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Me visto con unos jeans negros ajustados, una blusa blanca y unos tacones del mismo color. Cojo el bolso y salgo de casa para irme a la empresa.

Hace dos días que Erik me dijo que nos habíamos besado. Cuando me lo dije, tuve un momento de lucidez y todo lo de la pasada noche vino a mí.

Bailamos juntos, los dos bebimos, yo lo provoqué y le bailé demasiado sensual y demasiado pegada. Me acompañó a casa, nos encontramos a Pablo y le dije unas cuantas no muy bonitas, subimos a casa y lo acorralé contra la pared. Y sin más, nos besamos. En el sofá, en la mesa, en la barra de la cocina, en la cama... hasta que nos dormimos.

Me da vergüenza mirarlo a la cara después de eso. Pensará que soy una fresca o algo, no sé. Yo lo estuve provocando toda la noche y me da vergüenza. A ver, no me arrepiento de besarlo, porque no me acuerdo más que nada. Llevo estos dos últimos días evitando quedarme con él a solas y esquivo sus miradas.

Cuando llego a la editorial, subo a mi despacho. Abro la puerta y se me escapa un jadeo al ver a Erik sentado en mi escritorio, mirando dirección a la puerta, o sea, a mí. Cierro la puerta poco a poco.

-¿Qué haces aquí? -pregunto con una mueca, rodeado el escritorio. Él se levanta y se cruza de brazos, haciendo que sus músculos se tensen.

-¿Por qué me ignoras, Diana? -pregunta con el ceño fruncido y su sexy acento sueco.

-No te ignoro, Erik. -murmuro, sacando mi laptop. Él pone su mano encima de la tapa para que no lo abra, y se apoya encima del escritorio.

-Diana. -advierte. Yo aparto la mirada de él. -Ves, eso llevas haciendo dos días.

-Es que... -bufo mirando el techo. -Me da vergüenza mirarte después de lo del otro día.

-Diana, no tienes porqué. -me dice. Yo sigo mirando el techo.

-Te provoqué toda la noche, me comporté como una fresca y luego nos besamos por toda mi casa. -murmuro.

Él me coge con suavidad la barbilla y me hace bajar la cabeza para que lo mire a los ojos. Tiene el ceño fruncido.

-No vuelvas a llamarte fresca. -me regaña. -No es malo que me provoques, tampoco te hace falta porque me tendrías a tus pies sin hacerlo. Y si nos besamos, fue por decisión mutua, punto, se acabó.

Yo asiento con la cabeza y suspiro.

-De todas formas, siento haberte provocado. -murmuro avergonzada.

-Min Gud, Dede. -bufa. -Me provocas cada día inconscientemente. 
*Dios mío, Dede.*

-¿Cómo? -pregunto confundida.

-Tienes una cara preciosa, unos labios deseables, un pelo perfecto, un cuerpo lleno de curvas en las que cualquier hombre querría perderse. Da igual lo que hagas, me provocas igual. -me dice. -No nos terminamos besando porque me provocaras, Diana.

-Pero...

-Dios. -murmura sin dejarme terminar, mirando el techo.

Pone sus manos en mis mejillas y estampa sus labios con los míos. Abro los ojos sorprendida y tardo unos segundos en corresponderle el beso. Sus manos bajan a mi cintura y ahora si que le correspondo el beso. Me sujeto en su nuca y muevo mis labios al mismo ritmo que él. Dios santo, esto si que no me lo esperaba. Aunque lo que si me esperaba es que besara como los Dioses.

Abro un poco la boca para facilitarle el acceso a su lengua, y no tarda ni un segundo en acariciar la mía con suavidad. Suelto un pequeño jadeo cuando me alza y me hace sentar en el escritorio. Muerde suavemente mi labio inferior, tirando de él, y vuelve a besarme castamente tres veces antes de separarnos.

LLÁMAME DEDE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora