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Era emocionante ver la cantidad de personas que se amontonaban en la entrada del cine para ver un nuevo estreno de una película que no llegué a ver por la inmensa fila que se formaba hasta las afueras

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Era emocionante ver la cantidad de personas que se amontonaban en la entrada del cine para ver un nuevo estreno de una película que no llegué a ver por la inmensa fila que se formaba hasta las afueras.

Verónica caminaba a lado mío bebiendo su batido de fresas, agitaba su sorbete para luego percatarse de que lo había bebido todo de un solo sorbo, ambas llevábamos unas playeras y unos shorts un poco cortos (el clima lo exigía).

—Espero que en el parque se encuentre el señor del carrito de helados, no puedo creer que aún sea primavera y haga bastante calor —quejosa Verónica, se agitaba las manos cerca mismas de su rostro.

—Si no nos apresuramos lo venderá todo, está claro que cualquiera los compraría, será mejor irnos al parque lo antes posible.

En el parque, indudablemente las personas se refugiaban en las sombras de los árboles bebiendo algo fresco para saciar el calor, los pájaros sedientos bebían de la fuente de agua, otras personas paseaban a sus mascotas y algunos más practicaban en sus patinetas o hacían algún deporte.

Cuando nos acercábamos al puesto de carrito de helados Verónica me jaló bruscamente de la playera, la miré sin poder entender nada.

—Voltea disimuladamente Liz, te sorprenderás de quién se nos adelantó por unos helados.

Allí estaba él, al verlo solo me daban ganas de salir corriendo en dirección opuesta y dirigirme a mi casa; no podía creer lo que estaba apreciando: Matías con una chica de silueta muy esbelta y sonrisa resplandeciente, era en verdad muy bella.

Mi corazón moría mientras yo palidecía en ese lugar, esa vez di razón a aquellos que decían que no me negara más a Matías, de seguir asiéndolo, él me cambiaría por alguien que estuviese dispuesta a entregársele.

Con cada segundo que pasaba mi interior se derrumbaba por completo, no podía asimilar lo que estaba sucediendo, ese no era el Matías que conocía, aquel chico que me volvía loca con cada tontería y broma suya *debió cansarse de esperarte Liz* ese era el pensamiento que más me atormentaba.

— ¿Liz, te encuentras bien? ¿qué te sucede? Será mejor que nos vayamos.

—Tienes razón, es mejor irnos de aquí —me esmeraba por no mostrar decepción y mis ganas de hundirme en mis lágrimas.

En casa me encerré directamente en mi habitación, mi madre estaba preocupada por lo que me pasaba, solo la alejé con cualquier pretexto.

Me dio pena por Perla, una gata no merecía estar escuchando los sollozos de su dueña y desahogarse en ella en vez de, comúnmente con la almohada, hasta que huyó de mis brazos.

En la pantalla de mi celular como si de una burla se tratase, brincaba la llamada entrante con el nombre registrado como "Matías" y un corazón al lado.

Lo ignoré.

Fueron tres llamadas, una seguida de la otra insistentemente para luego cesar, debió creer que me había quedado dormida para cuando dejó de hacerlo, entonces borré su contacto.

No estaba dispuesta a saber de él, escucharlo o solo verlo, esa vez, tenía el corazón en pedazos.

Antes de que amanezcaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant