Pablo pegó su cara al cristal de la ventana que tenía tras de sí instintivamente para poder observar mejor, pero había demasiada gente en el andén y el tren se alejó y se metió en el túnel de nuevo. Entonces miró a la gente que le rodeaba. Se apelotonaban y achuchaban, cada uno buscando su espacio, unos leían otros miraban al infinito, como cada mañana.

Parada tras parada se fue despejando el tren y a la altura de Núñez de Balboa ya había algunos sitios libres para poder sentarse.

El tipo que había estado sentado enfrente de él, con la cabeza entre las manos, aún seguía en la misma posición.

Pablo solía bajarse en la siguiente parada, Diego de León y allí, dependiendo de lo cansado que estuviera, hacía trasbordo con la línea 6 para bajarse en Manuel Becerra, que le quedaba bastante cerca de la oficina, pero ese día, aun estando cansado como para hacer el trasbordo, estaba deseando salir del metro. Estaba inquieto después de lo que había pasado en Gran Vía, así que decidió salir a la calle lo antes posible y caminar desde allí hasta la oficina.

Al llegar a la estación de Diego de León se levantó y se colocó cerca de la puerta del medio del vagón, apoyándose en ella con una mano. Cuando el tren paró y activó la maneta para que se abriera la puerta se dio cuenta con el rabillo del ojo de que el tipo que había parecido enfermo durante todo el trayecto había levantado la cabeza.

Las puertas se abrieron, salió y caminó hacia la escalera mecánica, pero antes de que las puertas del vagón se cerraran pudo escuchar un grito de mujer procedente del interior del vagón. Se volvió para mirar que pasaba junto con las otras dos personas que habían salido del mismo vagón y pudo ver a través de los cristales de las ventanas como aquel tipo que parecía enfermo se había abalanzado sobre la mujer que había ocupado el asiento de Pablo cuando él había salido del tren.

Dentro del vagón parecía estar comenzando una nueva pelea, pero el tren se alejó y Pablo se quedó mirando la oscuridad del túnel. Las otras dos personas se miraron entre sí, indiferentes, comentaron algo que Pablo no escuchó y luego siguieron su camino hacia la salida del metro.

Miró su reloj de pulsera, llegaba muy tarde al curro. Dio media vuelta y subió por las escaleras mecánicas. Le gustó la tranquilidad que había en los pasillos del metro, en comparación con la parada de Gran Vía.

Al salir a la calle el sol de la mañana le cegó un poco, pero sus ojos se acostumbraron rápidamente. Se disponía a caminar deprisa hacia la oficina, pero enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien. Paró en seco y observó a su alrededor. Los coches no circulaban, estaban parados en la calzada y la mayoría de ellos tenían los motores apagados. Daba la impresión de que había habido un accidente grave más adelante. Algunos conductores aún estaban en sus coches, parecían inquietos y malhumorados, pero otros ya habían salido de ellos, quizás buscando respuestas a aquel atasco.

Había gente que se dirigía hacia el origen del problema para curiosear, que coincidía con la dirección que Pablo debía tomar para ir a la oficina. Sin embargo otros corrían en dirección contraria y parecían asustados.

Comenzó a caminar confuso ante tanto lío, miraba a todos lados, veía a gente como él, que caminaban inseguros. Paró a una chica que parecía volver de donde había ocurrido el accidente cogiéndole del brazo, parecía estar llorando.

─¿Qué cojones pasa ahí? ─le preguntó, pero la chica se soltó dando un tirón, dijo algo entre sollozos que no entendió y siguió corriendo.

Pablo la vio alejarse corriendo torpemente, otros seguían su ejemplo y se alejaban en la dirección contraria a la que él tendría que tomar. Pensó que debía ir a la oficina porque si huía como ellos, ¿a dónde iría?, ¿qué dirección tomaría? Tampoco conocía demasiado bien aquel barrio y, después de todo, ¿de qué coño estaría huyendo? Quizá se sintiera más seguro si veía lo que estaba pasando calle abajo, así que caminó por Francisco Silvela hacía la oficina, en dirección a la parada de metro de Manuel Becerra.

Cuanto más se acercaba al comienzo del atasco más revuelo encontraba. Gente gritando y corriendo en todas direcciones y coches parados de cualquier manera en la calzada.

Había un gran grupo de gente a la altura del cruce con la calle Alcalá. Para ir a su oficina debía torcer por la calle de José Ortega y Gasset, pero decidió acercarse al meollo del asunto para poder contarlo todo en la oficina, así su excusa por haber llegado tarde sería más plausible.

Se acercó con precaución, y a cada paso iba notando más intensamente un asqueroso olor a huevo podrido, a azufre o cieno, no supo identificarlo. Detrás del grupo de gente parecía haber una especie de manifestación. Daba la impresión de que había mucha gente detrás de la pequeña barrera de personas que se encontraban de espaldas a Pablo.

De repente, el grupo empezó a disolverse rápidamente, la gente empezó a correr calle arriba, en la dirección en la que estaba él, parecían muy asustados, algo debía de haber pasado, pero no se paró a averiguarlo. En cuanto los vio correr, se dejó llevar por el pánico colectivo y él también corrió. Rápidamente torció por la calle de Don Ramón de la Cruz, en la que había menos gente y se dirigió como una bala hacia la oficina.

Cuando entró en el portal se paró un momento a recuperar el aliento. ¿Qué coño había pasado? ¿Por qué y de qué huía aquella gente?

Se asomó por el cristal de la puerta, pudo ver a algunas personas que, como él, intentaban alejarse de lo que había pasado. Trotaban confundidos, volviendo la mirada hacia atrás todo el rato. Lo más seguro es que ellos tampoco supieran de que huían.

Tiempo MuertoWhere stories live. Discover now