Capitulo 14: Gentileza

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—Podrían despedirte.

—Lo sé.

—¿No te importa?

—Me importa más que estés bien —se mantuvo inexpresivo, analizándome con esos ojos claros que me traspasaban.

—Eso suena peligroso —levanté la vista, sin comprender qué quería decir—. Hablando de estar bien, creo que eso no está nada bien —señaló con el pulgar la meseta con las semillas de amapolas. Arrugué el entrecejo. Esa cosa se negaba a vivir—. Parece que tienes tan mala mano como yo para sembrar plantas.

—Tiene que crecer, ya lo verás y cuando crezca podrás perdonarme —aseguré con voz apremiante—. Escucha Luzbel, tienes que dejar de satisfacer las fantasías bizarras de tus clientes. Debes poner limites, no puedes permitir que sigan haciendo lo que quieran contigo solo porque te dan dinero y...

Y pude haber continuado con mi sermón de buen samaritano, pero Luzbel desvió la vista, mirando hacía un lado, ignorándome deliberadamente como solía hacerlo en ocasiones. Suspiré preguntándome la razón de su indiferencia para con todo, incluso para consigo mismo, era como si no sintiera sensibilidad hacía su propia existencia. Bueno, él era así; cuando algo llamaba su atención no apartaba la mirada, analizaba cada cosa, cada punto, pero si se aburría no dudaba en dejar de prestar atención.

Me fui al baño a cepillarme los dientes y lavarme la cara, luego cogí mi celular y la meseta para colocarla en el patio trasero de afuera, para que llevara la luz del sol. Lo primero que hice fue llamar a mi jefa, ella no pareció gustarle nada que yo no fuera al trabajo, le expliqué mis razones con calma y cuidado. Al final ella quedó en un silencio preocupante, casi pensé que me había colgado. Sin embargo, al cabo de unos segundos volvió a hablarme, indicándome que esa fuese la última vez que le pidiera algo como eso. Yo le aseguré que sí, que no volvería a ocurrir y que trabajaría el doble para compensar las horas de trabajo faltado.

Después... después miré la meseta con recelo. Habían pasado muchos días y ni un puto tallo se asomaba en la tierra, ¿Cómo era posible eso? Yo cuidaba de esas semillas con el mismo amor que una madre cuida a un hijo. La ponía todos los días en el sol porque el sol es bueno para las plantas que no han crecido y trataba de no ahogarla con tanta agua. Hasta estaba tentado a abonar la tierra con vitaminas para ver si así nacía algo, lo que sea. Me negaba a aceptar que nada creciera. Esta era una misión importante y por tanto no podía fallar. No, esta vez no.

Resoplé ofuscado, más bien desesperado. Miré a la derecha y luego a la izquierda. No había nadie. Observé la planta de nuevo y luego volví a mirar a la derecha y a la izquierda. Seguía sin haber moros en la costa así que si hacía algo nadie lo notaría.

Me agaché y empecé a escarbar la superficie, sacando tierra de a poquito hasta encontrar a las dichosas semillas. No tenía malas intenciones, tan solo quería ver si al menos algo, lo que sea, habría brotado de la semillita. Eso era trampa, lo sé, pero ya no lo soportaba más. La espera me estaba matando. Al final la encontré y sentí un brinco en el corazón al notar que la semilla se encontraba ligeramente rota. Un pequeño tallo de color blanco comenzaba a salir. ¡Aleluya! Así que al final algo si estaba saliendo. Por eso, me alarmé mucho cuando accidentalmente, rompí el frágil tallo.

Mi cara de horror debió dar risa. Apresuradamente empecé a sembrarla otra vez y comencé a cubrirla con la tierra.

—Escucha, esto debe quedar entre tú y yo. Luzbel no puede saber que por pura curiosidad escarbé la tierra. ¡Y mucho menos que te rompí el tallo! —susurré a la meseta, hablándole a la planta—. Nadie lo puede saber, así que haz el favor de volver a nacer, prometo que te pondré mas abono y no te ahogaré con agua. Palabra de honor.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now