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Era sábado, llegó a casa cercano de las ocho a

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Era sábado, llegó a casa cercano de las ocho a.m. el sonar del timbre hizo que mi corazón palpitara *¿y ahora que haré? aún no estoy lista ¿Qué pensará de mi así? ¿Creerá que habré olvidado que vendría? ¡Basta! te haces demasiadas preguntas, sólo arréglate y sal* ahí estaba la típica Liz cuestionándose todo *¿qué me pondré? ¿Qué se ponen las personas para ir a una simple cafetería? No es buen momento para pensar tanto* me decía a mí misma tratando de controlar tantos nervios alborotados.

— ¡Hasta que al fin decides bajar! —ahí estaba él, esperando con una gran paciencia ejemplar a nuestros alrededores—. Ya es hora de irnos ¿estás lista?

—Perdón por la espera es que... —traté de excusarme cuando él me interrumpió.

—Mejor ahórrate las excusas para más tarde —estaba siendo sarcástico como lo hacía a menudo.

— ¿A dónde piensas ir con ese muchacho Liz? —era mi madre, que ahora que lo recuerdo, en ese momento no había pedido permiso para salir.

—Lo siento, lo había olvidado, él es ammh... Matías, el chico del que les había hablado a ti y a mi padre el otro día, me invitó a salir y pues... quisiera ir —junté mis manos implorando que me diera un "sí" como respuesta.

—Está bien Liz, sólo que no se entere tu padre, ya sabes cómo se pondrá si se llegara a enterar —mi madre era más flexible que mi padre en ese sentido, era en cuestiones algo así como: mi cómplice—. Y no te metas en problemas, ya conoces las reglas.

—Gracias mamá, no te preocupes, te prometo que nada malo pasará.

Llegando a la cafetería me digné a romper tanto silencio que habitaba entre Matías y yo.

— ¡Aquí es!

*¿No tuviste algo mejor que decir? Tanto silencio sólo para que digas "aquí es" que original eres Liz, te mereces un aplauso felicitándote por tal ingenio* y yo de nuevo hablándome a mí misma, parecía ridícula.

Entramos al lugar, noté que habían pintado las paredes de un verde prado que me traía recuerdos de días de verano recostada en el césped observando las nubes pasar, el aroma era de café recién preparado... la sensación de estar en mi hogar en días de invierno en las cuales solía congelarme las manos jugando con la nieve blanca, tan blanca que platearon con el tiempo las canas de la cocinera que presurosa preparaba los pedidos de las personas en el lugar.

—Oh, está bien, así que no queda lejos de casa —me dijo con un tono curioso—. Pediré una taza de café y unas madalenas, soy algo goloso.

— ¡Así que, "algo goloso" para ti significa pedir media docena de madalenas! —le respondí en forma burlona al ver que la camarera nos traía nuestro pedido.

Matías por un momento casi lograba enriquecer a la cafetería.
Lo bueno en él, es que respondía una broma con diez bromas más, eso me encantaba, sabía levantarme el ánimo las veces que quisiera y sin esfuerzo alguno, así era él.

— ¡No te burles mi pequeña Liz, la vida es muy corta para hacer dieta! —mencionó con algarabía.

Me sorprendió que me haya dicho "mi pequeña Liz", aún trataba de asimilarlo, no sé qué le habrá ocurrido para llamarme así, pero de alguna forma, eso no me molestaba en absoluto, de hecho me pareció tierno que alguien como él se refiriera a mí de esa forma, me hizo sentir enérgica y hermosa, pero quizás sólo lo había dicho por decir; no importaba cual fuese la razón, me quedé con la idea de que lo dijo por cariño.

— ¿Te encuentras bien? —inquirió preocupado al notar que estaba volando entre mis pensamientos como era de costumbre—. ¿Te molesta el lugar o acaso el problema soy yo? Aún no has tocado tu café.

—No es eso, es que así soy yo por desgracia —enarqué las cejas—. Estoy conversando y de repente me pongo a pensar en miles de cosas —movía las manos de un lado a otro tratando de explicárselo mejor.

—Y... ¿en qué piensas ahora mismo? —dio un mordisco a una de sus madalenas y llevó la taza de café a sus labios, me observó detenidamente expectante a mi respuesta.

—De que, creo que te agrado —admití luego de algunos segundos muy incómodos en silencio.

—Tienes razón, me agradas bastante —sonrió—. ¡Cómo no me agradaría una chica que se la pasa viajando a la luna!

— ¿Enserio piensas eso de mí? —coloqué mi mejor cara de niña enojada bajando la mirada y cruzando los brazos en signo de molestia.

—No, no pienso eso de ti.

—Entonces... ¿qué es lo que piensas sobre cómo soy? O ¿qué crees de mí?

—Pienso que eres una chica muy hermosa, lista e interesante —me sonrojé—, y que... intentas ser alguien mejor agradando a todos, la influencia de tus padres en tu vida hace que quieras salir adelante a como dé lugar, se nota que no te interesa ser como ellos. También pienso en lo mucho que me fascina tu cabello oscuro y salvaje, que tus ojos son los más azules y lindo que he visto en mi vida, lo cual me encanta, tanto como cuando sonríes.

Era lo más lindo que alguien me podía haber dicho, si ya me había interesado en él... en ese momento me encantaba, además me percaté de que Matías también estaba interesado en mí, fue algo cómico porque sólo teníamos once y doce años (él era mayor por unos meses) lo sentí así por el hecho de que éramos unos niños que todavía no tenían idea de lo que sentían, quizás para el resto del mundo así sea y lo vieran de esa forma, pero para nosotros sólo fue el comienzo de algo grande.

Salimos de la cafetería, aprovechamos para que le mostrara la ciudad, pasamos por el parque, había una gran cantidad de palomas y de personas tomando sol o simplemente disfrutando del bello día que se apreciaba. Seguidamente pasamos por una biblioteca donde presté un libro sobre "El Alquimista" de Paulo Coelho, nos cruzamos con una vecina, la Srta. Morfie, me di cuenta de que estaba más cambiada *cómo pasa el tiempo cuando uno no sale después de mucho* pensé antes de soltar una carcajada. Seguíamos caminando y llegamos hasta una librería, Matías aprovechó para comprarse unos lápices y un solo cuaderno, a lo que me pareció raro e intervine.

—En la escuela necesitamos por lo menos siete cuadernos —accedí a comentarle.

—Lo sé, la profesora Mirta ya me lo había comentado, sucede que la pequeña cantidad de dinero que tenía ahorrado lo gasté en la cafetería y lo poco que me quedó del vuelto solo me alcanzó para comprarme estos lápices y un cuaderno.

Me sentí mal por un momento *gastó el poco dinero que pudo ahorrar sólo para invitarme a salir aún sabiendo que debía comprar útiles para la escuela* me dispuse a considerar, sé que era bastante amable de su parte pero sabiendo cómo estaba él económicamente me sentí muy triste y apenada, no por él, sino por mí misma, tanto que derramé una lágrima (Matías lo notó).

— ¿Por qué lloras mi pequeña?

—No es por nada, no te preocupes —me negaba a decirle cuál era la razón de mis lágrimas.

—Si es por lo que te comenté no tienes de que preocuparte —intuyó—. Empezaré buscando trabajo, sé que soy un niño pero no puedo permitirme que mi madre haga todo el trabajo duro, debo ayudarla luego me dispondré para comprar lo que haga falta y te invitaré de nuevo a salir, claro, eso si tú quieres, pero ahora es momento de irnos a nuestras casas.

A parte de hacerme sonreír de alguna manera no cabía duda de que también poseía la habilidad de tranquilizarme, no sabía de dónde habrá salido él o por qué razón podía cambiar mis estados de ánimos tan fácilmente, pero de lo que si estaba segura era de que me encantaba tenerlo cerca... verlo sonreír, escucharlo, quería pasar más tiempo con él.

Antes de que amanezcaWhere stories live. Discover now