22. Ruinas

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— Soy un idiota— dijo Alexander al volante de su flamante Bettle rojo una hora más tarde.

Se dirigían a toda velocidad por West Baudeleire, directo a las ruinas de lo que alguna vez fue el esplendoroso núcleo de Moonsville. Era un viaje bastante tenso.

Después de que Ángela hubiese aceptado ayudar al chico con la poco ortodoxa búsqueda del dichoso medallón perdido, Alex había acudido veloz por su vehículo y decidieron partir al único sitio en todo el pueblo que podría significar alguna pista en su propósito.

— ¿Es qué cómo no lo pensé antes? — Murmuró el chaval dando palmadas al volante mientras no apartaba los ojos de la desgastada carretera, pensativo— Mi abuelo fue encontrado a las puertas del castillo en ruinas, es lógico que entonces el medallón robado deba estar en el antiguo núcleo.

— Dudo mucho que si alguien le robó el colgante a tu abuelo éste pueda seguir en esas ruinas, es ilógico en realidad— dijo escéptica la muchacha de ojos azul zafiro, mirando a través de la ventanilla abierta del copiloto las borrosas siluetas verdosas y acres de los pastizales y árboles a un lado del camino; estaban entrando ya en la zona limítrofe del bosque.

— Bueno, pero al menos creo que podríamos encontrar una pista por mínima que sea; cualquier cosa que nos guíe al paradero de ese maldito medallón— insistió Alex.

Ninguno de los dos habló mientras el auto continuó avanzando por la destartalada ruta que conducía al estrecho pasaje de Förest Avenue. Finalmente cruzaron un ancho, viejo y portentoso puente de piedra; Ángela se apoyó en el marco de la ventanilla y miró hacia un costado, al ancho y caudaloso río que corría de orilla a orilla por todo el distrito bávaro pasando bajo aquel desgastado puente.

— ¿El núcleo original de Moonsville se encuentra pasando el río? — preguntó sorprendida la chica rubia, frunciendo el ceño mientras miraba asqueada aquella parte donde el río estaba sucio y discurría entre riberas de maleza, suciedad y podredumbre.

— Sí. El río Isar era la división natural que separaba el antiguo núcleo del resto del pueblo, sin embargo hace años que nadie se atreve a aventurarse hasta estos lugares— explicó el muchacho, virando el auto en un inexistente camino marcado solo por rastros de neumáticos sobre la tierra y la hierba crecida.

Ángela se sintió profundamente impresionada por aquellos territorios inexplorados que suponía, pocos tenían el privilegio de admirar. Alexander eligió un sendero tortuoso y casi invisible entre los árboles, donde el extenso bosque rocoso estaba especialmente exuberante en aquellos momentos, con musgo, hierbas, helechos y gigantescos pinos de macizos troncos rodeándolos a un lado y al otro.

— ¿Qué es ese edificio de allá? — Preguntó de repente la muchacha, emocionada señalando con el dedo índice una estructura blanca y antigua que se alzaba ostentosa a un costado del camino, más allá de aquel terreno, semi oculta por el crecimiento de los robles y los sauces.

— Ah, eso— dijo Alex sin muchas ganas— Es la mansión blanca; el lugar donde vivo en realidad, con todos esos... animales.

Ángela parpadeó, extrañada.

— ¿Esa es la mansión en la que vives? ¡Vaya! Tal vez ser un hombre lobo no sea algo tan malo— dijo la chica en tono burlesco—, pero de todas formas ¿cómo es que sigue en pie? ¿Qué no se supone que el núcleo quedó en ruinas tras el ataque?

— La mansión blanca está fuera del muro que dividía el núcleo de modo que cuando los humanos atacaron el sitio con fuego y armas en el invierno de 1912, la gran casona quedó intacta— explicó Alexander, girando con brusquedad el volante para evitar estrellarse contra un abedul.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now