Capítulo 25: Mariposas disecadas.

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–Estoy bien, Franco –dijo. Por lo que pude notar él estaba en ropa interior, lo cual suponía que durante esos dos días había estado usando esos vestidos de corte veneciano–. Acabo de llegar. Pensé que no ibas a despertar hoy.

–¿Qué hora es?

–Tarde. Es la noche del segundo día.

Me levanté de la cama y miré con aturdimiento el cuarto. Había querido creer que todo era una pesadilla, pero no creía tener una imaginación tan siniestra como para soñar algo así. Me toqué las vendas que envolvían mi espalda y el dolor era muy real.

–Te he cambiado las vendas. Si no haces movimientos muy bruscos la herida cicatrizara sin problemas.

Me di la vuelta para mirarlo y mirarlo con incredulidad, porque es que era tan común su forma de hablar que no parecía alarmado de que fuéramos prisioneros. Yo recordaba lo sucedido a medias, y lo que no recordaba lo imaginaba y cada escenario era peor que el otro. Real o no seguía siendo una escena horrible. No quería repetirla ni por asomo. Me acerqué a él que seguía sentado en el borde de la cama con su ropa interior de algodón.

—Luzbel, tenemos que salir de aquí. Ese cliente tuyo está loco, ¡Loco de remate! Debemos buscar una forma de irnos. Hay que buscar ayuda. Tal vez con la policía o... ¡No sé! ¡Pero hay que salir de aquí!

Y mientras hablaba Luzbel ni se inmutaba. Las aguas mansas seguían tan pacificas como siempre. Eso me dolió. Esperaba algo. Una reacción. Pero no se turbó, las ondas que hacía no eran suficientes para alterar su superficie.

—Eres muy tonto, Franco –musitó sin despejar sus pupilas de mí—. No importa a donde camine, él siempre seguirá mis huellas.

Tomé cuidadosamente sus manos en una suplica muda, besándole el dorso de la misma.

—Por favor, Luzbel. No puedes rendirte así. No podemos convertirnos en un títere más –apoyando su espalda sobre la cama, abrazaba sus rodillas mientras sus manos eran sostenidas por mí—. Sé que ese sujeto te ha hecho mucho daño. Sé que crees que estás encadenado a este lugar. Pero no es así. Tú no le perteneces. Te prometo que seremos libres. Buscaré una forma de que salgamos de aquí y entonces, él no podrá alcanzarte. Nunca.

—Aun cuando pudiésemos salir de aquí, ¿Crees que existe un lugar donde nadie pueda hacerme daño? –me preguntó lacónico.

Y entonces comprendí lo que quería decir con esa pregunta. Fue como un flechazo directo a mis ilusiones. Me obligué a sonreír.

—Por supuesto que sí. Ya te dije que yo lo encontraré. Confía en mí.

Pero él no creía. No confiaba. Había pasado tantas veces por la misma situación que las alas de sus esperanzas se hicieron cenizas.

—Sé cómo salir de aquí.

—¿De veras? –abrí mis ojos por la sorpresa.

—Sí. Hablé con él. Le propuse grabar una nueva cinta para él. Nos dejara ir si tenemos sexo.

–¿Qué?

–Ya sabes, sexo –hizo un ademan desinteresado con la mano–, como aparece en los videos que él te mandó. Él obtiene su cinta, tú tu libertad y yo regreso a la prostitución y todos más felices que unas pascuas.

—Estás de broma, ¿cierto?

—¿Te parece que las heridas en tu espalda son una broma?

—¡Yo no voy a lastimarte! ¡No accederé a los deseos de ese desgraciado! ¡Y tú no volverás a ese burdel de mierda!

La miserable compañía del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora