Capítulo 2.

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Por normal general no suelo salir de casa.

 Tengo la excusa de que soy escritora y de que me paso la mayor parte del tiempo escribiendo o redactando alguna columna para la editorial, pero también es por los fantasmas. No me gusta verlos o estar cerca de ellos, evito a toda costa salir de aquí pero a veces por mera necesidad tengo que hacerlo.

Cristian marchó pronto por la mañana a la oficina, yo me quedé limpiando lo de la noche anterior y ahora me estaba vistiendo para irme a la editorial. Había quedado en pasarme por allí esta semana y puesto que ya era jueves no quería retrasarlo por más tiempo. Me puse unos vaqueros y un jersey azul oscuro encima de una camisa blanca, ropa cómoda pero formal y salí de casa hasta llegar a la parada del autobús.

Cuando alcé la vista aún no había llegado. Me siento en el banco que hay en la parada y saco la pequeña libreta que siempre va conmigo. Miro al cielo, azul y despejado mientras que oigo a los pájaros revolotear por mi espalda en busca de comida. Las urbanizaciones vacías, todos los edificios sin vida y con carteles de se alquila. El mar queda al otro lado, al final de la carretera, y hasta puedo escuchar el sonido de las olas con semejante silencio...

Por un momento cierro los ojos y vuelvo meses atrás.

Escucho los gritos divertidos de los niños tirarse a la piscina, los coches pasar, voces de gente caminando bajo el atardecer del verano, el sonido de las cometas alzarse al viento… pero, sin querer me tenso. Un aliento gélido sopla en mi nuca y me sujeto con fuerza a la libreta que está en mis manos. Nerviosa y esfumando todos esos pensamientos de mi mente saco el boli que está entre las páginas y me pongo a escribir sin sentido en la primera hoja libre que veo

La viuda del cartero estaba aquí.

Así la había llamado. Era el fantasma de una mujer vieja, arrugada y vestida de negro. Llevaba un vestido y un delantal, algo así como un ama de casa chapada a la antigua. El primer día que llegue aquí la vi merodeando por este mismo lugar detrás de un cartero. El hombre caminaba por todos los portales dejando cartas en los buzones y el fantasma de la mujer lo perseguía sin descanso hasta que este se marchaba en su motocicleta. Siempre me dió la sensación de que esa mujer esperaba una carta.

Se me quedó mirando cuando notó que la observaba demasiado. Desvié la mirada de nuevo a mi libreta y con el rabillo del ojo vi como se marchaba arrastrando un poco uno de sus pies. La verdad es que esa mujer me daba un poco de repelús, hacía un sonido extraño, como de metales cuando caminaba e intentaba evitarla a toda costa cada vez que salía de casa. Así que me entretuve hasta que vino el autobús escribiendo en mi libreta intentando no mirarla.

Una vez dentro me senté en la última fila y mire con el rabillo del ojo por la ventanilla. La mujer del cartero estaba justo pegada al cristal mirándome fijamente. Trague saliva nerviosa y cuadre mis hombros preguntandome si tendría un cartel en la frente que decía “puedo veros, si si, a vosotros fantasmas, os veo os veo”, era increíble. Miré hacia delante cuando el autobús se puso en marcha. A los pocos minutos ya dejábamos atrás la parada y esa sensación fría que me proporcionaba el alma de esa mujer.

Había bastante tráfico por lo que me baje una parada antes de la mía. Me sorprendió no ver a ningún fantasma entre las personas que paseaban por la calle así que continué mi camino sin cruzarme de acera, que eso es lo que hacía cuando veía alguno de ellos venir de frente. No quería rozarlos o que me traspasaran con su gélido cuerpo. Yo podía verlos y no podía esquivarlos porque si no se darían cuenta de que yo no era tan ciega como el resto de la gente.

Llegué al edificio de la editorial. Dejando el calor de la mañana me adentré en el gran edificio blanco y cuando lo hice fuí caminando a pasos grandes hasta llegar al ascensor.  

Caricias OscurasTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon