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La semana luego de lo ocurrido comenzaba, en el instituto lo único que hacía era evitar a Matías, aún no estaba preparada emocionalmente para enfrentarlo y aunque lo estuviese, no tenía caso

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La semana luego de lo ocurrido comenzaba, en el instituto lo único que hacía era evitar a Matías, aún no estaba preparada emocionalmente para enfrentarlo y aunque lo estuviese, no tenía caso.

En esos días pedí, más bien rogué a mi padre que fuera él quien me buscara a las salidas "que estaba más cómoda así y a veces era agotador caminar de regreso a casa". Aún con mi insistencia se negó, no tuve de otra que regresar en el bus escolar.

Por las mañanas salía temprano de casa para que cuando Matías viniese no me encontrara y me dirigía a siete cuadras, en la casa de otra compañera para esperar allí el bus ya que la casa de Verónica era algo lejano y la llevaban sus padres.

Así pasaron esos días, sin Matías intentando pedir explicaciones y yo sin ganas de dárselas si así lo quisiera.

—Liz, hija ¿hasta cuándo piensas estar así? Soy tu madre, puedes confiar en mí, si me lo dices podríamos resolverlo juntas. Callándote no lograras nada más que hundirte tú misma, solo quiero ayudarte, esto no te duele solo a ti, con tu dolencia también sufro como si fueran propios —la escuchaba hablándome a través de la puerta de mi habitación.

Reflexioné un poco en sus palabras, pensaba que tal vez debía contárselo, después de todo tenía razón, necesitaba de alguien que me brindara consuelo y quién mejor que mi madre. Dejé mi almohada a un lado de mi cama y me levanté a entreabrir la puerta y dejar que mi madre ingresara, no a mi habitación, más bien a lo que me perturbaba para darme calma en mi tormento y ver un poco de esperanza a través de sus palabras.

— ¿Qué es lo que te sucede hija?

Entonces se lo cuento todo, detalladamente, desde mis más profundos sentimientos por Matías, de todas las cosas hermosas que pasamos en esos años hasta ese momento y sobre todas las cosas que me hizo creer para luego dejarme en duda cuando lo observé con otra chica, mucho más bonita y Matías obsequiándole una enorme sonrisa como las que solo él sabía dar. Terminada mi eterna confesión me encontraba sollozando en los brazos acogedores de mi madre y ella me acariciaba brindándome el consuelo que necesitaba.

—No sé qué es lo que me sucede, nunca en mi vida me había sentido de esta forma, es algo mucho más fuerte que yo.

—Tal vez resulte bochornoso para ti, pero para cualquier persona esos son "celos". No en el aspecto enfermizo que suelen anclar a veces las personas, si no en esos celos que indican un amor sano y verdadero, que llega a traer consigo miedo... miedo por perder a esa persona porque de verdad la quieres...

Mi madre seguía hablándome y explicándome más a cerca de esa palabra tan desconocida para mí, tan imperceptible que traía consigo un poco, o mucho de verdad, me comporté de forma extraña al saber que Matías vería a otra persona y mi mundo se desboronó cuando lo vi con esa persona, tal vez tenía "celos" como me explicó mi madre. De alguna manera era verdadero lo que sentía por él y mucho más verdadero era el hecho de que me aterraba la idea de perderlo... de no tenerlo más.

—Entonces hija ¿por qué no has hablado con él? Tal vez no es como piensas y lo estás juzgando sin saber qué es lo que sucedió en realidad.

—Pero yo lo vi mamá, a él y a aquella chica hermosa en el parque, estaban felices, estaban... juntos.

—Los ojos engañan, solo ven lo que quieren ver y no la verdad en ello, hija ¿te has puesto en el lugar de Matías? —niego y ella prosigue—. De seguro le estará doliendo tu indiferencia sin siquiera explicarle el motivo o sin que conozca tus razones.

—Solo no puedo creer que lo haya hecho, en cómo fue que pasó, él... cambió —me dolía expresar eso.

—Si en algo estoy segura es que las personas que tienen bondad en su corazón, no cambian de la noche a la mañana, necesitas hablar con él y que te llene de respuestas cada duda que posees, prométeme que hablarás con él, hija —asiento, nos conciliamos un abrazo, uno que nunca descubrí en ella, pero me agradó.

Era la primera vez que le confiaba todo lo que tenía dentro de mí a mi madre, nunca tuvimos un momento madre-hija que conlleve a contarnos todo lo que realizamos durante el día o que simplemente sobrepase las fronteras y se convierta en mi mayor confidente, amé aquello que se formaba en medio de nosotras, sentí recobrar energías junto con una cálida confianza luego de tanto tiempo alejada de ella, solía estar a mi lado, pero no como debería, con amor y sosiego como lo estuvo esa vez.

Concluida nuestra charla, mi madre se disponía a retirarse de mi habitación para preparar la cena que mi padre estaba por llegar a casa y vendría cansado luego de un día muy pesado en el trabajo, la observé caminar a mi puerta y la detuve con mi voz:

—Mamá... antes de que te marches...

—Dime hija.

—Te quiero.

—Y yo a ti —me obsequió una sonrisa como una especie de arcoíris invertido, en verdad ella no esperaba que le dijera esas palabras.

Estaba en mi habitación, analizando...

Nunca había dicho a mi madre que la quería, ella siempre estaba en sus quehaceres, solía ser arrogante como mi padre, pero de a poco fue retomando una nueva actitud, una mucho mejor, comenzó a cambiar el día que conocí a Matías, desde ese momento me ha brindado su apoyo, supongo que veía en mí algo de ella y se sentía estar a tiempo de cambiar, de ser mejor persona... y lo fue, porque uno nunca está perdido si no quiere perderse.

Aquel "te quiero" se me salió atorado del alma, se lo dije más bien como un "te perdono", la perdonaba por todo lo que no logró en mi vida, cuando aún era niña y debía marcar su lugar en mi corazón, por su arrogancia y otras cosas más que quedaron en el olvido... la perdonaba, la quería y qué mejor forma de hacérselo saber.

Algo debí haber hecho bien para merecer una madre distinta con la que crecí, pero aquel solo existe en una lejana memoria, me quedé con esa madre renacida; la que de verdad quería.

Antes de que amanezcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora