26. No existen las pequeñas aventuras en Milán

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—No lo están pensando –dije en un susurro, esforzándome para no levantar la voz- Ustedes podrán salir en busca de los demás dioses, de esta manera no perderemos tiempo. Y será más seguro para ustedes.

—Pero, ¿qué hay de ti? –me preguntó Hazel, y luego sacudió la cabeza, provocando que algunos de sus oscuros rizos que estaban atados en su cabeza con hebillas, se desprendieran- No podemos dejarte en un país extranjero, completamente sola, pretendiendo que derrotes a un dios peligroso, tú sola.

—Asclepio no es peligroso –repuse- Es un dios pacífico, Will me habló de él, además, es hijo de Apolo, podré hablar con él y entenderlo, estoy segura que no me hará daño. Y, no es un país extranjero, está en Italia, y voy dos o tres veces por año, casi toda mi familia vive ahí.

Miré hacia delante y vi a Annabeth cruzada de brazos, con una expresión de duda en su rostro. ¡Lo estaba considerando!

—Annabeth, por favor –le rogué- Recuerdo perfectamente cuando me contaste sobre como derrotaste a Aracne y encontraste la Atenea Partenos, con un tobillo roto y sin nada más que tu ingenio. Sé que puedo hacer esto, pero necesito tu confianza, -luego miré al resto del grupo- y la de ustedes también.

Se rascó la sien derecha durante un segundo y suspiró. —Está bien, estoy segura de que puedes hacerlo.

 

 

—Me dejarás ir contigo, ¿verdad? –me preguntó y luego mordió la manzana que tenía en la mano.

Leo y yo nos encontrábamos en el “balcón” del establo, un compartimiento secreto que este tenía, que te permitía salir a una especie de cubierta algo pequeña, pero era más fácil decirle balcón. Leo la había construido para tener privacidad y una hermosa vista. En estos momentos, el lugar nos venía perfecto.

—Sabes que me encantaría, pero esto debo hacerlo sola.

—Bueno, dado que la única vez que te subestime, que fue para venir a esta misión, casi me matas, no lo haré más. De todos modos, eres fuerte e inteligente, estarás bien –me dijo encogiéndose de hombros, mientras se dejaba caer en el suelo.

—¿Qué?

Tenía las manos detrás de la nuca, los codos completamente extendidos, como si estuviese de vacaciones, me miró y sonrió.

—¿Qué de qué? Se que me has escuchado.

—Sí, te escuché, pero… precisamente por eso, creí que opondrías resistencia o algo.

Sonrió con suficiencia y movió las cejas de arriba hacia abajo, —¿Te hubiese gustado que opusiera resistencia?

Le lancé la almohada sobre la cual estaba sentada en el rostro y me eché a reír. —No seas tonto, está bien, me alegra que lo hallas entendido –sonreí y me dejé caer en el suelo, junto a él, acomodó la almohada que acababa de lanzarle para que esté debajo de nuestras cabezas- Gracias.

Sonrió y me besó en la frente, le devolví la sonrisa y lo abracé. Luego miramos al cielo para contemplar el cielo estrellado.

 

 

Obviamente, esa noche no tuve sueños tranquilos. Ningún semidios los tenía.

Me hallaba en una barca voladora, no como el Argo II, sino una barca que se movía con tanta gracia que parecía que danzaba junto al Sol. Me relajé, cerré los ojos y me dejé caer en la barca que era de unos cinco metros de largo y uno de ancho. No pasaron ni dos minutos cuando sentí peso extra sobre la pequeña embarcación. Abrí los ojos y me senté, alerta, cuando lo que estaba ahí me sorprendió con su sonrisa perfectamente blanqueada, su cabello rubio de surfista y ropa correspondiente a un chico de dieciocho años.

Fix Me {Leo Valdez}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora