17 | Wade

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   No me lo creía, todavía era incapaz de hacerlo. Le he hecho frente a miles de cosas en todo el transcurso de mi vida, he peleado por lo que creo y defiendo, y me puse un objetivo en esta guerra: asesinar a tantos Repudiados como me fuera posible si eran del otro bando —por cuestiones de seguridad tuve que establecerme aquel límite—, y no dejar que ninguno sobrepasara mi poder. No eran nada a comparación, así que debían aceptarlo.

   Pero Audrey Mackenzie se atrevió a cruzar la raya que yo había dibujado. La muy humana utilizó un método de distracción que nunca antes había implementado ni que me había esperado. "No creas que disfruté hacerlo", me dijo. Maldita Repudiada.

   Había intentado controlarme en el entrenamiento porque había demasiadas personas allí y armar una escena habría hecho que hasta el jefe se enterara, y deseaba evitarlo, pero no pude ignorar el sentimiento de impotencia que me abundó al estar tumbado en el suelo, con el pie de Mackenzie en mi cabeza luego de que me haya besado. Los humanos jamás me habían vencido, mucho menos en un entrenamiento. Había sido la primera y última vez que me dejaría engañar.

   Luego de que Gwen me dio todo lo que necesité, salí de ese lugar. Extendí las oscuras alas y me elevé hacia el cielo, sintiendo todo el viento y las nubes de colores que se formaban por el atardecer. Tenía mucho en lo que pensar.


   No sé por qué vine a parar aquí. Quizá necesitaba aprender un poco más de mi vencedora.

   La casa de Audrey Mackenzie seguro lucía mucho mejor antes de la Invasión; ahora varias partes del techo estaban destrozadas, el césped había crecido unos veinte centímetros, las ventanas estaban cubiertas con tablones de madera y la puerta estaba abierta.

   Entré a la residencia abandonada, sin cuidado. Si había algún Repudiado oculto, simplemente lo noquearía y lo llevaría hasta nuestra mitad.

   Había demasiadas cosas en el suelo de madera, seguramente consecuencia de los terremotos que acecharon a la ciudad entera. Cristales rotos, marcos de fotografías hechos pedazos, muebles caídos y destruidos. No me esperaba menos.

   Todo estaba sumido en un silencio sepulcral, algo que todos nosotros habíamos provocado. Murió más de la mitad de la población, así que era difícil de ignorar.

   Subí a la segunda planta y busqué la habitación de Mackenzie. Si tenía algo que podía usar a mi favor, lo encontraría allí. Al hallarla, traté de tocar todo lo que estaba dentro del cuarto color turquesa. Cientos de recuerdos me abordaron la mente a la vez, e intenté concentrarme uno por uno en lo que mostraban.

   Catherine y Audrey reían estrepitosamente, y esta última le decía a su hermana que hiciera un poco de silencio porque su padre estaba durmiendo en la otra habitación.

¡Cathy! Calla —se reía Audrey.

¡Tú fuiste la que contó el chiste! Es tu culpa, Adry —decía la pequeña de cuatro años que apenas sabía pronunciar el nombre de su hermana mayor—, sabes que me haces reír mucho, mucho.

   En ese recuerdo percibía emociones fuertes por parte de la hermana mayor. Sin embargo, no era suficiente como para provocarla en los entrenamientos.

   La imagen se borró en cuanto toqué el armario donde guardaba toda su ropa. Automáticamente apareció una Audrey nerviosa y desesperada, que iba de aquí para allá con una mochila verde oscuro.

Tienes que cuidar de tu hermana, pase lo que pase. Si es necesario, olvídate de mí —decía Jeremiah.

Nada va a pasarte —decía Audrey con voz firme—, no dejaré que nada te pase. Ni a ti ni a Cat.

No tienes que llevar el peso de dos vidas en tus hombros, Audrey. No puedes.

Mírame. Haré lo que sea para preservar la vida de Cathy y la tuya, incluso si debo morir para hacerlo.

Audrey, no.

Papá —interrumpió ella, volteándose hacia él—. Prometo hacer lo necesario para mantenernos vivos a los tres. Ellos no van a llevarnos, no mientras siga viva. Seré la madre que Cat no tuvo, y de paso, tu hija. No van a alejarlos de mí, no permitiré que pase. Lo juro.

   La escena se volvió borrosa porque sabía que el recuerdo había finalizado. Guau, Mackenzie había roto una promesa fuerte. Había perdido a su padre y había sido testigo de la muerte de su hermana, por lo cual eso debió devastarla por completo.

   Al menos, ya tenía lo que necesitaba.

   Antes de irme, revisé la habitación una última vez. En una de las cuatro paredes había un cuadrado de corcho con fotografías incrustadas, la mayoría de la familia de Audrey y sus amigos de la escuela. Hice una mueca al ver tantos Repudiados de una sola vez, de verdad no soportaba siquiera verlos.

   Cuando fui a tomar el pomo de la puerta, un recuerdo vago me asaltó. No me lo esperaba, pero cedí a observarlo.

¡Por el amor de todo lo bueno, sólo déjame en paz! ¡Deja a esta familia en paz! —gritaba Audrey. Bueno, una Audrey de nueve años.

   Me sorprendió que actuara de esa forma teniendo esa edad, así que presté mucha más atención.

¡Audrey! No debes hablarme así, ¡discúlpate ya mismo! —respondió una mujer frente a ella. Su madre, supuse, antes de que se hubiera ido.

¿Quieres que me disculpe contigo? ¿Cuando llevas un bebé en el vientre que siquiera es de papá? —susurró ella.

   Puse los ojos en blanco. ¿Catherine no era hija de Jeremiah? Eso no era posible.

Tú llegas a decirle algo sobre este bebé a tu padre, y haré que termines en un internado al otro lado del mundo; ¿he sido clara?

Demasiado —murmuró Audrey—. Pero no me pidas que confíe en ti, o mantenga alguna otra relación. Tú no eres mi madre.

Y tampoco seré la de este engendro —Angela se señaló el vientre—. ¿Quieres que me vaya de tu vida? Bien, luego de que el bebé nazca desapareceré. Encárgate de él entonces.

¡LÁRGATE DE AQUÍ!

   Y entonces, mini Audrey le cerró la puerta en la cara a su madre. 

Juego Celestial [Trilogía Trascendental #1]Where stories live. Discover now