14 | Audrey

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   Estaba a punto de quedarme dormida cuando oí que la puerta se abría. No me molesté en ver quién era, de algún modo lo sospechaba.

—Hora de la cena —musitó la voz de Wade.

—No tengo hambre.

—Mira, esto es así: vas a ingerir estos alimentos ya sea por voluntad propia, llevándotelos a la boca y haciendo que los digieras en tu estómago, o puedo conectarte a una intravenosa que lo haga por ti y paralizarte en la cama. Tú decides.

   Su respuesta me tomó por sorpresa y me hizo estremecer. Odiaba las agujas.

—Vale.

—Buena chica —sonrió Wade, triunfante, acercando la bandeja hacia la cama—. Me quedaré aquí.

—¿No confías en mí, Wade? —arqueé una ceja.

—Dado que tu último recurso para librarte de Xavier fue cometer suicidio, por supuesto que no. Sé de lo que eres capaz de hacer.

   La bandeja contenía un trozo de carne y a un lado guisantes y zanahorias. Junto al plato había un vaso con agua natural y un pequeño trozo de pan. No era una hamburguesa triple con queso, pero al menos no era la comida asquerosa de la cafetería del colegio.

   Empecé por la carne, cortándola en pedazos aún más pequeños.

—Sigo sin entenderlo —murmuré más para mí misma que para él, pero me oyó.

—Lo sé. Y sé que tienes alrededor de mil preguntas rondándote en esa cabeza dura que tienes.

—¿Vas a responderlas? ¿Estás de humor? —arqueé una ceja, sarcástica.

—Será mejor que no provoques lo que no quieres ver —advirtió. Y yo bufé—. Nuestra especie existe desde muchísimo antes que el nacimiento del pequeño y estúpido niño.

—¿Jesús? No creo en él.

—Yo tampoco —sonrió, como si le hubiera causado gracia aquello—. Pero es lo que nos han contado desde siempre. Cómo sea, Dios ha echado de su paraíso a todos nuestros ancestros, los Anteriores, por cometer pecado con la raza humana o con Él mismo. Bla, bla, bla, todo lo que dice la biblia del Diablo es real; es nuestro patrón y jefe.

—¿Y por qué la guerra contra los humanos?

   Volvió a mirarme fijamente.

—¿Quieres no interrumpir la historia? He accedido a al menos ponerte al tanto.

—Lo siento —no lo sentía para nada, se merece eso y más.

—No tenemos nada en contra de los humanos; no hablo por mí. La guerra es contra ellos, y ustedes contribuirán. Pero ellos... se creen superiores sólo porque están en un sitio más agradable, porque son pacifistas y altruistas. Que les den.

   Pestañeé ante su reacción. Al menos ya sabía de qué bando formaba parte; y todavía se me hacía imposible de creer ciertas cosas, como por ejemplo el hecho de que demonios y ángeles planeen una guerra en la Tierra.

—¿No se supone que al ser... Ángeles deben evitar la violencia? —pregunté.

—No indirectamente. Si ellos la causan por su cuenta, no vale, necesitan a alguien más. Por eso los Repudiados. Nosotros no tenemos problema en causarla.

—Sí, eso lo sé —mascullé con veneno, recordando cómo me había golpeado en el entrenamiento—. ¿Cuántos años tienes, Wade?

   Él arqueó una ceja y soltó una risotada. Vale, ¿cuál fue el chiste? También quiero reírme, no he tenido una carcajada desde el día que empezó todo esto.

—Ah, simplemente eres impredecible, Audrey —contestó él. Debía hacerme la idea de que podía saber lo que pensaba con una simple leída—. No sé, he perdido la cuenta. En años humanos, diecinueve... ¿O veinte, quizá? No lo sé ni me importa.

   Me quedaba poca comida. Y en cuanto yo finalizara, él se marcharía; pero aún necesitaba saber más, así que traté de extender el tiempo.

—¿Cómo sabías dónde me encontraba? Cuando me... rastreabas.

—Mackenzie, somos seres sobrenaturales. ¿No crees que la tecnología avanzada es algo que tenemos? Lo sabemos todo de todos, por eso te encontré. Incluso fui hasta la pequeña tienda de medicamentos que visitaste para conseguir antibióticos hace unos días.

   Mierda. Mierda, mierda y más mierda. Había cavado mi propia tumba.

—¿Quién es Eva, Mackenzie? —preguntó de repente. Y yo me congelé— Pude sentir fuertes emociones cuando te leí la mente antes.

—No sabía que lo estabas haciendo, yo...

—Nunca digo cuando lo hago —masculló—. ¿Quién es Eva?

—No te interesa.

—No es familiar, lo sé de seguro —inclinó su rostro hacia mí y no pude evitar comenzar a echarme hacia atrás. Sus ojos eran demasiado penetrantes y me hacían querer desviar la mirada a otro lado—. ¿Quién es, Mackenzie? Estoy escogiendo preguntar cuando bien podría rebuscar en tu cerebro.

—Es una amiga.

—¿En serio? —sonaba incrédulo.

   No tenía sentido mentir: él lo sabía todo, ya lo había dicho. Y Eve podría estar muerta o, pronto lo estaría.

—No. Ella... La quería.

—No como una amiga, seguro.

—¡Está bien! Soy bisexual, ¿y qué? ¡Me gustaba mi amiga! ¿Hay algo de malo en ello? Después de todo, ella jamás lo supo. Y nunca lo hará.

—Pero tu familia nunca supo aquello, ¿verdad? Mantenías tus secretos.

—¿Cuál es el punto? Todos están muertos.

—El punto, Mackenzie, es que mantenerte callada a veces te servirá para sobrevivir. Guardarte para ti misma las tácticas de ataque y defensa, es lo que te mantendrá viva. Nunca sabes quién es tu enemigo real, por eso no puedes decirle a nadie cómo es que te las apañas, ¿entendido?

   El muy hijo de puta retorció la situación para darme un consejo de guerra. Por un momento creí que realmente hablábamos de mi vida como dos personas normales y civilizadas, pero había olvidado que sólo uno de nosotros era ambas.

   Wade recogió la bandeja vacía. Suspiré: tiempo agotado.

—Mañana te espera otro día de entrenamiento. Prepárate.

   Y entonces, desapareció de la habitación, esfumándose en el aire como si fuera cenizas. 

Juego Celestial [Trilogía Trascendental #1]Where stories live. Discover now