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La mañana ingresó con leves rayos del sol decorando mi habitación, llenándola de luz, el día apenas se apreciaba desde esa distancia, me levanté estirando los brazos hacia arriba y me dirigí al balcón primeramente abriendo las cortinas y pensar: u...

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La mañana ingresó con leves rayos del sol decorando mi habitación, llenándola de luz, el día apenas se apreciaba desde esa distancia, me levanté estirando los brazos hacia arriba y me dirigí al balcón primeramente abriendo las cortinas y pensar: un nuevo día, a decir verdad, el primero del verano.

Bajaba las escaleras debatiendo en mi mente si era correcto haber aceptado la propuesta de ir a la fiesta, pero ya lo había confirmado y no existía otra cosa por hacer, inventar cualquier excusa tampoco era mala idea aunque cierto fragmento de ello me exigía ir, aventurarme unos momentos, era una simple fiesta no el mismísimo fin del mundo o similar a ello, era más bien diversión, amistades y una manera poco prudente de distraerme.

También se encontraba la "anhelada" cena con mi querido padre, después de años de haber desgraciado mi existencia *un intento nada más, Liz* me exigía mi lado que realmente deseaba ver el cambio en mi padre, volver a amarlo como tal, pero las desdichas causadas por él aún estaban latentes.

Y a veces cuesta perdonar cuando el dolor está impregnado en nuestro ser y más cuando aquel es tan difícil de digerir.

— ¡Buenos días! —saludó mi abuela preparando el desayuno de cada mañana. Le devolví el saludo, luego la ayudé a preparar el café—. Es un lindo día para recibir al verano ¿no crees lo mismo?

—Los días han sido y serán todos iguales para mí, abuela —emití un pequeño quejido con mis recuerdos invadiendo mis pensamientos. Llevé la taza de café a mi boca y le di un pequeño trago observando a mi abuela fruncir las cejas—. No sé qué es lo que mi padre querrá de mí, solo espero que no sea tan malo como este castigo.

—Aún es demasiado temprano para ponernos melancólicas, niña —sentenció acariciando mi espalda.

—Olvidé decirte algo —me sobresalté levantándome que mi silla cayó al piso realizando un estruendo, lo levanté colocándolo en su lugar y me dirigí de nuevo a mi abuela—; el sábado será la fiesta de verano y... decidí, a la fuerza, ir con Anahí y su novio, antes que digas algo, no, no beberé ni me alocaré como los jóvenes acostumbran a comportarse cuando van a una.

— ¡Oh! Claro que cuentas con mi permiso.

Nos levantamos a lavar las tazas al termino del desayuno y cada una nos encaminamos a realizar diferentes actividades, por mi lado, fui a retomar mi lectura diaria del libro que me había obsequiado mi madre hasta que Perla ingresó a mi habitación maullando en busca de comida (su apetito era colosal)

El sábado llegó tocando a mi puerta. De hecho era Anahí con una falda ajustada y una blusa fucsia en compañía de su novio en un auto que nos llevaría a nuestro destino.

El barullo de la música a todo volumen se escuchaba desde unas calles antes de llegar en las cercanías del lago, había banderines con las marcas de algunas empresas que auspiciaban la fiesta, personas ingresando con grupos de amigos, conocidos o lo que fuere, aparcamos bajo un árbol.

Los tres íbamos caminando hasta la entrada donde nos colocaron una pulsera a cada uno, el interior estaba repleto de vendedores de tragos y bebidas alcohólicas que los jóvenes adquirían con algo de facilidad.

Mis acompañantes pidieron un par de caipiriñas y yo un vaso de agua fresca, nos sentamos con nuestras bebidas sobre una banca puesta para los clientes, sólo algunos minutos fueron necesarios para que la pelirroja y su novio fueran guiados por la música en los altavoces.

Me quedé ahí cual perro al que acabaron de abandonar recientemente, observando cómo se alejaban, no los culpo, eran parejas y necesitaban divertirse, no podía contagiar mi amargura a unos enamorados.

Con mi soledad descubierta, pedí un refresco y me dispuse a escuchar tontamente las músicas que brindaban al público.

Las indiscutibles flechas de Cupido llegaron a mí con un tremendo flechazo, o más bien ¡con un pelotazo! —literalmente—. Mi refresco se esparció en la arena, mezclándose así con ella, mi rostro de pintó de un rojo intenso recibido por el impacto de un balón, llevé mis manos a ellas y sentí el ardor vivo en mis mejillas.

— ¿Te encuentras bien? —oí las palabras proveniente de un chico al cual veía borrosamente por el anterior impacto.

Me ayudó a levantarme y me sostuvo en mi intento de ponerme de pie.

—Supongo que un pelotazo es lo que necesitaba para estar bien — admití con ironía volviéndome a sentar en la banca con una gran cantidad de vergüenza emanando en mi interior.

—En serio, perdona, estábamos jugando con unos chicos cuando se me escapó el balón.

—Y tenía un gran entusiasmo por visitar mi rostro ¿no? — interrumpí arreglando la poca cordura que me quedaba luego de ser víctima de un balón volador.

—Prometo que te recompensaré, no fue mi intención, de verdad — mencionó agachando la cabeza lanzando un breve suspiro casi inaudible—. Te parece si... Hmmm mejor, olvídalo.

—Dilo.

—Aceptarías... ¿ir a bailar?

— Bien —sentencié con un estado a punto de estallar como aquel balón había estallado en mi rostro.

Así fue cómo lo conocí.

Nos mantuvimos bailando por horas con la arena colándose por nuestros pies descalzos; hablamos sobre cosas tan insignificantes que por un momento de ese tiempo recobre la memoria de que había venido con compañía y me tranquilicé cuando los vi bailando aún.

Aquel chico me reconfortaba de una forma tan extraña pero casi agradable, lo analicé secretamente, rubio de ojos claros y tés blanca, alto, con lunares en su rostro y una pequeña cicatriz en lo bajo de su cuello que su camisa medio desabrochada dejaba a la vista.

Nuestros pies se cansaron de ser obligados a estar en constantes movimientos raros, el chico llamado Jeremías me propuso sentarnos en la orilla del lago.

Así lo hicimos, nos sentamos mientras los pequeños intentos de olas chocaban con nuestros pies y en un silencio ambos observábamos las estrellas sumidos en nuestros propios pensamientos. Sus ojos claros dieron con los míos en una inesperada cruzada de miradas que nos atrajo seductoramente.

Deseando que nuestros labios se conocieran...

En aquel momento no pude descifrar si lo que me llevó a realizar aquello fue porque me dejé llevar o porque la curiosidad de indagar más halla me apresó, o su mirada fue la que me cautivó con las ansias de probar esos labios que se acercaban minuciosamente a mí esperando a que cediera y no que sea uno forzado... uno robado.

Aquel beso jamás lograría, ni logró llegar a complementar las fuertes sensaciones que experimenté con Matías, con él fue algo único e incomparable, lo amaba con todo lo que pudiera pero estaba cansada, exhausta de la vida misma que me incitaron a adentrarme en otros labios que no fuesen los que yo deseaba.

El amanecer nos recibió a todos en la fiesta, con todos sus colores que ya se me hacía tan familiar y varios estallidos de algunos fuegos artificiales que fueron lanzados casi invisibles por la luz del día que no los dejaba ser apreciados. Reí por la pequeña mala organización de esa fiesta.

Anahí se marchó con su novio cuando Jeremías le informó que me llevaría él mismo.

Jeremías me acercó a la casa de mi abuela donde supuse que aún estaría dormida y se despidió con la promesa de que aquello no terminaría sólo en una fiesta de verano.

No quería que lo viera como a los típicos chicos, sino como uno más especial.

Antes de que amanezcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora