27. Revelaciones (Parte I)

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Alex no podía recordar no haber odiado a Katherine Ivanov, en realidad, siempre lo había hecho.

Desde aquel particular momento en que la vio por vez primera en el verano de 1907, cuando su padre decidió llevarlos a Alemania a conocer a su familia, el chaval había constatado que aquella mujer no era de fiar.

Todos en la manada comentaban lo extraño de su llegada al pueblo y el obsesivo amor que el bastardo de Bartemius Branderburg le profesaba. Ella, se había abierto paso en Moonsville a pasos agigantados de manera astuta, ganándose primero la confianza del gran Jeremías Branderburg y después, la de toda su familia.

Solo Alex fue el único que jamás, confió en ella.

La carrera hasta la mansión blanca –oculta en la espesura de aquel bosque- resultó más complicada que nunca. El muchacho estaba tan distraído con todo lo acaecido revoloteando por su cabeza que había perdido destreza en su sentido de la orientación, y por unos momentos se sintió como un ingenuo humano extraviado en un siniestro laberinto de árboles y maleza.

La oscuridad no ayudaba en nada. Allá en el cielo, la luna llena caprichosa y egoísta le había negado su brillo, oculta entre nubes negras que amenazaban tormenta sin dejar colar siquiera un miserable atisbo de claridad.

Su casi desnudez tampoco ayudaba en mucho; aun siendo un licántropo cuyo cuerpo era más resistente al de cualquier humano, la pérdida de sangre provocaba en él debilidad haciéndole sentir cada ráfaga de viento como un azote de hielo y cada roca o espina como un desgarre ardoroso en su desnuda piel.

Y entonces, Alexander penetró en un claro.

Poco a poco sus pupilas caramelo brillantes como las de un gato, se abrieron por completo acostumbrándose a la negrura latente y pudiendo así visualizar un estrecho sendero entre los helechos que habría resultado invisible para cualquier humano. Distinguió con toda claridad la blanca sombra fantasmal de la mansión blanca, camuflándose en las sombras espectrales del bosque al verse privada de luz alguna que diera indicios de vida en ella.

El chico observó la antigua estructura durante varios minutos sin moverse, y de pronto sus ojos reaccionaron al distinguir una mortecina y titilante luz rojiza saliendo a través del enorme ventanal del despacho del segundo piso; aquel al que solo Chris y Katherine tenían acceso.

— Te he atrapado— murmuró en un débil gruñido, sabiendo que la maldita de Katherine Ivanov estaría seguramente en aquella habitación.

Alexander sonrió febrilmente, un dejo de alegría mezclado con rabia vibró en su interior. A su alrededor, el bosque resultaba muy interesante; nunca antes se había detenido a prestarle demasiada atención. Un par de búhos ulularon inquietantemente entre las copas de los árboles, y los roedores y otros animalejos corrían con rapidez entre la hierba crecida ocultándose. El aire olía a pureza silvestre y sin embargo, Alex Branderburg no disponía de tiempo para disfrutar de aquella exótica belleza.

Con una horrible sensación de resignación Alexander caminó por el mal cuidado jardín, pasando cerca de la fuente de piedra cubierta de hiedra seca hasta subir los pocos escalones que ascendían a la puerta de acceso. Con cuidado de no hacer ruido para evitar advertir de su presencia, el muchacho tomó la aldaba de bronce que pendía de un rostro lobuno hecho del mismo material sosteniéndolo mientras abría la pesada puerta de roble para impedir que esta oscilara y chocara sonoramente contra la madera.

El chaval miró a su alrededor una vez que estuvo en el interior del enorme vestíbulo alfombrado pero no vio a nadie en el lugar. Con un gesto de impotencia continuó avanzando y subió la suntuosa escalera aferrándose firmemente del lujoso pasamano hasta chocar contra el muro cubierto de papel tapiz, donde colgaba una horrorosa pintura al oleo como decoración ubicada entre dos candeleros oxidados anclados a la pared.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora