44 | Audrey

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   Avanzábamos despacio y con precaución. Las posibilidades de lo que podía estar aquí dentro eran infinitas, como por ejemplo una trampa, una bomba, una emboscada. Cualquier cosa podía ser probable, y como unos idiotas estábamos caminando directo hacia ellas. Me declaro culpable de tal estupidez.

   Las respiraciones de Wade eran tan lentas que parecía que apenas respiraba. Yo, en cambio, estaba a punto de tener un paro cardíaco.

—Tranquila —susurró Wade—, acabará en menos de lo que creas.

   No estaba segura a qué se refería con esta oración.

   En cuanto localicé el piso de la ventana de nuestro francotirador, se lo dije a Wade. Él asintió con la cabeza, en silencio, y se colocó junto a la única puerta que había.

   Tomé mi arma con ambas manos por si las dudas.

   Y tres segundos luego, Wade abrió la puerta de un empujón.

   Alcé la pistola, apuntándole a lo primero que vi; cosa que me hizo bajarla automáticamente.

   Había un hombre, sentado bajo la ventana, abrazándose las rodillas con su escopeta arrojada a un lado. Daba la impresión de que él estaba... ¿llorando?

   Reconocía el llanto. Era el llanto de alguien que había perdido todo en su vida: su hogar, su esposa y sus dos hijas.

—¿Papá? —susurré.

   Él subió la cabeza ante la voz de otra persona en la habitación.

—¡Sé lo que estás haciendo! —gritó a todo pulmón, para mi sorpresa, haciendo que retrocediera unos pasos— ¡No creas que soy estúpido, Evelinne! ¡No puedes retorcer mi mente así, no con el recuerdo de la viva imagen de mi hija! ¡Ella no está viva!

—Papá, soy yo —murmuré, al borde del pánico—. Soy Audrey, es Catherine quien no está con nosotros.

—¡No, no!

   Le dirigí una mirada asustada a Wade. Él sacudió la cabeza.

—No es una ilusión. Él es real —respondió a lo que quería saber.

   Así que corrí hacia mi padre, rodeándolo entre mis brazos. Él se sacudió, asustado y rechazando mi contacto.

—Papá... Ya, soy yo, ¿no me reconoces? —dije, tomándole el rostro para que me mirara— ¡Mírame! ¡Estoy aquí! ¡No soy Evelinne!

—¡DÉJAME MORIR, EVELINNE! —exclamó él— ¡SÓLO MÁTAME YA, MALDITA HIJA DE...!

   Le tapé la boca rápidamente. Él no quería terminar esa oración.

—Ella ya jugó con mi mente también —susurré hacia él, esperando que me escuchara—. Y la dejé, pensé que habías muerto frente a mí. Lo siento, ¡lo siento muchísimo! Siento haberte dejado solo aquel día en el bosque, fue culpa mía que estés aquí ahora, como también fue mi culpa la muerte de Cat.

—Audrey... —empezó Wade, pero hice caso omiso.

—Y también fue mi culpa que mamá se fuera —confesé—. Yo la empujé a hacerlo..., cuando me enteré de una cosa que no sabes.

—Audrey —repitió Wade, esta vez más tajante—. No lo hagas.

—¿Recuerdas a Catherine, papá? —pregunté.

—¿Por qué lo haces, Evelinne? —decía él— Por supuesto que lo hago, era mi pequeña, la bebé de la casa... Fui tan feliz el día en que esa niña nació, como lo fui también el día en que lo hizo Audrey. Ah, Audrey... Esa niña tenía un talento natural para joder las cosas —se rió por un lapso de tiempo corto—, pero también era una gran mujer. Se hizo cargo de Cathy cuando su madre se marchó, y sabía que era mi responsabilidad, pero fui tan inútil como para sumirme en una depresión profunda y dejarla sola en eso... Soy un mal padre, siempre lo he sido.

Juego Celestial [Trilogía Trascendental #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora