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Al bajar a la cocina mis padres se encontraban desayunando unos apetitosos waffles con huevos y jugo de naranja, el rostro de mi madre denotaba ansias de derramar lágrimas mientras que el de mi padre era tan normal pero en su mirada había un ápice...

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Al bajar a la cocina mis padres se encontraban desayunando unos apetitosos waffles con huevos y jugo de naranja, el rostro de mi madre denotaba ansias de derramar lágrimas mientras que el de mi padre era tan normal pero en su mirada había un ápice de maldad e ingenuidad.

— ¿No te sientas a desayunar, hija? —mi padre señaló la banca libre en la mesa, asentí y me serví algo de lo que había para desayunar.

—Ya cuéntale tu decisión Gregorio, no la dejes con las dudas —insistió mi madre expulsando un suspiro y mirándome de reojo intentando hacerme sentir más tranquila y disipar tantos nervios infiltrados.

—Irás a vivir con tu abuela, es la única manera de mantenerte alejada de aquel chiquillo —impuso con autoridad—. Tienes dos horas para empacar tus cosas y despedirte de Verónica, temo que con ella tampoco mantendrás contacto para saber sobre "tu príncipe encantado" que no es más que un mugroso campesino.

—No puedes hacerme esto, no puedes alejarme de él, papá ¿por qué eres así conmigo? ¿qué hice para merecer tu desprecio? —negué con la cabeza intentando atajar mis sollozos.

—De hecho, ya lo hice, mírale el lado bueno, posees la oportunidad de conocer a personas nuevas, la escuela allí es fenomenal, quien sabe hasta podrías llegar a enamorarte de una persona con escrúpulos.

—¿Acaso Matías no los tiene? ¿qué sabes tú de él? No sabes nada, eres un ser con una coraza de piedra en vez de corazón, no te reconozco ¿dónde está el padre que un día derramó lágrimas al verme entrar a la escuela por primera vez y a cada salida me compraba algodón de azúcar o palomitas de maíz observando a los transeúntes en la banca del parque y luego me hamacaba fuertemente en los columpios porque le exigía que quería sentir el cielo con mis pies e íbamos a casa ocultándole secretamente a mi madre algunos raspones porque se alteraría, del que no se negó cuando le pedí traer un gatito a la casa, el que me amarraba los cordones y me enseñó a amarrarlos sola, el que me leía cuentos de princesas o de hadas cuando estaba por llover y temía al ruido de los truenos, aquel que en ocasiones cuando íbamos a casa de la abuela decidía poner las canciones que yo quisiera oír en el trayecto por más infantiles que fuera, dónde quedó ese padre? Eres tú el que no tiene escrúpulos —lo enfrenté empapada en lágrimas.

—Ya no más, es suficiente, ve a realizar lo que te ordené, en poco tiempo nos marcharemos para dejarte allí, si no empacas tus cosas irás sin nada, sé que no te permitirás marcharte sin despedirte de Verónica.

Subí a mi habitación cerrando mi puerta con brusquedad queriendo encontrar las respuestas a la actitud de mi padre, ya no había nada por hacer, por intentar, hablar con mi padre era nadar contra la corriente, por más que intentes hacerlo terminará por arrastrarte lejos, empeñando alejarte a lo que intentas con esmero acercarte.

Estaba devastada, más que rendida, mi corazón y todo mi interior se partía en una infinidad de pedazos, los veía caer uno por uno junto con miles de recuerdos sublimes que compartí con Matías, lamentaba no poder tenerlo más, abrazarlo con ternura y espontaneidad, por sobre todo, lamentaba no volver a sentir que sus labios se adueñen de los míos fulminantemente, no volver a ver su sonrisa tan arqueada, sus bromas, sus ojos irradiando tanta luminosidad que terminas por contemplar y compartir su felicidad, su actitud tan vivaz, tan audaz, tan infantil y tan maduro a la par, combinaba tan bien esos conjuntos en él que terminé por asumir lo que sentía... lo que ambos sentíamos, de eso ya no quedaría nada.

***

Mi padre me llevó a casa de Verónica para despedirme de ella y de sus padres, dudando de que si iba sola me despediría también de Matías.

—¿En serio te vas? —preguntó y yo asentí—. ¿Ahora a quién le diré cuando esté cerca de encontrar a mis padres? ¿quién soportará mis berrinches y mi tonta bipolaridad? ¿quién compartirá conmigo lo mejor de mi vida como lo hice contigo, Liz? No quiero que te vayas, no sé qué haría sin mi mejor amiga, la que me ayudó a salir de mi burbuja a conocer el mundo.

—Tus palabras me duelen, no quiero alejarme de ti, de Matías, de nadie, aquí tengo mi vida, ustedes lo son, haya no tengo nada, no los tendré a ustedes ¿Quién guardará mis secretos como lo hacías tú? —le brindé una risa casi fingida y nos abrazamos tan fuerte sin ánimos de despegarnos de la calidez de nuestro abrazo.

—¿Me mantendrás al tanto de lo que pasé, Liz?

—Mi padre evitará todo lo que me mantenga en comunicación con ustedes, desde celulares en la casa, computadoras, correos, todo. Totalmente como si fuese que desaparecí de esta Tierra.

—¿Me prometes que alguna vez vendrás de nuevo a visitarme y que no tendrás una amiga mucho mejor que yo? —insistió con cara de niñita preocupada.

—Lo de la amiga, puedes estar segura, lo de volver algún día lo dudo mucho.

—¿Qué pasará con Matías? —quiso saber.

—Aún no lo sé —suspiré con ganas de volver a llorar pero quería hacerme la fuerte como si aquello no me afectara—. Dile que lo quiero y que nunca lo olvidaré, que no desista de sus sueños, que rehaga una vida sin mí y que... gracias, por tanto, por... todo —ambas lloramos—. Supongo que para todas las personas es difícil una despedida aunque no pensé ni intuí que llegaría tener que pasarme a mí, adiós Verónica.

—Adiós Liz, te quiero mucho amiga -nos volvimos a abrazar—. Extrañaré tanto tus abrazos.

—Y yo nuestras charlas hasta altas horas de la madrugada.

Me dirigí inundada en lágrimas al coche de mi padre estacionado en frente de la casa de Verónica.

Ese era mi primer final.

Antes de que amanezcaWhere stories live. Discover now