Capítulo ∞ 4

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***

DANIEL

Acabo de salir de consulta con Katherin Díaz, la médica oficial del club. Me dispongo a hacer la fila para entrar al consultorio de Macarena. Hoy es el primer día de chequeo. Según lo que entendí de todo lo que nos comentó el presidente del Club, las chicas necesitan actualizar las historias clínicas, así que por eso se encuentran todos los jugadores y miembros del cuerpo técnico del R.C.D. Mallorca esperando fuera de sus oficinas.

—Siguiente.

Entro al consultorio y cierro la puerta detrás de mí.

—Hola, caleña —la saludo con una sonrisa de medio lado.

—¿Qué hay de nuevo, palmesano?

Dios, si supiera cuánto me encanta que me llame de esa forma.

—¿Empezamos con la consulta? —Tomo asiento frente a su escritorio y me cruzo de brazos.

—En realidad no es una consulta como tal —me informa mientras escribe algo en su ordenador—. Sólo tomaré tus medidas antropométricas y te haré algunas preguntas.

—Entiendo.

Empezamos con el cuestionario usual, antecedentes médicos y lesiones deportivas que he tenido, entre otras cosas.

—Necesito que te quites la ropa y te pares ahí. —Señala un lugar cerca de la camilla.

—Guau. Sí que eres directa. ¿Tan rápido me quieres tener sin ropa?

—Por favor, Daniel. Tú sabes cómo se toman las medidas, deja de hacerte el tonto.

—Lo sé, sólo me gusta fastidiarte. —Le guiño un ojo mientras me deshago de mis pantalones y quedo únicamente en bóxer.

Ella se pone de pie y se deshace de su bata blanca, descubriendo su uniforme vino tinto que hace un lindo contraste con su piel color canela. Toma una planilla y se acerca a mí. Comienza a preguntarme mis datos personales, cosas sencillas como mi nombre, edad, fecha de nacimiento. Intento responderle lo mejor que puedo, pero en realidad el movimiento de sus labios es mucho más interesante que lo que sale de ellos.

Ella levanta por un segundo los ojos de la planilla y se fija en mi brazo izquierdo. Luego continúa con las preguntas, pero esta vez soy consciente de la frecuencia con la que sus ojos se posan en mi brazo.

—¿Te interesan mis tatuajes? —la interrumpo a mitad de una pregunta.

—¿Perdón? —dice algo desconcertada.

—Que si te interesan mis tatuajes —repito—. No dejas de mirarlos y comienza a incomodarme —digo con fingida vergüenza.

Ella se aleja de mí volviendo a su escritorio y buscando quien sabe qué en los cajones.

—Lo siento, esa no era mi intención. —Cierra de golpe el cajón y vuelve a mí con una cinta métrica en la mano.

—No has respondido mi pregunta. —Levanto mi ceja, expectante. Ella pone una expresión tan seria y fría que casi me congelo en este mismo instante.

—No, no me interesan.

—Mientes —digo automáticamente.

La verdad aun no entiendo por qué me gusta molestarla tanto, simplemente encuentro la oportunidad para hacerlo así que lo hago.

—¿Podrías quedarte en silencio? Así terminaremos con esto de una vez por todas.

—Qué ruda. Me gustan las chicas rudas.

—Bien por ti. Ahora cállate y párate contra la pared.

—Como quieras. —Me río ligeramente y hago lo que me pide.

Ella comienza a medir mi estatura. Luego me pide que me acerque y con la cinta métrica mide la circunferencia de mi brazo y, casualmente, toma mi brazo izquierdo primero. Me río de esto, pero ella no parece prestarme mucha atención cuando sus dedos repasan el contorno de mis tatuajes tribales.

El roce de sus dedos en mi piel provoca que me erice de pies a cabeza. Ella no tiene idea de lo que me está provocando, así que sigue pasando sus dedos distraídamente a lo largo de mi brazo, inmersa en su acción.

Segundos después sacude su cabeza y termina de tomar la medida, para después apuntarla en su planilla.

Toma nuevamente la cinta y la pasa alrededor de mi cintura, acercándose un poco más a mí y permitiéndome inhalar su aroma. Es una combinación entre el coco y una colonia que no logro reconocer.

Es deliciosa... digo, huele delicioso.

Inconscientemente llevo mi mano hasta su cuello. Ella detiene sus manos y alza su mirada hacia mí. Con lentitud voy subiendo mi mano hasta posicionarla en su rostro, acariciando su mejilla con mi pulgar.

Ella no aparta sus ojos de los míos, a excepción de cuando los baja para mirar mis labios. Me acerco lentamente a su cuello, con lo intención de poder apreciar mejor su aroma. Ella se estremece en cuanto mi nariz toca su piel, aspirando una gran bocanada de aire. Asciendo hasta su oreja y me deslizo por su mejilla hasta que la estoy mirando nuevamente, pero esta vez más cerca. Nuestros labios a milímetros de tocarse.

—Nena... —murmuro, perdiendo la compostura.

Los ojos de ella se amplían de forma descomunal e inmediatamente se separa de mí, dejando caer la cinta al suelo.

—Hemos terminado. Ya puedes vestirte —dice con la voz entrecortada.

Vuelve a su escritorio y se sienta frente a su ordenador. Recoge sus crespos en una moña alta y comienza a pasar mis datos.

—Pero... lo que acaba de pasar...

—Nada acaba de pasar. Por favor vístete y llama al siguiente. —Su respiración es acelerada y en ningún momento hace contacto visual conmigo, por lo que puedo deducir que lo de hace un minuto le afectó tanto como a mí, pero al parecer fue de forma negativa para ella.

Comienzo a vestirme sin apartar la mirada de ella. Su nerviosismo me parece bastante tierno. Abro la puerta, pero antes de salir me vuelvo para mirarla por última vez.

—Algo está ocurriendo entre nosotros, Nena. Yo lo sé y tú lo sabes —digo en voz baja—. Voy a besarte. No sé cómo ni cuándo, pero lo voy a hacer, así que prepárate —le aviso con algo de picardía—. Además, tú también quieres besarme, no te hagas la dura.

Salgo de su despacho, seguramente dejándola hiperventilando por mi advertencia.***

¡Otro capítulo jamás antes visto! Me cuentan qué les está pareciendo ;)

Cenizas de un amor olvidado © | #1Where stories live. Discover now