— ¿Será por eso que están tan intensos con nosotros? Peleas en casa, y se la desquitan con nuestros pobres cuerpos. —soltó Harry, haciendo reír a Charlie. —Come, se te derrite el helado. —dijo, tomando del helado de ella con su cuchara y entregándoselo a ella, mientras le sonreía y comía.

Continuaron hablando, mientras que por la cabeza de Harry, pasaban veinte millones de cosas, o tal vez no tantas, pero las que pasaban, lo aturdían de una manera exorvitante. Jamás en lo que iba de su vida, de su lujuriosa, glamorosa, intensa, aclamante, divertida y corta vida, se sintió de la manera con la que Charlotte se sentía. Podía hablar de todo con ella, menos de lo que sentía cuando estaba con ella. Era extaño, sin duda, el hecho de mirarla a los ojos, y que todo se acabe allí, el hecho de que besarla en la mejilla le era suficiente, o simplemente tomarla con delicadeza por la cintura y que ella apoyara su cabeza en el hombro de él, mientras sentía su suave y queda respiración golpeando como una brisa cálida de verano, en su cuello.

Era extraño. Lo admitía, lo afirmaba, lo reiteraba, lo abalaba y se mortificaba por ello. Se rompía la cabeza pensando una y otra vez en ese sentimiento raro que carcomía su interior dejando su personalidad hecha un despojo. Era la sombra de lo que era meses atrás, su vida era tan fácil antes y ahora todo lo que le pasaba en su mente tenía una explicación filosófica, que hasta se sentía la rencarnación de Borges en algunos momentos.

Y allí fue, cuando ella le sonrió, y pareció como si Helios(*) hubiera bajado de su carro, y hubiera hecho que el sol centellase cien veces más intenso, como si las entrellas se estubieran alineando para ver la luminosidad de la noche. Porque eso era lo que veía en Charlotte, la luz que irradiaba sus días.

— ¿Harry? ¿Me estás escuchando? —preguntó con el ceño fruncido, mientras reía ante la cara de lelo que puso el chico luego de salir de su trance.

— ¿Qué decías?

—Que tengo que ir a la oficina. Tu padre quiere que arregle unas carpetas.

—Que raro mi padre arruinando cada momento de felicidad de mi vida.

— ¿De felicidad? ¿Estás siendo feliz en este momento? —preguntó, teniendo una respuesta rápida en su mente: si. Obviamente que cada vez que estuviera con ella, iban a ser momentos de felicidad. La felicidad, algo tan intangible, ese estado de ánimo en el que se disfruta plenamente, y que cualquier sufrimiento de la vida cotidiana queda eclipsado por solamente esos minutos, o hasta segundos de alegría.

—Sería más feliz en un cuarto, contigo. Pero esto también es lindo.

—Eres un cerdo. —comentó, parandose de la banca, mientras le estiraba la mano al chico, y el muchacho la tomó, sintiendo el sutil y exquicito tacto de la piel blanquecina de la muchacha.

Con un vestido strapless punteado, zapatos de tacón cerrados, anteojos de sol y una pequeña cartera de color amarillo igual que todo su atuendo, Charlotte empezó a caminar por los poblados pasillos del Westminster School, hasta cruzarse con un pequeño castaño que la miraba sonrientemente.

—Louis, ¿cómo estás? —preguntó, mientras tomaba los libros de su siguiente clase.

—Bien, bien. ¿Tú? Hace bastante que no me hablas.

—Será porque me has mentido.

— ¿Mentirte?

—Sé que llamaste loca a la madre de Harry. —le soltó Charlie, sin ningún tapujo, dejando en un transe de estupefacción al francés. —Y no trates de negarlo, se perfectamente que es verdad.

—Pero Charlotte...

—No tengo ganas de hablar contigo. No puedo creer que uses la discapacidad mental de una persona, para herir los sentimientos de otra. —le dijo la chica, recordando la mirada perdida, distante y sufrida de Harry cuando le contó, con un nudo en la garganta, la terrible enfermedad psicológica de su madre. Esquizofrenia. Es una enfermedad mental muy delicada, fue la que primero le diagnosticaron a Alaric, muy mal diagnosticada, por cierto, pero, ella se informó de lo que era, y no era nada sencillo.

—Es por eso que está en Venecia. Está en una de las mejores clínicas privadas de Europa, pero, aunque me cueste decirlo, sé que mi padre no la mandó allí por su bien estar, si no, para que la gente no hable mal de su "discapacitada" esposa, y ella, lo averguence. —le había contado Harry, cuando estaban en aquel hermoso puente, observando la belleza natural de Londres, a la luz de las estrellas, y los faroles de la calle.

— ¿La extrañas?

—A veces. —contestó, aunque sabía de sobra, que el muchacho jamás iba a aceptar con total impunidad, el hecho de que le dolía lo sucedido a su madre. —Esto pasó cuando tenía ocho años, así que, ya me acostumbré a no tenerla.

—Te entiedo, es muy... Dificil. —contestó la chica, buscando una palabra.

—Si, y es peor algunas veces. —comentó el chico, mirando el cielo. —La pasada navidad llamó a los enfermeros diciendo que yo era un "intruso" y que no me conocía, le dije que era Harry, su hijo. Pero ella gritó y pataleó diciendo que no lo era.

—Lo lamento tanto, Harry. —dijo ella, con un nudo en la garganta, soltándose del farol y pasando su mano por el pecho del chico.

—Charlotte... —la llamó Louis, nuevamente, pero esta, ignoró al chico, y caminó hasta su salón de clase, donde estaban Niall, Liam, Zayn y Harry. La chica, como en todas las clases, se sentaba junto con Liam, el cual, le sonrió con suavidad.

— ¿Peleandote con el francesito?

— ¿Qué? ¿De qué nos perdimos? —pregunta Zayn, mirando a Niall.

—Los vi discutir en el pasillo.

—No es nada, solo, no quiero hablar con él. —respondió la chica, mientras el docente entraba al salón de clase, y así, la conversación daba por finalizada.

(*) Helios es el dios del sol en la mitología griega. Es al el que despoja a Selene, la luna, la noche, trayendo el día a la tierra.

TROUBLEMAKER - Harry StylesDove le storie prendono vita. Scoprilo ora