12. Cacería

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  • Dedicated to Lupita Garcia
                                    

Alexander Branderburg tuvo miedo. Por segunda ocasión aquél día.

Mientras el chico cruzaba la plaza con agilidad y sacaba su auto del extenso estacionamiento en el monumental supermercado, sintió como un frío sudor inundaba su frente y el pulso se le aceleró, provocándole latidos dolorosos en el pecho.

No se detuvo a tomar el cambio del billete que insertó en el dispensador del estacionamiento, ni tampoco cuando un par de semáforos se pusieron en rojo impidiéndole el paso.

El chico pisó a fondo el acelerador, rezando porque ningún incauto transeúnte se cruzara en su camino y que ninguna molesta patrulla lo persiguiera, por su alocada infracción.

En el fondo, Alexander adoraba que su vida en Moonsville fuera tan monótona y aburrida la mayoría del tiempo, pero tantas facilidades nunca lograban exentarlo de sus grandes preocupaciones.

¿Quiénes, sino sus detestables compañeros, podrían arruinarle todo siempre?

El buen chico no albergaba dudas al respecto. Sus ocupaciones aburridas en la universidad local como un simple humano, no le proporcionaban la calma que anhelaba con inquietud.

Sus compañeros eran abominables, siempre desmoronando sus pacíficos momentos de quietud.

Pronto, el tembloroso y enfadado chaval dejó atrás el silencioso pueblo, para introducirse a las penumbras del bosque camino de su prisión.

Catorce minutos más tarde, su coche se detuvo en la fea terracería de la mansión. Al abrir la puerta, el bofetón de aire frío lo despabiló por completo.

Tras cerrar la reja de hierro y volver al auto para avanzar, repentinamente el joven Branderburg comprendió que allí había algo que no encajaba.

El automóvil negro y blindado de Katherine estaba mal estacionado en el lugar, como si lo hubieran dejado ahí a las prisas, lo que quería decir que el problema iba en aumento.

Alex estaba casi seguro que en aquella ocasión no sería un extraño al que habían llevado para el banquete, o de lo contrario no habrían utilizado el vehículo oscuro y polarizado para no ser identificados con facilidad.

Y en ese caso, ¿por quién habían acudido?

--¿Será otra paranoia mía? — Pensó irritado, avanzando hacia el edificio— ¿O tal vez era un indicativo de que la <<caza>> (como se temía), ya había dado comienzo?

La cabeza del muchacho estaba a punto de estallar.

No tenía alternativa: por su propia inquietud debía resolver aquel asunto en persona. Y de inmediato.

Cruzó la puerta de hoja doble, y avanzó por el deshabitado vestíbulo alfombrado en dirección a la Galería, la gran habitación de recuerdos que estaba al fondo de la mansión, bajando una escalera tortuosa, sumida en las sombras.

Fue cuestión de un minuto. El tiempo necesario para buscar con la mirada y saber que la caza aún no comenzaba. Suspiró.

Una franja de luz rojiza se colaba por la enorme puerta de madera entreabierta, y el susurro de voces dentro era perceptible.

Con la mano aun temblando, el chico empujó la pesada puerta de pino que crujió al abrirse, y se enfrentó al teatro que lo esperaba dentro.

Su anterior alivio duró lo que un suspiro, precisamente.

—Hasta que te dignas a aparecer, querido. Comenzaba a temer que te hubieras extraviado.

La voz seductora y agria de Katherine le traspasó los oídos.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now