Capítulo 54: Almost happy

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El siguiente día fue extraño. Después de una tremenda regañada de parte de su padre y su madre y de Becca y de Richard y después de castigarla, Nirvana se fue a la cama. Era la primera vez en días que no soñaba con Zach, de hecho no había soñado nada, o al menos no lo recordaba.

Las vacaciones habían comenzando y se buscaría algo qué hacer con ese tiempo. Ella misma declaró que ese era el momento donde renacería una Nirvana nueva. 

Bajó de buen humor hasta la cocina, todos estaban ahí, excepto su padre, ya eran vacaciones así que no podría estar trabajando. Pero no preguntó por él, solo se limitó a prepararse un cereal y comerlo al mismo tiempo que se perdía en sus pensamientos.
Su mente voló hasta aquel bosque y pudo verse a sí misma y a Zach besándose. Le había gustado pero el último beso fue el beso que lo terminaría todo. De alguna manera había conseguido que sus sistemas de alerta y todas aquellas sensaciones raras se detuvieran.

Todos estaban en silencio, su madre, a juzgar por su expresión seguía enfadada con ella. 
La noche anterior se negó a revelarles a dónde había estado, fue por eso que la castigaron.

La puerta principal se abrió, Nirvana supuso que era su padre. Y efectivamente lo era, lo comprobó cuando el hombre de plantó en el umbral de la cocina. Pero él no era el importante; en sus brazos cargaba a un pequeño cachorro color blanquecino con orejitas de un tenue color café.
Los tres hijos se aproximaron y empezaron a gritar como locos.

—¿Es nuestro, papá! ¿Es nuestro! —gritaba Aaron. 

—¿No juegues, no juegues, es de nosotros? —Nirvana casi se desmayaba de la emoción, siempre había querido tener un perro.

—De hecho, es tuyo. Pero no es recompensa por lo que pasó ayer, te lo aseguro —Respondió su padre ceñudo y Nirvana se ruborizo.

—Michael, es una preciosidad. —Dijo Elizabeth acercándose.

—Me lo regalaron de camino aquí. Su nombre es Tolkien —Dijo —Nirvana lo miró sorprendido. Tolkien, por mucho era su escritor favorito. Y también de Zoé. —Pero pueden cambiarle el nombre si no les gusta.

—¡No! —Gritó Nirvana tomando al cachorro. —Es perfecto —Casi se le salían las lágrimas de la alegría, siempre había querido un perro, y ese pequeño era más que perfecto.

Era un pequeño Golden Retriever, de color beige, tan suave como un peluche muy peludito también. En realidad eso parecía, un peluche; era pequeño y gordito, sus ojos eran negros al igual que su nariz y su pequeña boca. Dio tres lamidos a la mano de Nirvana y ésta chilló de la alegría. No se había sentido tan feliz desde hacía mucho tiempo.
Se preguntaba, a quién más le gustarían la historias de su escritor favorito para ponerle de nombre Tolkien.
Sus pensamientos fueron directo a Zach, era la única persona que compartía sus gustos de lectura, a parte de su hermano.

—¿Quién te lo ha dado, papá? —Le preguntó.

—Un compañero del trabajo, me lo encontré en el camino, tenía otros dos perritos qué regalar.

Ese mismo día salió con sus hermanos y el pequeño Tolkien a correr al campo. No regresó hasta muy entrada la noche. Le dio un baño con agua tibia y se dijo que mañana saldría a comprar utensilios y productos para su nueva mascota. 
Da Vinci no estaba nada contento, se erizaba cada que veía al pequeño peludo,  y maullaba como loco cuando Nirvana abrazaba a Tolkien en vez de a él. 

Las vacaciones siguieron su curso,  Nirvana había conseguido empleo como mesera en el Café de Sussie, al igual que Becca. Eran un desastre juntas, pero muy eficientes las dos, y eran guapas, agraciadas y con muy buen sentido del humor, era por eso que la jefa no las despedía, les hacía atraer clientes.

Los fines de semana salía con Richard al cine o a cualquier otro lugar donde pudieran divertirse, también, él la había convencido de que fueran al gimnasio juntos, cosa que no le hacía mucha gracia a la chica, los primeros días hubiese asesinado a su amigo por obligarla a ir si no hubiese sido porque las piernas y los brazos le dolían como el demonio.

Estaba completamente enamorada de su perro, Tolkien, al final del día ella lo sacaba a dar un paseo por el pueblo, siempre evitando la calle de Zach Parrish, claro.
Cada día eran menos las veces que se acordaba de él y eso la hacía sentir bien, ya no sentía lo que hace meses por aquel chico, tampoco le interesaba nadie más, a ese paso ella se juraba que no tendría otro novio hasta la universidad.

Su padre le había enseñado a conducir, después de muchos gritos de desesperación y regaños por parte de éste mismo, había aprendido en muy poco tiempo. Ahora la que iba a hacer las compras al super, era ella. Para buena cosa había aprendido, se decía a diario.

Aquel día, no esperó toparse con él. Con Zach. Ella estaba pagando en una caja y él estaba pagando en la de atrás. Por supuesto ella no lo vio, estaba de espaldas a él, pero él a ella sí, y se encontraron en el estacionamiento. Ella había estacionado el suyo a dos autos de distancia que el suyo.

Cuando lo vio solo le dirigió una leve sonrisa forzada. Vestía una sudadera negra con capucha y unos pants del mismo color, con tenis a juego, y unas gafas de sol obscuras, ella habría jurado que lucía un poco más delgado.
Ya no sabía ni cómo actuar con él cerca. Hace poco le habría dicho algo sarcástico perl lindo a la vez, o lo hubiera abrazado con ganas. Pero esa vez solo se limitó en sonreírle, aunque él insistiera en hablar con ella haciéndole una que otra pregunta a las que ella respondía con monosílabos y palabras cortas cómo: ¿Has aprendido ya a conducir?, ¿Qué tal has estado?

Al final ella lo cortó con un: Fue bueno verte. Hasta luego. Y entró al auto.

Jamás le había hablado con un tono tan seco y cortante. Pero lo hizo involitariamente, la voz le salió así al igual que las palabras.

¿Ya no sentía nada por él?
Probablemente así fuera.

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