5

178 71 14
                                    

Como lo había prometido: llegó a casa al otro día luego de que mi padre se marchara rumbo a su trabajo, no me sorprendió que fuese precavido esa vez y que esperara a no encontrarse con él después de lo ocurrido aquel domingo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Como lo había prometido: llegó a casa al otro día luego de que mi padre se marchara rumbo a su trabajo, no me sorprendió que fuese precavido esa vez y que esperara a no encontrarse con él después de lo ocurrido aquel domingo.

Lo observé llegar desde la ventana de mi habitación, tocó el timbre, lo noté algo nervioso e inquieto, jugaba con sus manos, se acomodaba el cabello, mordía frágilmente sus labios, me hubiese quedado más tiempo observándolo de esa forma pero mi intención no era hacerlo esperar.

Bajé algo irritante las escaleras con mi mochila a rastras de regañadientes, la razón era simple: odiaba los martes así como también los jueves (días en los que tenía mis prácticas de violín). Llegué hasta Matías tratando de ocultar mi disconformidad para que él no lo notara aun que se me hacía difícil.

— ¡Vayan con cuidado chicos! —se escuchaba a lo lejos la minuciosa voz de mi madre antes de que Matías y yo subiéramos al bus para encaminarnos al Instituto.

Recorríamos su interior en busca de asientos que se encuentren disponibles para nosotros, al encontrarlos me senté del lado de la ventanilla, me quedé sumida entre mis pensamientos como de costumbre, observando el camino que transcurríamos.

—Si no lo deseas simplemente no me lo digas, en cambio, si necesitas de alguien, sabes que me tienes a mí para lo que sea.

— ¿Por qué lo dices? —indagué.

—Porque no eres aquella Liz alegre de siempre, presiento que algo te disgusta.

—Tienes razón —me propuse a confesarle mi desagrado—. Es que... —hice una maraña con mis dedos entre mi melena salvaje—. Esta tarde debo asistir a mis clases de violín.

—Ahora lo entiendo, ya me habías mencionado antes lo mucho que te desagradan esas clases.

—Se supone que con tantos años de práctica ya debería haberme acostumbrado y por lo menos tocar por eso tal vez... por costumbre.

—Pero no por esa razón debes obligarte a ti misma a que te guste algo que te desagrada totalmente —me aconsejaba él—. Después de todo, estoy seguro que te ves hermosa concentrada con el violín.

Evité lo último y nos bajamos pausadamente para dirigirnos al aula de clases. Al llegar noté que se encontraba Verónica en el lugar que le correspondía a Matías.

—Espero que no te molestes pero necesito hablar con Liz urgente —Verónica le dirigió la palabra.

—No te preocupes, me mudaré "sólo por ahora" al asiento de enfrente. —respondió Matías.

—Tranquilo tonto, no te la robaré —se burló ante su comentario. Supuse que tendría a dos parlanchines escupiendo bromas, Matías: porque era típico en él. Y Verónica: mera necesidad de burlarse de dos tortolos enamorados que no lo admitían—. Liz... acabo de encontrar una carta de mis padres biológicos, sólo estaba escrito sus nombres, ningún apellido en ellos.

— ¿Cómo fue que encontraste la carta? —pregunté sorprendida y llevando mis manos a mi boca para cubrirla.

—Ayer fui al orfanato a investigar entre mis cosas que había dejado allí porque ya no las quería, hallé una foto mía de cuando apenas era una bebé, al dorso estaba escrito la carta firmada por quienes creo son mis padres biológicos, luego seguí hurgando en busca de más información y conseguí una postal de Italia, creó que fueron allí.

— ¡Es un buen comienzo que cuentes con tu primera pista para encontrar a tus padres! —la elogiaba con mi entusiasmo al aire.

Me han dicho desde muy pequeña que el espacio posee miles de estrellas por descubrir, varias olas que montar, varios lugares por recorrer y una historia que contar, cada uno de nosotros procedemos de algún pedazo de historia y Verónica era una de ellas:

Desde que nació, pasó siete interminables años en un orfanato donde solían comer comidas bastantes detestables y para nada apetitosas que preparaban las monjas quienes también eran sus maestras, eran varios niños que... así como Verónica, esperaban ansiosamente a ser adoptados por una bella familia.

Año tras año su esperanza moría al ver llegar a una pareja al orfanato que buscaban a un niño o a una niña para adoptar para llenarles de amor y que nunca terminen eligiéndola a ella; se preguntaba el por qué precisamente le toco vivir eso. Tiempo después dejó de entusiasmarse cada ocasión que alguien llegaba queriendo adoptar. Había perdido las esperanzas...

Un día, una pareja recién casada llegó al orfanato inspeccionando a todos los niños ideales para llevar a casa... ninguno los convencía, hasta que vieron a Verónica, una pequeña niña alejada de los demás con un rostro bastante triste pero dulce a la vez, no dudaron en adoptarla y brindarles todo su amor con abundante cariño, pero Verónica jamás se resignó a averiguar quiénes eran sus padres biológicos y tratar de descubrir la razón por la que la habían abandonado en aquel sombrío orfanato sin dejar ni tan sólo un rastro de sus existencias.

Esa era la nefasta historia que cargaba Verónica al igual que Matías y todas las personas, todos tenemos una historia que contar, que nos identifica, que nos hace ser nosotros, algunos quizás aún por realizarlas.

Había momentos donde me sentía un poco o muy desafortunada al saber que personas que no eran sus padres biológicos la amaban tanto como si lo fueran, la apoyaban y la consentían en todo, no como mis padres que no solían demostrarme su cariño...

Cuando la maestra nos dejó salir al descanso iba caminando con Matías y Verónica por los angostos pasillos del Instituto y sin darme cuenta... tropecé.

—Eso es lo que pasa cuando piensas demasiado hasta olvidarte de que ibas caminando —comentó Verónica.

Me sentía tan apenada en ese instante, todos en la escuela habían visto "la gran caída de Liz", mi sándwich se echó a perder sobre mi blusa rosa claro.

— ¡Se nota que sabes caminar! —se oía burlas.

—No les hagas caso —Matías me ayudó a levantarme (créanme si les digo que si no fuera por él me quedaría tirada en el piso) comenzó a buscar algo de su mochila—. ¡Aquí tienes! —me ofrecía su merienda.

—No tienes de qué preocuparte, estaré bien —accedí a responder.

— ¡Desayuné bastante antes de venir, si comiera un bocado más podría estallar! —insistió Matías.

Admiré esa gentileza que no muchos tienen, sinónimo de educación, no le importaba quedarse sin nada con tal de darme siempre lo mejor a mí.

Recuerdo que al terminar la clase fuimos juntos a nuestras casas, me volvió a acompañar hasta mi puerta.

Sigilosamente se acercó a mi oído para decirme "te veías bonita esta mañana" depositando un suave beso en mi frente y se retiró sonriendo por tal hazaña.

Antes de que amanezcaWhere stories live. Discover now