─Es cierto ─dijo José acercándose por detrás. Gabriel y Pablo lo miraron sorprendidos─, no podéis iros con las manos vacías. Debéis llevar armas. Tomad esto ─y les ofreció una teja de loza que había encontrado arrinconada, por casualidad. Nadie supo qué decir─. Cogedla, joder, os puede ser útil.

Gabriel cogió la teja que le ofrecía José y la observó con curiosidad.

─¡Qué la teja os proteja! ─dijo José solemne.

Pablo soltó una carcajada por la estúpida ocurrencia de su amigo.

─¿En serio? ─le increpó Ramón, pero al instante tuvo que relajar un poco la expresión. En el fondo le había hecho gracia, José era único relajando los ánimos─. Bueno ─dijo dirigiéndose a los que se iban─, tened cuidado, por favor.

─No te preocupes ─dijo Pablo.

─Lo haremos ─añadió Gabriel.

Y saltaron el muro de metro y medio que los separaba del siguiente edificio. Ramón y José volvieron con el resto del grupo para explicar lo que pasaba, pues todos se habían quedado un poco preocupados al ver la escena.

La puerta de la azotea estaba cerrada, pero no con llave, así que pudieron entrar en la escalera del edificio vecino sin problemas. Una vez dentro se movieron con cautela, no sabían lo que podría haber pasado entre aquellas paredes. Afortunadamente, no encontraron nada peligroso, con lo que llegaron al portal del edificio sin contratiempos. Salir a la calle ya fue otra cosa.

La puerta del portal estaba cerrada. Se asomaron a la calle por la cristalera que tenía. Desde aquella perspectiva parecía un día tranquilo, como si no hubiera pasado nada, como si una horda de zombis no estuviera atacando la ciudad.

Recordaron la desagradable experiencia que habían tenido en el portal de su propio edificio con aquel niño siniestro. Se miraron muy serios el uno al otro y abrieron la puerta despacio. Se asomaron afuera con cautela. En la acera de enfrente vieron un grupo de zombis pegados a la pared y mirando hacia arriba mientras gemían y estirazaban sus brazos, porque unas cuantas personas estaban haciendo ruido y tirándoles cosas desde las ventanas. Ese grupo no les daría problemas si iban con cuidado. Volvieron la vista hacia el bloque en el que trabajaban y vieron la moto de José aparcada, con el candado puesto en la rueda de atrás.

—Mierda —dijo Pablo al ver que un zombi estaba merodeando cerca.

Era un hombre de mediana edad, vestido con un traje azul oscuro sucio y una camisa blanca manchada de sangre. Había perdido un zapato y arrastraba los pies al caminar, con la cabeza cayéndole hacia un lado. Lo tenían a unos diez metros y resultaba asqueroso.

—Déjamelo a mí —dijo Gabriel tragándose las nauseas y haciendo acopio de valor.

Se sentía en deuda con Pablo por acompañarle en aquella empresa suicida, lo menos que podía hacer era enfrentarse al primer zombi que encontraran en el camino.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Pablo sin dejar de mirar al zombi.

—Lo voy a matar con esto —contestó Gabriel mostrando la teja que les había dado José.

Pablo se volvió para mirar a Gabriel. En su cara se podía ver claramente que no confiaba mucho en el plan.

—Tienes que darle muy fuerte en la cabeza —explicó— sino no funcionará.

Gabriel asintió y respiró hondo.

Salió a la calle con la teja en las manos y caminó despacio, sin perder de vista al zombi, que en aquel momento estaba de espaldas. Iba haciendo un barrido visual a su alrededor a cada instante, no quería sustos. Pablo también salió y se puso detrás de él para cubrirle las espaldas.

Tiempo MuertoWhere stories live. Discover now