos analizaron cada rincón. Cada sala que abría era una joya digna de admirar. Así que eso hice. Me dediqué a ver ensimismada los tesoros escondidos tras cada puerta. Mi mano pasaba de superficie a superficie, captando las diferentes texturas: mesas de caoba rojizas, columnas de mármol frío, cortinas de damasco bordadas con sencillos patrones vegetales...

Al acabar con la planta baja, y no haberme encontrado con nadie, decidí subir y seguir mirando los retratos del pasillo. Aquel último que había visto todavía rondaba mi mente, incitando a mi curiosidad a buscar respuestas. ¿Y quién era yo para detenerla? 

 ¿Y quién era yo para detenerla? 

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¿Esta Débora enamorada?

¿Quién prefiere una casa pequeña como Débora?

Yo solo de pensar en estar medándome en la casa de Amoos y que el baño esté en la otra punta de su mansión... ¡Qué miedo!

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La Perdición del Lobo [1] ✔Where stories live. Discover now