─¿Y si fueras en moto? ─preguntó José pensativo.

Gabriel se volvió sorprendido para mirar a José.

─¿A qué te refieres? ─sabía perfectamente a qué se refería, pero no quería dar nada por sentado, necesitaba su confirmación.

─Podría dejarte mi moto─ aclaró José.

A Gabriel se le iluminó la cara.

─¿En serio?

─Claro ─dijo José mientras sacaba de un bolsillo de sus pantalones las llaves del candado para mostrárselas─, quizá con la moto sí puedas llegar en doce minutos.

De repente el rostro de Gabriel se volvió a ensombrecer.

─¿Qué pasa? ─preguntó José.

─No he conducido una moto en mi puta vida, tío.

─¿En serio? ─preguntó Pablo un poco sorprendido.

─Es un Vespino, colega ─dijo José─ es como una bici, pero más rápida y sin pedalear.

Gabriel apretó los labios y, tras un suspiro, dejó caer los hombros. Estaba inseguro. Pero antes de que pudiera tomar una decisión, Pablo arrebató las llaves del candado de la moto de la mano de José.

─Yo te llevo ─sentenció.

─¿Pero qué dices? ─exclamó sorprendido Gabriel─, acabas de decir que es imposible.

─ Y tú acabas de decir que no sabes conducir una moto.

─Ya, pero...

─Nada ─interrumpió Pablo─, nos vamos.

Gabriel quería decir que aquel no era el problema de Pablo, que era su problema y el de nadie más, y que Pablo no tenía que arriesgar la vida por él. Pero Pablo parecía muy convencido de lo que hacía.

José sonrió.

Gabriel los miró y se sintió muy afortunado de tenerlos como amigos, además de compañeros de trabajo. Siempre habían sido un apoyo desde que llegó a Madrid, aunque Pablo había llegado al equipo un par de meses después que él.

Respiró hondo. Quizá sí podía haber una oportunidad para abrazar a su chica.

─¡Ok! ─dijo con una sonrisa valiente─, vámonos.

Justo en ese instante retumbó la puerta de la azotea. Quique ya estaba allí. Todos se estremecieron y rezaron en silencio para que la puerta aguantará las embestidas.

─Ahora sí que estamos jodidos ─dijo en voz baja Ignacio, el chico que se había encarado con Carlos.

─Me parece que no vamos a poder bajar por ahí ─comentó Gabriel.

Pablo miró a su alrededor y vio una posibilidad yendo al otro extremo de la azotea y saltando el pequeño muro que los separaba de la azotea del siguiente bloque. Con suerte podrían bajar a la calle por las escaleras de ese otro edificio. La moto de José estaba aparcada en la acera. Gabriel estuvo de acuerdo y se pusieron en camino.

El resto del grupo se extrañó al verlos alejarse. Ramón los interceptó antes de que llegaran al muro para preguntarles sus intenciones. No quería que el grupo empezara a separarse como en las películas de terror. Se sentía extrañamente responsable de sus compañeros.

Gabriel intentó explicarle la situación.

─Pero no podéis iros así, sin más ─exclamó Ramón.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora