Me dirijo a la salida con decisión. Creí que podría convencerlo, que vería que realmente me apasiona esa vida y que es lo que quiero hacer. Pero, una vez más, descubro que a mi padre sólo le interesa una cosa. El negocio familiar.

Desde que tengo uso de razón, lo recuerdo siempre trabajando. Colgado del teléfono cuando estaba en casa o en alguna reunión de trabajo cuando estaba ausente. Puede que nos diese a mi madre y a mí todo cuanto el dinero pudiese comprar, pero desde luego no era lo que necesitábamos. Al menos no yo. Yo lo necesitaba a él. A mi padre.

Al ir creciendo, empezó a llevarme con él a algunas reuniones. Para que fuese conociendo el funcionamiento de la que alguna vez sería mi empresa, decía. Jamás me gustó. Ni el trabajo en sí ni la gente de la que se rodeaba mi padre. Yo no valgo para lamer culos ni para sonreír a sabiendas de que quien tengo delante me jodería si pudiese obtener más beneficios con ello.

Siempre he tenido claro lo que quería hacer, pero cada vez que se lo insinuaba, me ignoraba o trataba de minar mi convicción. He tenido que esperar más de 3 años para poder plantarle cara al fin. Para decirle que no es delito querer alcanzar mis propias metas, aunque no sean las que él desea para mí. Para demostrarle que no fracasaré. Tenía la esperanza de que en esta ocasión fuese diferente, que en esta ocasión aceptase mi decisión, pero me equivoqué. Mi padre no cambiará nunca.

Sin embargo, su rotunda negativa sí funcionó para algo. Para que mi determinación se fortaleciese y, por ende, que nuestra relación terminase de ajarse. Esta discusión es la gota que colma el vaso. Un punto de inflexión para los dos. No hay vuelta atrás y ambos lo sabemos.

-Si sales por esa puerta, Keenan - me amenaza a la desesperada cuando ya tengo la mano en el pomo - no te molestes en volver. Ya no serás bienvenido en esta casa.

-Adiós, papá - abro la puerta y salgo de su despacho sin vacilar.

Sabía que llegaríamos a esto si no lograba convencerlo. Sabía que perder a mi padre era una posibilidad. Aún así, no renunciaré a lo que quiero. Jamás le permitiré verme vencido. No le daré la posibilidad de echarme en cara que tenía razón. Porque no la tiene.

A pesar de lo que él crea, voy a entrar en el ejército y voy a ser el mejor francotirador que su Majestad la Reina haya tenido nunca. Y si no puedo echárselo en cara a mi padre, al menos me contentaré al pensar en lo rabioso que estará cuando vea que pasan los años y no regreso a él derrotado.

-Cariño - mi madre entra en mi cuarto mientras preparo mis cosas - ¿Qué estás haciendo?

-Me voy - le digo sin detenerme.

Para ella será duro, lo sé. Siempre hemos sido nosotros dos solos. No es sólo mi madre, sino mi amiga, mi confidente, mi apoyo y mi consuelo. Aunque ha intentado hacerme ver que trabajar con mi padre no es tan malo, jamás me ha pedido que renuncie a mis sueños. Su posición es difícil. Toda madre quiere lo mejor para sus hijos, pero también ansía el bien de su esposo. Ahora, se encuentra entre ambos y sea como sea, nos perderá a uno de los dos.

-No puedes irte - solloza. Sabe que seré yo.

-Papá no me ha dejado otra alternativa.

-Sea lo que sea lo que te ha dicho, no lo creía realmente.

-Ambos sabemos que sí lo hace, mamá - la miro con pena.

-No eres más que un niño, Keenan. ¿A dónde irás? ¿Qué harás?

-Ya casi tengo los dieciocho - me encojo de hombros - En cuanto los cumpla, ingresaré en el ejército. Ese será mi nuevo hogar. Papá lo dejó claro, no podré regresar nunca.

Aunque trata de disimularlo, escucho su llanto. Dejo lo que estoy haciendo y me acerco a ella para abrazarla. De lo único que me arrepentiré al pensar en el día de hoy, será el no tenerla más a mi lado. Conozco a mi padre y no le permitirá verme. Y ella jamás lo va a contradecir. Siempre ha sido así, aunque secretamente me apoyase en mis decisiones. Mi padre dice y ella acata. Supongo que ambos esperaban que yo hiciese lo mismo.

Nunca conmigoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora