26. Ira

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Fue como si el tiempo se hubiera detenido.

Alex permaneció arrodillado, abrazando con desesperación el cuerpo inmóvil de la chica rubia mientras gemía y lloraba espasmódicamente sin poder contenerse.

¡Aquello no era real! ¡No podía serlo!

Había perdido a sus padres, había perdido a su hermano y ahora también, la había perdido a ella.

Con gran delicadeza el chico deslizó sus gruesos y sucios dedos para cerrar los parpados del frágil y pálido rostro sin vida, y con un suave beso que depositó sobre unos labios fríos y amoratados, se deshizo de su fuerte abrazo y dejó con sumo cuidado el cuerpo de su amada chica nueva sobre el suelo. Mientras no paraba de llorar desconsoladamente acomodó los brazos y piernas de la muchacha, no queriendo dejarla en aquel ángulo extraño y deplorable.

Y entonces detuvo su llanto, reprimiendo cada uno de sus sentimientos de dolor para dar paso a la única emoción que comenzaba a embargarlo llenando cada poro de su piel. La ira.

Con manos temblorosas tomó el mango de hueso pulido que sobresalía aun del cuerpo inmóvil de Ángela y de un solo tirón, lo extrajo en medio de un débil sonido de absorción, algo que lo hizo tiritar y sentir una profunda desolación.

"Búscame y destrúyeme" lo había retado el infeliz de su primo Christopher, y eso era precisamente lo que estaba dispuesto a hacer. Con un brusco movimiento se puso en pie sin soltar la daga, cuya hoja curva y afilada aun manchada en tibia sangre cardenal, había quitado la vida que él más apreciaba. Y esa daga también – se dijo a sí mismo- acabará con la vida de quién tanto desprecio.

— Juro que tu muerte no quedará impune— susurró con los ojos ardientes por contener el llanto, mirando con profundo dolor el cuerpo pálido sin vida a sus pies —. Voy a vengarte, ángel mío. Lo juro por Dios.

Y entonces Alexander Branderburg salió corriendo velozmente, con la sangre hirviendo en busca de venganza.

El colosal y antiguo castillo Valmoont había sido siempre un lugar temido por todos los habitantes del pequeño pueblo de Moonsville; y no solo era por los horrores y batallas que en él se habían librado –convirtiéndolo en un lugar de muerte- si no también, porque tras sus ruinosos muros y sus sempiternos pasillos y salones podría ocultarse con gran facilidad cualquier siniestro ser que amara con locura el silencio espectral de las sombras. Y justo ahora Alexander buscaba, impaciente y embravecido, a tres despiadadas criaturas que adoraban la oscuridad.

En su mente ya no existía rastro de cordura, solo un incontrolable deseo de aniquilar.

En medio de una sacudida violenta su esculpido rostro moreno se transfiguró ligeramente, pasando de poseer unos hermosos ojos café caramelo a unas pupilas redondas y felinas de un intenso amarillo dorado marcadas en sangre; sus orejas, antes humanas y ordinarias se estiraron hasta quedar rematadas en un pico; y su boca, sufrió una contusión exagerada cuando los blancos y perfectos dientes crecieron desmedidamente hasta verse punzantes y letales: un rostro bestial en un cuerpo humano se movió pues con ligereza entre las sombras, rastreando un solo indicio para dar una estocada de muerte.

Todo en Castle Valmoont parecía sombrío y silencioso y el más mínimo sonido provocado por algún roedor se convertía en un expansivo estruendo en aquel gigantesco lugar, ruidos tan aterradores que habrían aterrado a cualquiera pero no a Alexander Branderburg, no en aquellos momentos al menos.

El muchacho se aventuró por larguísimos pasillos de linóleo antiguo y percudido de mugre, rodeado de muros ruinosos adornados de pinturas rasgadas, ventanales rotos por los que se colaba a retazos la luz de luna y el frívolo viento, y uno que otro candelero oxidado y cubierto de cera derretida y dura con montones de telarañas asquerosas. Algunas alcobas estaban totalmente revueltas, con las camas de dosel hechas jirones y los muebles –que parecían antiquísimos y rústicos- estaban consumidos y roídos por termitas y alimañas.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora