Capitulo 5: El final más amargo.

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—¿No te gusta el amanecer?

—No.

—¿No?

—No

Nunca me había gustado el amanecer, en especial por esa frase que vagabundeaba mucho «mientras más oscura es la noche es porque se acerca el amanecer» o algo así, no estaba muy seguro. El caso es que no creía en eso, mi vida por tres años había permanecido más que oscura y ni aun entonces, existía un halo de luz que me diese esperanza. 

—Es una pena, a mí sí me gusta —apoyó ambos codos en la ventana y contempló el sol saliendo. El sol caliente que ahuyentaba el frio y la oscuridad.  Patrañas. El sol lo único que ahuyentaba era el sueño y las ganas de seguir durmiendo.

Miré la hora, seis de la mañana. Consideraba que no valía la pena seguir durmiendo, dentro de un rato me tocaba levantarme, alistarme e irme al trabajo.

Suspirando por mi noche en vela, me levanté con mucho desgano. Mis pies tocaron las frías baldosas y observé como los vellos de mi brazo se erizaban. Era por el frio, había demasiado, el sol no era lo suficientemente caliente como para ahuyentarlo. Tampoco ahuyentaba del todo la oscuridad, el cuarto aun seguía en penumbras. 

—Gracias —dijo cuando le coloqué una manta en sus hombros. 

Lo hice en un acto de gentileza, y también para que no contrajese algún resfriado por el fresco del amanecer. No me gustaría contagiarme.

—¿Por qué duermes sin camisa? —posó su vista en mí y, por un brevísimo segundo, advertí un brillo travieso en sus ojos.

—Quería ver si eras capaz de aprovecharte de mí —respondió sin ningún tipo de pudor. 

Me ruboricé. Mi cara debió ser un total poema. Definitivamente me había dejado en jaque mate. Entonces, él empezó a reírse. Era una risa hermosa que nacía de sus entrañas. Resonaba en las paredes oscuras de la habitación. 

—Hombre, no pongas esa cara. Era una broma.

Guardé silencio. No sabía si creer eso.

Lo miré de arriba abajo y de abajo arriba. Analizando sin querer. Mirando sin saber qué. Y él solo sonreía, cálido como el sol.

—¿Por qué te hiciste prostituto? —pregunté sin poder evitarlo—. No es necesario que respondas si no quieres

—Bueno, no sé leer ni escribir, así que no tengo conocimiento en ninguna de esas áreas intelectuales. Si acaso sé escribir mi nombre, sumar y restar y eso porque Dios es grande — respondió, desperezándose mientras elevaba los brazos para arriba, extendiendo sus músculos dormidos, estirando su vientre plano—, así que no me quedaban muchas opciones de trabajo que sustentara esta casa y a mí.

—Pero... ¿Cómo llegaste a eso? —sentí ganas de morderme la lengua, queriendo detener mis preguntas. Estaba siendo entrometido en un tema que claramente podría afectarle, aun así él no se lo tomó personal y respondió:

—Cuando era pequeño, seis o tal vez siete años, fui con mi madre al zoológico —comenzó a relatar—. Ese día me perdí, el lugar era tan grande que no pude dar con mi mamá otra vez. Corrí, salí del zoológico buscándola, pero nunca pude dar con ella. Fue así como comencé a vivir en la calle. 

Me miró y me puse nervioso, debió notarlo porque desvío su mirada hacia el sol que aun salía.

—Si mi mamá me buscó o no, eso no lo sé. Lo que sé es que después de correr mucho, ya no tuve a donde ir.  Aprendí a vivir en la calle, a trabajar limpiando zapatos y a mendigar dinero —Guardó silencio un rato—. Un buen día, se acercó un hombre. Era grande, de ojos grises y de zapatos lustrosos. «No quiero que limpies mis zapatos» dijo «Quiero que me ayudes con otra cosa» y fui con él porque me ofreció dulces. Aún era muy niño y no conocía bien la malicia de la gente... 

La miserable compañía del amor.Onde as histórias ganham vida. Descobre agora