14. Sorpresa Inesperada

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Un terror siniestro flotó en el aire como un mal augurio.

Gritos, llantos, y destrucción fueron lo único que los sentidos agudizados del licántropo pudieron percibir.

El fuego refulgente y abrasador lamía todo a su paso diabólicamente, elevándose hasta el cielo negro con un humo denso y vapores asfixiantes que se perdían en la fría noche.

Con la misma desesperación con la que había escapado de la extraña adivina minutos antes, Alexander corrió veloz entre la multitud asustada que huía a diestra y siniestra intentando ponerse a salvo del inesperado incendio. Algunos corrían a sus vehículos, otros hacia el edifico intacto de la universidad y otros más solo miraban el siniestro a distancia, con ojos aterrorizados y cuerpos petrificados.

Por fin, tras empujones, nervios y coraje, el muchacho localizó entre las personas un rostro familiar; su pequeño amigo Ian Köller.

El chaval se veía exhausto, con su esmoquin gris cubierto de hollín y su rostro moreno y cabello lacio llenos de cenizas; una de sus manos lucía enrojecida y sangrante, y en medio de la conmoción Alex pudo percibir el agrio aroma de la carne chamuscada.

— ¡Alex, gracias a Dios! ¿Dónde estabas? ¿Estás bien? — interrogó rápidamente el chico moreno con una voz asustada mezclada con el alivio, mientras mantenía apretada la mano que tenía herida.

— Ian, ¿Qué demonios pasó? ¿Qué es todo esto? — Alex no tenía tiempo para dar explicaciones pero por el contrario sí necesitaba y exigía un razonamiento de lo que estaba sucediendo.

— Pues... no lo sé, estábamos bailando y de repente comenzó a oler a quemado y cuando nos percatamos del fuego el comité de profesores evacuó el gimnasio lo más rápido posible— explicó con falta de aliento y el rostro pálido el pequeño Ian, como si aún no lograra tranquilizarse del todo—Todos corrimos asustados, fue un completo desastre. Te busqué por todos lados pero no te encontré, pero ahora me alegra ver que te encuentras bien viejo.

— ¿Y Ángela, dónde está? — Alex no se tranquilizó con las palabras de su amigo, la impotencia de no saber nada de la chica rubia ocupaba todo su cerebro. No obstante ante la pregunta, el rostro de Ian Köller pasó del blanco al verde con la misma rapidez en que cambian los semáforos. Su reciente tranquilidad se desplomó inmediatamente.

— ¿Cómo qué dónde está? ¿Qué no estaba contigo? — Cuestionó confundido el esmirriado muchacho y un espasmo pareció recorrer su delgado cuerpo.

— Sí, estaba... pero... yo salí a tomar un poco de aire y...

— ¡Alex! ¡Alexander!

Las pobres explicaciones del chico acerca del porque no había estado con la chica nueva en el momento del altercado quedaron de pronto ahogadas, cuando una voz femenina lo llamó con urgencia a sus espaldas.

Esperanzado, el muchacho giró en redondo confiando ver un rostro pálido y cabellera rubia pero sufrió una gran desilusión al comprobar que no estaba siquiera cerca de ello.

— ¡Alex! — gritó de nuevo la voz de Mary Köller quebrada por la angustia. Toda su belleza había quedado desmoronada, con el rímel corrido por las lágrimas y un vestido rojo antes elegante convertido en jirones y cenizas— Alex, de...debes sal...salvarla, salvar a... Ángela y Carmen por... por favor, haz algo— Imploró entre tartamudeos y llantos descontrolados.

— ¿Mary, qué sucede? — Intervino preocupado Ian abrazando a su hermana con el brazo ileso. Ella no se opuso al abrazo sino que se refugió en el torso de su  "patético" hermano, como si fuera su único consuelo.

—Ellas están... aún adentro, no han... salido— explicó entre gemidos y temblores Annabelle Eisenberg, quién había corrido detrás de Mary.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora