16 | Audrey

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   Había cometido un error. Pensaba que había cometido un error, hasta que reflexioné sobre todo lo sucedido: Wade me entrenaría a un nivel que seguramente me mataría, él no vacilaría ante mí implorando piedad. Después de todo, es lo que hacían desde su llegada.

   Así que lo que había hecho había estado perfecto. Más que perfecto, le gané en un entrenamiento utilizando la distracción que Judith me había sugerido; y había funcionado. No sabía el motivo de la reacción de Wade.

   Nathan —el chico que me llevaba de vuelta a mi celda—, en cambio, parecía ser menos... tosco con los humanos. Incluso se disculpó en nombre de Wade, algo que seguramente este no le perdonaría nunca.

   Así que tuve que preguntar:

—¿Él es así con todos los que entrena?

—No, básicamente es un imbécil desde que nació —respondió—. Lo somos todos, en realidad, pero él supera el límite. De todos modos, tú tienes la culpa, técnicamente.

—¿Eh?

—No nos agradan los humanos. Que una de ellos venga y te bese... Bueno, ya sabes. Puede perturbarnos a todos.

—¡No somos lo que ustedes creen! —exclamé, con furia— ¡No merecemos morir a sus manos endemoniadas! ¡Cómo si ustedes en verdad fueran superiores!

—Lo somos, Audrey. Ese es el punto.

   ¿Si le pegaba un puñetazo ahora mismo contaría como entrenamiento? Porque era lo que quería y necesitaba hacer para descargar mi enfado.

—Hacer contacto real con un Repudiado puede fastidiarnos mucho a todos, pero Wade lo lleva a un extremo bastante particular. A él no sólo le disgustan ustedes, sino que los quiere extintos. Si fuera por él, esta guerra se basaría en aniquilar humanos, no pelear contra el otro lado.

   ¿Cómo alguien podía ser así de malvado y cruel? ¿Cómo alguien desearía la matanza y masacre de millones de inocentes que sólo deseaban tener una vida normal, incluyéndome a mí y a mi familia? Cat tenía ocho años, no debía morir. Al menos, debí haber sido yo. Tenía que haber sido yo todo este tiempo.

—¿Y qué hay de ti? —me atreví a decir. Mientras más información tuviera yo, idearía un mejor plan— ¿Qué es lo que quieres tú?

—Declaramos la guerra contra los Vestidos Blancos. Quiero ganar.

   La voz de Nathan sonaba fuerte, firme, como si su argumento fuera creíble de verdad. Como si se hubiera aprendido un discurso de memoria. Como si fuera algo monótono. Pero sus ojos, de un violeta brillante, decían lo contrario.

   Papá solía decir que yo podía ver las intenciones ajenas con sólo una mirada. Y todas esas veces, tuvo razón: sabía qué ocurría con tan solo observar, por ejemplo, cuando mamá se marchó; al día siguiente bastó con ver a papá y a sus ojos cafés vacíos para saber que Angela nunca volvería a nuestras vidas.

   Y ahora Nathan, no se veía ni sonaba real.

—¿Estás seguro de eso? —inquirí.

   Pero ya habíamos llegado a la puerta de acero.

—Sí. Definitivamente. Ahora, entra ahí.

   No sabía qué hora era, en la habitación no había ningún tipo de reloj, y la única ventana estaba colocada más arriba de la pared de lo que podía notar y era minúscula; así que no podía ver la posición del sol ni de cerca.

   Tuve que ponerme a hacer un tour sobre en lo que consistía todo el cuarto: una cama dentro de todo aceptable y decente, una cajonera para no sé qué ya que no contaba con toda mi ropa, una lámpara de techo de aquellas que están en los hospitales, y una puerta que dirigía al baño. Nada más ni nada menos.

   Fui hasta el baño sólo porque me aburría. Un espejo, el inodoro y la ducha, un pequeño armario debajo del lavamanos que contenía las cosas de higiene típicas, y una puerta junto a la ducha.

   ¿Otra puerta?

   Fruncí el ceño, esta puerta definitivamente no daba a la habitación. ¿Cómo es que la primera vez que entré aquí no la vi? Probablemente estaba demasiado abordada de emociones como para darme cuenta.

   Puse ambas manos sobre ella, no tenía cerrojo desde este lado. Traté de empujarla, pero era evidente que la mantendrían cerrada.

   Sin embargo, necesitaba saber qué había detrás. Y no podía tan sólo preguntar, estaba segura de que si lo hacía luego habría consecuencias. No debía entrometerme en los asuntos de "fuerzas superiores" a menos que tuviera instintos suicidas.

   Y eso era, básicamente, algo que especialmente me caracterizaba.

Juego Celestial [Trilogía Trascendental #1]Where stories live. Discover now