32. Hogar, dulce hogar

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32. Hogar, dulce hogar

Como bien dice un dicho popular, las cosas buenas acaban rápido. No podía creerme que aquella semana en Los Ángeles hubiera pasado tan rápido entre tardes de tiendas, tomar el sol, cócteles con ginebra, zumo de naranja y champagne, y por supuesto cotilleos con Lizzie.

Ahora mi avión estaba aterrizando en el aeropuerto de Nueva York, a menos cinco grados, nevando y con riesgo de tormentas. Aquello sí que se parecía más a las navidades a las que yo estaba acostumbrada. Navidades luciendo mi nuevo abrigo de Prada a cuadros, y mis guantes de piel. Y sobre todo, unas navidades con mi fantástico novio, y es que después del año pasado, que Ian y yo pasáramos las fiestas juntos se me antojaba la mejor tradición del mundo.

La limusina me esperaba en el aeropuerto para llevarme a casa. La lentitud con la que avanzaba el vehículo por las inmensas avenidas de Nueva York me agobiaba de forma tormentosa. Más de una vez me plantee bajarme y seguir el camino a casa a pie, pero deseche la idea al comprobar el verdadero diluvio que caía ahí fuera. La predicción de tormenta era acertada. Suspire nerviosa, llevaba casi un mes y medio sin ver a Ian, y la espera se me estaba haciendo eterna. Estaba muy nerviosa por el reencuentro. Habíamos pasado la mejor semana universitaria de la historia juntos, sin salir apenas de la habitación de Ian. Pero después, habíamos vuelto a la vida real, yo en el internado y él en la universidad, y ahora la relación se basaba en conversaciones telefónicas o videollamadas por el ordenador. ¿Hasta que punto iba a ser raro volver a vernos en carne y hueso? ¿Podríamos sobrevivir una semana viviendo bajo el mismo techo? Sacudí la cabeza tratando de alejar esos pensamientos de mi mente. No podía ser tan negativa acerca de Ian. Robert tenía razón en lo de que lo nuestro no iba a funcionar si ni siquiera nosotros no creíamos en lo nuestro.

Por fin el coche se paró frente al portal de mi casa.

Hogar dulces hogar.

La verdad es que llevaba sin pisar mi "hogar" casi un año, desde las últimas navidades.

—Señorita Goligth, es un placer tenerla de nuevo en casa. —Saludo el conserje del edificio mientras me abría la puerta. El señor Morrison llevaba trabajando allí desde que tenía uso de razón.

—Buenos días señor Morrison. —Contesté yo esbozando una sonrisa. El perfume de flores me golpeo con fuerza en la cara. Ahora sí que estaba oficialmente en casa. Mi ático de Park Avenue me esperaba.

La puerta del ascensor se abrió dejándome contemplar el recibidor de mi casa, decorado con calcetines gigantes de color rojo y por supuesto muérdago. La chimenea de la sala de estar iluminaba toda la estancia. Nada había cambiado en mi ausencia. Los mismos sofás y sillones a juego italianos de piel, la mesa de cristal, los muebles de madera de roble...

— Para picar quiero tostas de crema de frutos del bosque con salmón ahumado y cebolla caramelizada...— Mi madre estaba sentada en el sofá blanco de piel, totalmente absorta en la preparación de su fiesta de nochevieja, el principal evento de las navidades de la elite de Manhattan. Todo aquel que tenía un nombre en la ciudad estaba invitado. Mientras la ayudante de mi madre, sentada al otro extremo del sofá, escribía a toda velocidad todo lo que ella le iba diciendo. — Y por supuesto tortas de caviar...

— Espero que no se te olvide el champagne. — Añadí yo de forma traviesa entrando en la sala mientras dejaba caer la maleta de mano. El resto de maletas estaban siendo transportadas directamente a mi habitación por el conserje. 

—Por supuesto que no, querida. Igual que no me he olvidado de ti. Jane, ¿Podría llamarte más tarde? —Mi madre esbozo una de sus sonrisas diplomáticas mientras se levantaba del sofá.

Jo es nombre de problemas. (JNENDC2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora