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Las festividades pasaron, los locales y casas comenzaban a retirar los adornos mientras que otros aún las dejaban avistarse, enero llegaba y junto con él se aproximaba el cumpleaños de quien me dio los mejores momentos y los más grandes sueños

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Las festividades pasaron, los locales y casas comenzaban a retirar los adornos mientras que otros aún las dejaban avistarse, enero llegaba y junto con él se aproximaba el cumpleaños de quien me dio los mejores momentos y los más grandes sueños.

Lo pasaría para un domingo porque entre semana no podía fallar en el trabajo, sería algo pequeño (por no decir familiar, ya que sólo tenía a su madre) según Matías, aun así me había invitado, mi madre estaba enterada y sería quien me ayudaría a asistir y de elegir el obsequio indicado para llevar.

—Mamá, mejor deja lo del 0bsequio para otra ocasión, se me ocurrió que quizás... ¿quisieras enseñarme una receta?

— ¿Una receta? ¿qué estás planeando hacer Liz? —inquirió emocionada.

—Algo realmente especial...

Estaba segura que haría lo indicado, mi interior me decía que mi plan saldría de maravilla, esta vez me dejé guiar por mis instintos que esa ocasión era más fuerte que viento de invierno.

El domingo llegó, mi padre observaba muy concentrado su programa favorito en la TV, tan concentrado que ni llegó a voltear para saludarme, mi madre me indicaba que ya era hora de llevarme a casa de Matías.

— ¡Liz, sí viniste! —corrió a saludarme.

— ¡Cómo podía faltar a tu cumpleaños! —dicho eso, como muy a menudo se me sonrojaron las mejillas—. Y perdón por no traerte un obsequio, no es que lo haya olvidado o algo así, es que... quería hacer algo mejor que sé que te gustará.

—No necesitabas traerme nada mi pequeña, viniste, eso es lo que realmente importa para mí.

De repente... lo abracé, no sé qué fue o cómo pasó, era como si algo me incitaba a hacerlo y sólo me dejé llevar, algunas veces ya lo había abrazado pero lo soltaba al instante, esa vez ese abrazo duró tanto que no lo pude evitar, Matías estaba muy sorprendido pero feliz, era como si realmente lo estuviese estado esperando durante tiempo.

En silencio él acariciaba mi melena con suavidad, sus dedos se entrelazaban con cada centímetro de mechón que tocaba, su respiración era lenta y segura seguida de unos suspiros sabiendo que esperar tanto valió la pena, pero no le bastaban... quería más, sus labios buscaban probar los míos y yo con ingenuidad los evadía huyendo de ellos.

También ansiaba probarlos, pero aún no era el momento o sólo... no estaba segura. No nos dijimos nada al respecto y seguimos como si nada de ello hubiese pasado.

—Dime mi pequeña ¿qué era eso que querías hacer?

— ¡Tuve la magnífica idea de que juntos hiciéramos madalenas!

— ¿Madalenas? No veo ningún problema pero ¿sabes hacerlos?

—Claro, aprendí a hacerlos por ti, es que te encantan y pensé que te gustaría. El primer intento fue un fracaso, un poco más y llegaba a quemar el microondas de mi madre —no pude evitar reír a carcajadas no sin antes el acompañamiento de Matías.

Los minutos pasaban con miradas de hambre al microondas esperando a que las madalenas estuviesen pronto.

Un breve timbre nos indicó que ya estaban listas, mientras esperábamos que se enfríen almorzamos un delicioso pollo asado con puré de papas y luego, el postre perfecto: "madalenas caseras"

En la mesa era increíble cuántas anécdotas recordaban Matías y su madre, me sorprendí por cada una de ellas.

La tarde casi acababa, Matías se empeñó (como muy a menudo) a acompañarme hasta casa, nuestros pasos eran lentos, casi como si no quisiésemos llegar y tener que despedirnos.

—Tú siempre logras que mi día sea perfecto y sabes cómo hacerlo aún más increíble, te agradezco eternamente que hayas venido, pero antes...

— ¿Antes qué Matías? —sin más lo interrumpí impidiéndole terminar lo que tendría que decirme.

—Necesito obsequiarte de nuevo algo muy especial, sé que no tuviste la culpa por ello.

— ¿A qué te refieres?

Empezaba a hurgar entre los bolsillos de su jeans desgastados a la moda, lo que estaba buscando era una cajita cuadrada color bordó con cuadros blancos y de rayas negras que en su interior llevaba...

— ¡Mi collar! ¡Matías, es mi collar! —empecé a llora por tanta emoción—. ¿Cómo lo encontraste?

—La tarde antes de navidad luego de nuestro encuentro... caminaba por las calles cumpliendo con el mandado que mi madre me había pedido, fue cuando observé a tu padre dirigirse a un puesto de ventas de algodón de azúcar y le ofreció al dueño un collar muy peculiar.

— ¿Es enserio? ¿un puesto de algodón de azúcar? Que ocurrencias la de mi padre.

—De inmediato reconocí el collar que te había obsequiado hace tiempo y no dudé en recuperarlo, sabía que estabas buscándolo, no te lo daba aún porque quería dártelo en un mejor momento.

— ¿Y supones que este es aquel "mejor momento"?

—Tú eres mi mejor momento.

Antes de que amanezcaWhere stories live. Discover now