4. Chica nueva

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  • Dedicated to Ana Garcia
                                    

Alexander sudaba de pies a cabeza cuando despertó.

Los pliegues de sus ropas se pegaban arduamente contra la piel y sentía un dolor de cabeza inhumano. Cómo él mismo.

Todo lo ocurrido el día anterior le vino a la memoria de un solo golpe: la carrera, la confrontación, las hipocresías de Rubén, y...

Aquel último recuerdo le taladró las sienes, y sintió una incertidumbre poco común al ver en sus recuerdos el rostro de una chica.

El joven Branderburg apartó aquellas imágenes con una mano, como si intentase alejar a un grupo de molestos mosquitos revoloteando a su alrededor.

El reloj despertador colocado sobre la mesilla de noche le informó que pasaban de las siete de la mañana.

La amplia habitación ya estaba iluminada, y a través de la ventana se podía observar un pacífico cielo azul de patético lunes.

Alex odiaba el lunes más que cualquier otro día de la semana, y con justificada razón. ¿Quién no odiaba el lunes?, si cada lunes era inevitablemente un nuevo comienzo.

El chico se levantó finalmente de la cama con un salto, y consideró un enorme alivio que en la ostentosa mansión cada habitación contara con su propio cuarto de baño.

Tras tomar una rápida pero reconfortante ducha bajo el agua tibia de la regadera, se vistió con lo primero que ubicó en su amplio y desordenado closet –unos vaqueros de mezclilla y una playera blanca tipo polo -; entonces al mirarse al espejo, Alex percibió lo mucho que su aspecto había cambiado en un lapso de cien años.

En términos simples, no era lógico que una persona no se percatara de su propia apariencia en un siglo, incluso rayaba en lo ridículo, pero para Alexander Branderburg fue una sorpresa verse reflejado y prestar atención por vez primera a lo que veía.

El color de su piel era dos tonos más oscuro, su cabello castaño dorado lucía opaco, sus ojos de color café claro estaban hundidos, y una barba mal recortada le hacía lucir insoportablemente viejo. Ya no se veía pálido como cuando era niño, el sol había pigmentado su piel y ahora se saboreaba cobriza.

El chico se rasuró despacio, intentando alinear aquella capa de vello facial, y después se acomodó el cabello en punta con algo de gel.

Con las prisas de salir de la casa lo antes posible Alex se saltó el desayuno, pues además no sentía ánimos como para enfrentarse a "Ella" y explicar sus actividades.

Seguramente Rubén ya le habría contado sobre su llegada tan tarde a dormir, y si ella despertaba mientras él perdía su tiempo en tomar un aperitivo, debía enfrentar una perorata innecesaria.

Alexander se esforzó por calmarse mientras conducía hacia la escuela pero le resultaba difícil concentrarse.

Cuando entró al conocido estacionamiento que se extendía a un costado de la universidad de Moonsville desconectó su cerebro por un momento y se colocó los auriculares de su iPod,  que retumbaron en sus oídos a todo volumen con la música de su banda favorita.

La desesperación qué se había apoderado de él se disipó instantáneamente mientras bajaba de su Volkswagen Beetle rojo y caminaba hacia el edifico. El estacionamiento ya estaba tupido de autos de todos modelos, colores y tamaños.

Era curioso que teniendo bastante dinero –que se había acumulado en la cuenta bancaria de los Branderburg aumentando con el paso de los años-, Alexander no manejara un automóvil más elegante, y superar el Porsche Turbo negro de Edgar Faciell.

El camino del campus contrario al aparcadero, estaba vacío, y Alexander apartó los ojos del coche de su compañero para caminar lenta y acompasadamente no como el día anterior.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now